Capítulo 13.- Sueños y Encrucijadas

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Elia Martell

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Elia Martell

La fatiga la embargaba, un día entero absorbida en reuniones con nobles damas que habían convertido la adulación en una contienda, ofreciendo elogios y sonrisas forzadas que traspasaban la línea de lo natural. Parecía que la ponían a prueba, midiendo su temple y deseando determinar hasta qué punto podían influenciarla.

Aparentó con maestría, como si estuviera actuando en una farsa cuidadosamente ensayada. Ante los ojos de aquellas damas, Elia encarnaba todas las virtudes y gracias esperadas de una futura reina. Respondía con cortesía a los halagos y con astucia sutil a las provocaciones, pero aún más importante, demostró no ser demasiado "dorniense".

Para lograrlo, Elia dejó atrás sus vestidos de seda y brocados que antes adornaban su figura. Desde el nacimiento de su pequeña Rhaenys mandó elaborar un nuevo guardarropa. Convocó a dos costureras de renombre, una de Antigua y la otra de Desembarco del rey, y diseñó junto a ellas uno a uno todos sus nuevos atuendos.

Había fundido los estilos de los siete reinos y los colores de decenas de grandes casas, su ropa mostraba la diversidad de los siete reinos. Estaba decidida a dejar de ser percibida como la "princesa sureña", un título que había escuchado tanto de frente como a sus espaldas. Elia no era solo la princesa de Dorne, era la princesa de los Siete Reinos y se encargaría de que todos lo comprendieran.

Alyse cruzó el umbral de la habitación con paso decidido. Sus ojos se posaron en Elia, que yacía entre los cojines, exhausta.

—¿Qué vas a querer usar en el banquete de esta noche? —preguntó Alyse, apartando el vestido con corte alto al estilo del Valle de Arryn, teñido en un rojo quemado, que había usado para reunirse con lady Shella Whent y sus sobrinas. El recuerdo de la tela asfixiante aún le picaba en el pecho.

—Estoy tan cansada, desearía poder quedarme aquí y dormir un poco. —Elia se estiró sobre los cojines, tuvo que tener cuidado con su vientre cada vez más hinchado.

—Si quieres, puedo ir y excusarte —propuso, recostándose a su lado.

—¿Y tener que soportar mañana los murmullos sobre la pobre y delicada Elia? —replicó, sintiendo los parpados cada vez más pesados—. Estaré bien, solo necesito descansar un poco.

Se reacomodo, apoyó su cabeza en el regazo de Alyse, que comenzó a deslizar sus dedos con suavidad por su cabello. Elia cerró los ojos, y poco a poco, su contacto y presencia la relajaron.

Justo en ese momento, un toque en la puerta anunció la llegada de Rhaegar. Elia suspiró, Alyse se levantó, poniendo espacio entre ambas.

Rhaegar entró y la encontró aún recostada, con los ojos cerrados. Pidió a Alyse que les diera privacidad, y un silencio total se apoderó de la habitación. Por un momento pensó que él también se había ido, pero el sonido de sus botas de cuero crujiendo al agacharse delató su presencia.

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