Capítulo 6.- Carden de Braavos

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Melian Gargalene

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Melian Gargalene


—Solo debe pedir un juicio por combate... —dijo Ascar en un susurro. Su esposo tenía la mano sobre el pomo de la espada, listo para intervenir en el momento en que lo pidiera.

Los Gargalen eran así, tenían el corazón de oro y la sangre demasiado caliente, vivían sin miedo, haciendo frente a todo aquello que llegaban a considerar injusto. Era al mismo tiempo su mayor virtud y su más grande defecto. El propio padre de su esposo, lord Devron se había enfrentado a la ira del entonces príncipe Maekar para desposar a la princesa Daella Targaryen, solo la intervención de los príncipes Daenerys y Maron Martell consiguió apaciguar las aguas.

"Ya eres demasiado viejo para eso, morirías y lo condenarás a él también" le hubiera gustado decirle, pero en vez de eso Melian negó con la cabeza. Conocía a su hermano demasiado bien, Carden era incapaz de pedirle a alguien que arriesgara la vida por él.

En el centro de la sala se erigía el trono de piedra con forma de dragón.

Era el trono en el cual Aegon el Conquistador se había sentado antes de proclamarse rey de los Siete Reinos. Medía más de tres metros de altura y había sido tallado de tal forma que su ocupante parecía montar en el lomo del dragón.

En esta ocasión el príncipe Rhaegar era el jinete.

Más de tres decenas de hombres, todos ellos leales al príncipe, se habían reunido para juzgar a Carden.

Melian no sabía quién había orquestado aquella mentira, pero quién sea que hubiera sido, no había dejado ni un hilo suelto.

Sembraron frascos con veneno y cartas falsas en la habitación de Carden, y pagaron a niños, mercaderes y criados para que se presentaran ante el príncipe y su corte, y lo culparan de haber aceptado sobornos para acabar con la vida de Elia. Aunque convenientemente ninguno podía recordar quién había sido el hombre que había pagado para que se cometiera semejante crimen.

Si no fuera por la seriedad del asunto, Melian se habría reído.

Carden de Braavos, el hijo natural que su padre había engendrado con una cortesana durante un viaje diplomático, el hermano dulce y atento con el que había crecido en Campoestrella, el hombre sin ambiciones, el que había rechazado entrenarse en batalla pues rompía en llanto al ver el sufrimiento de los hombres, quien había pasado años aprendiendo de sanadores en las ciudades libres, aquel que se despertaba a la mitad de la noche a atender a niños enfermos cuyos padres no podían pagar ni una moneda de cobre por los servicios de un sanador. Era absurdo pensar que él, el que había servido por más de una década a la casa Martell, el que había visto crecer a Elia y la amaba como si de a una hija se tratase, sería capaz de hacerle daño.

Carden moriría antes de lastimar a Elia, moriría antes de hacerle daño a cualquier persona.

Su hermano estaba de pie frente al trono, sus manos esposadas con grilletes de hierro. Su postura era firme, y aunque estaba rodeado por guardias, no mostraba señales de temor o preocupación. No, en su rostro había algo muy diferente una mezcla de profunda tristeza y resignación. Había tratado de defenderse, pero nadie que no fuera dorniense parecía estar dispuesto a escucharlo.

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