Capítulo 10.- El príncipe que fue prometido

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Elia Martell

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Elia Martell

El usual ruido de las tardes de invierno se entremezclaba con el suave murmullo de la brisa marina que acariciaba las cortinas del balcón.

Rhaegar y Elia yacían en la cama, envueltos en un abrazo cálido. Rhaegar descansaba su cabeza sobre el pecho de Elia, mientras que ella, con una sonrisa en los labios jugaba con los mechones de cabello plateado que adornaban la cabeza del príncipe.

Fue entonces que el cielo se pintó de un tenue tono carmesí, el suceso captó la atención de Rhaegar, intrigado, se levantó de la cama, se cubrió con una túnica y salió al balcón con los ojos en el horizonte.

—¿Qué sucede? —preguntó Elia incorporándose.

Rhaegar no respondió, sus ojos seguían clavados en el cielo. Elia se levantó, se envolvió en una sabana y salió al balcón. Un cometa rojo, ardiente y majestuoso se posaba sobre ellos.

—Es hermoso —susurró Elia.

—Una estrella sangrante... —murmuró Rhaegar con solemnidad.

—¿Una estrella sangrante? —Elia frunció el ceño.

Rhaegar volvió la mirada hacia ella, sus ojos eran una bóveda llena de secretos, vacilaba, pero finalmente decidió hablar, tomó su mano con ternura.

—Hay una profecía al respecto, —explicó él—. El príncipe que fue prometido llegará al mundo el día en que las estrellas sangren.

—¿Profecía?

—Una antigua profecía, más antigua que la propia Valyria —dijo él—. El príncipe que fue prometido vendrá al mundo para librarlo de la oscuridad.

Elia sintió un escalofrío recorrerle la espalda, observaba el cometa con nuevos ojos. Para ella y Dorne, las profecías no eran más que cuentos con los que los mercantes trataban de ganarse un par de monedas en los muelles, pero los Targaryen eran una historia diferente.

—¿Tú crees en esta profecía, Rhaegar? —preguntó Elia con una mezcla de curiosidad y miedo.

—Creo que hay verdad en las profecías —admitió Rhaegar, su voz suave y cargada de sinceridad.

Fue una respuesta corta, pero Elia no necesitaba oír más.

La manera en que Rhaegar contemplaba el cometa le dijo todo lo que tenía que saber. Comprendió que no solo era importante para él, sino que se sentía muy cercana a ella.

Elia lo observó mientras él se mantenía en silencio, mirando fijamente al cometa. Aunque intentaba disimularlo, podía notar la inquietud en sus ojos, la indecisión parecía consumirlo.

Se resistió a preguntarle, se acomodó la sabana y permaneció en silencio a su lado.

—Hay algo que no te he contado... —confesó Rhaegar como si estuviera luchando consigo mismo antes de hablar.

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