Capítulo 3.

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~KAREN~

El animal ladea la cabeza, se tumba en el suelo y cierra los ojos.

Unos instantes después, me llega un leve sonido de ronquidos profundos. Exhalo y miro a mi alrededor.

Estoy en el enorme dormitorio de alguien. Además de la cama, hay un gran armario de madera y una estantería del suelo al techo con 2 sillones reclinables y una lámpara de pie delante. Una chaqueta de cuero y un casco de motocicleta descansan despreocupadamente sobre uno de los sillones reclinables. La habitación tiene 2 puertas, probablemente un baño y la salida. Y hay un extraño accesorio: una gruesa tabla de madera con barios círculos blancos pintados. Parpadeo varias veces y me concentro en la puerta junto al extraño adorno. Tengo que salir de aquí.

Estoy bastante segura que de alguna manera terminé con uno de los soldados de los Kim. Nadie más habría interceptado el cargamento de drogas. Decir que mi padre no estaba en los mejores términos con los rusos sería una mentira. Si alguien de aquí se entera quién soy, y que Rivera me está buscando, probablemente me entreguen a ese bastardo.

Tengo que irme. Ahora.

Sin embargo, antes de intentar salir de aquí, necesito ir al baño, porque mi vejiga va a estallar en cualquier momento.

Me desplazo hacia el borde de la cama, lo más lejos posible del perro que parece un Cerberus que esta dormido. Tan pronto mis pies tocan el suelo, el perro levanta la cabeza. Espero que me ataque, pero se limita a observarme desde su lugar en el borde de la cama. Lentamente, me pongo de pie y mi visión se nubla. Cuando se me pasa el mareo, me dirijo con cuidado hacia la puerta de la derecha, apoyándome en el armario. Me tiemblan las piernas y la habitación parece inclinarse ante mí, pero de algún modo consigo llegar a la puerta y agarrar el pomo.

El perro emite un gruñido bajo, no exactamente un gruñido, como sí fuera una advertencia. Miro por encima de mi hombro y veo que señala con su hocico la otra puerta. Avanzo a lo largo de la pared hasta la otra puerta y me acerco al pomo, sin perder de vista al perro. Agacha la cabeza en cuanto mi mano toca el pomo. Es extraño. Abro la puerta y, efectivamente, es el baño.

Después de vaciar mi vejiga gritona, me acerco al lavabo y miro mi reflejo. Lo primero que noto es que estoy limpia. No hay manchas de suciedad en mi piel y mi cabello parece lavado. Alguien me ha bañado.

También me han puesto ropa. Lo noté vagamente nada más al despertarme, pero no me fijé en lo que llevaba puesto entonces. Es ropa femenina, unos pantalones cortos rosas y una camiseta blanca con un personaje de dibujos animados en la parte delantera. Los pantalones cortos me quedan bien, pero la camiseta me aprieta un poco los pechos. Parece que la única grasa que me queda en el cuerpo está en mis ahora grandes tetas.

Me echo un poco de agua en la cara, bebo un poco de ella directamente del grifo y empiezo a abrir los armarios. Mataría por un cepillo de dientes porque tengo la boca como una lija. Debe ser mi día de suerte. Encuentro una caja con 2 sin usar bajo el lavabo. Cuando termino de lavarme los dientes, salgo del baño y me dirijo a la otra puerta, pero en el momento en que doy un segundo paso en esa dirección, oigo un gruñido profundo. Me detengo y el gruñido cesa. Genial. Debería haber esperado eso. ¿Pero ahora qué?

Hay unos cuantos pasos hasta la salida, pero solo la mitad entre el perro y yo. Espero un par de minutos más, clavada en el sitio, y luego doy otro paso, esta vez más rápido. La bestia ladra y se lanza hacia mí. Me cubro la cara con las manos y grito.

Se oye un ruido de carrera y la puerta se abre. No me atrevo a quitarme las manos de la cara, todavía esperando que el perro ataque.

—¡Mimi! —ordena una voz profunda desde algún lugar frente a mí—. Ven acá.

Verdades ocultas. (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora