Capítulo Siete

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-¿Qué rayos le pasó a tus brazos?
-Jan. ¡Por los cielos! ¿Qué pasó?
Las últimas semanas había estado escondiendo mis brazos de la vista de mis amigos. No quería que vieran lo mal que estaba. He tenido pesadillas demasiado reales, es como si todo ocurriera enfrente de mí y me siento tan impotente de poder hacer nada, de no poder gritarme a mí mismo que la salve, que salve a Guadalupe. Pero si pudiera volver al pasado la salvaría sin dudarlo.
Me pregunto a veces si de verdad la hubiera podido salvar, ahora me dedicaría a hacerla feliz, no tendría motivos para volver a hacerlo, y tampoco estaría en el estado en que estoy. Me siento tan solo, y para mi gusto la peor manera de sentirte solo es cuando alguien está a tu lado.
-Pesadillas. Bastante reales -me limito a no dar más detalles, no quiero alarmarlos.
-¿Hace cuanto? -pregunta Gustavo.
-Entiendo que es algo personal, pero ¿Por qué no nos dijiste? Cuentas conmigo para todo en lo que pueda ayudarte -me dice Lu.
-Hace casi dos semanas.
Después del desastre y la escena de enojo que hice en mi casa mientras Lu estaba presente, se había detonado esa tarde una bomba de sueños en mi cabeza. Pesadillas que me obligan a verla morir cada noche de la forma más cruel en la que mi mente me puede mostrar las cosas. Me despierto gritando, arañándome los brazos y una vez me caí de la cama.
-Chicos, la verdad no quería que se preocuparan. Saben que me gusta que me apoyen, pero a veces no pasa nada, no siento que avanzo. He ido al psiquiatra y me ha dado medicamentos, desde entonces no manejo, si no se han dado cuenta van a diario a la escuela por mí. La verdad es que tengo miedo.
-¿Sigue ahí dentro? En tu cabeza. Ya sabes, la noche en que... -inquiere reservadamente Vo.
-No la puedo olvidar. Esto es difícil.
-Pero cuentas con ambos, Alejandro. Cuentas conmigo, y ya no estás tan flaco como cuando te conocí. Has engordado. -Lu intenta sonar positiva de alguna forma graciosa.
-Pues supongo que es cierto. La ropa no me queda -me obligo a bromear.
-Podemos entrar a la función después o venimos otro día si no te sientes bien -Gustavo intenta sonar compresivo. Sé cuan difícil es que alguien muestre empatía conmigo.
-Vinimos y no nos vamos ir hasta ver esa película -respondo-. Prometo no llorar.
Gustavo suelta una carcajada y Lu se para junto a mí. Se agarra de mi brazo y avanzamos juntos hasta las taquillas del cine.
Ellos se dedican a mantenerme distraído cuando no hay mucha tarea por hacer, o cuando de verdad me siento mal. La depresión no me deja aunque lo intento.
-Me dijiste que oirías un disco si me gustaba ¿Recuerdas? -agrega Lu mientras hacemos fila.
-Sí.
-¿Entonces?
-No me presiones. Lo oiré.
-Me parece bien -asiente-. Esperaré ansiosa ese día.
Yo también deseo que ese día llegue pronto. Siempre que lo quiero oír me falta el valor para quitarle el celofán a la caja del CD. Pronto; es lo único que puedo asegurar.
Caminamos los tres juntos después de pagar los tiquetes a la correspondiente sala del cine. Este tipo de momentos son los que me hacen feliz.

Siento el agua fría que se desliza por mi piel. Todo está tan oscuro, pero percibo que está por romper el alba. Siento que unos brazos me toman y me sacan del agua.
Estoy seminconsciente, y percibo los sonidos distantes, aunque estén a un metro de distancia.
Una luz inunda mis ojos y me duelen al instante. Mi audición mejora y es cuando puedo escuchar el movimiento de todas las personas que están en el sitio. Me han rescatado del arroyo crecido gracias a la lluvia de la noche anterior, una lluvia que destrozó en inundó decenas de lugares.
La lluvia que se llevo mi vida.
-Este chico está vivo -dice una voz que está prácticamente frente a mí-. Tenemos que llevarlo al hospital, de emergencia.
-¡Hay otro cuerpo por acá! -Grita alguien más-. Es una chica.
Instintivamente intento abrir los ojos. Sé que es Guadalupe, tiene que ser ella, no puede ser nadie más.
Veo las nubes teñidas de rojo en el cielo. El sol casi sale.
-¡Tiene el pulso débil y una herida profunda en el brazo! -Tenemos que sacarla de aquí.
Un hilo de esperanza me inunda antes de recordarme que yo vi su cuerpo en el ataúd, ella muerta y yo vivo.
Intento reaccionar de nuevo, pero es imposible, no tengo fuerza para hacerlo. Deseo tanto que ella viva.
Siento como el ardor de uno de mis brazos se aviva. Es horrible.
El sueño cambia al momento en el que estoy en una ambulancia y el traqueteo es desesperante en todo momento. Ella no esta viva y es lo más difícil de aceptar para mí.
El sueño ya no continua. Todo se vuelve gris, y de pronto llego a un lugar desconocido. Sé que el sueño anterior se convertiría en una pesadilla y me alegro que este en otra parte de la inmensidad del mundo de los sueños.
-Tienes que cumplir lo que prometes. Tú eres de fiar. -Volteo a todos lados buscándola. Es Guadalupe, la estoy soñando.
-¿Dónde estás? -Pregunto con un nudo en la garganta. Siento esa felicidad y miedo que se pueden percibir únicamente cuando sueñas.
-Deberás hacerlo por mí. Aunque ya no esté junto a ti. -La busco frenético, pero no logro verla. ¿Dónde está?
-Lo intento. Pero no puedo.
-Ni siquiera lo estás intentando.
-No te veo. ¿Dónde estás?
-Lo prometiste por mí. Hazlo.
-¡Guadalupe! -Grito- ¡Guadalupe!
Abro los ojos de golpe y Bianca está sobre mi cama. Me sacude para despertarme. Su mirada se ve preocupada. Me mira con terror y es cuando noto el problema.
De una forma que no concibo mi brazo sangra demasiado. Me siento débil. Miro a mi hermana a los ojos y me abraza. Comienzo a llorar por puro impulso. ¿Qué está pasándome? No quiero hacerme daño, ya no.
-Vamos al hospital -me dice Bianca mientras me suelta-. Eso es mucha sangre.
-¿Cómo te enteraste? -pregunto con un murmullo.
-Pasaba por aquí. Me he desvelado varias noches como hoy y fue cuando te oí susurrar cosas. Luego empezaste a gritar. -Se queda callada como si pensara que hacer-. Vamos al hospital. No necesito la luz para saber que eso es mucha sangre.
Ni yo necesito luz para saber que es mucha. Me arde mucho el brazo izquierdo, intento mirarlo pero no me atrevo siquiera a bajar la vista.
Bianca se para de la cama y desaparece en la puerta de mi habitación. Salgo despacio de la cama, tomo unos zapatos y con el pijama puesto, bajo las escaleras hasta la planta baja. Me arde demasiado, siento como si me hubiesen puesto limón en la herida.
-Ya desperté a mi mamá. -Bianca aparece en lo alto de las escaleras. Me siento en una silla del comedor, aparte de que estoy un poco dormido también estoy débil.
-Párate. Vámonos. Ella saldrá unos minutos después. No te quedes sentado.
Veo las luces del camino pasar como un borrón. La sangre no deja de salir de mi brazo. Sigo sin explicarme por qué es que me pasa esto, por qué me daño a mi mismo. El objetivo es que me mejore, no que yo mismo me mate mientras duermo. Cierro los ojos por la pesadez. Empiezo a quedarme con los pensamientos a oscuras. Y luego todo da un zangoloteo y quedo inconsciente.

No me gustan los hospitales y estoy feliz de que hoy salga de aquí. Es domingo, y es algo deprimente que dos días antes de tu cumpleaños seas dado de alta de una institución psiquiátrica, no tan así, pero casi que me quieren meter a un manicomio.
Perdí suficiente sangre como para sentirme débil. Me provoqué una herida que me costó dieciocho puntadas, irónicamente cumplo dieciocho el martes. No me siento de ánimos para nada. Tengo que mejorar.
En mi estancia, mientras las enfermeras me veían como una pila llena de traumas y entraban y salían de mi habitación, pensé en mi sueño. Es difícil negar que prometí algo, ya que no soy de los que no cumplen. Fue la promesa más vacía que hice en mi vida y me duele no sentirme apto para cumplirla, aunque, entre comillas imaginarias con los dedos, lo tenga todo, o al menos lo que necesito.
Cuando llego a casa y me bajo del auto, lo hago con mucha precaución. Tengo el brazo vendado porque es horrible tener esa marca expuesta para que los demás la vean. Da asco. Mi madre se queda en el auto y me ve alejarme. Siento como su mirada está clavada en mí.
Admiro la fachada de mi hogar y nunca antes creí que se viera tan hermosa, supongo que se debe a que estuve varios días fuera. Abro la puerta con cuidado y me topo con una sorpresa. Me quedo parado como un poste sólo de ver a la persona que está frente a mí. Por lo demás me encanta como el sol entra por el ventanal e ilumina la escalera principal. Puedo llegar a ser más raro de lo que ya soy.
El hermano mayor de Guadalupe está parado en el recibidor y se le ve algo perdido. Volteo hacia afuera y veo su auto que no me pareció relevante segundos atrás. Lo miro con cara de «¿Qué haces aquí?», pero no digo nada. Solo me basta con quedarme parado y observarlo.
Aquí les va un cuento.
Érase una vez en una casa no muy lejana un chico guapo, alto, fornido, de pelo castaño y ojos verdes, tipo actor de Hollywood, que se enamoró de una chica (que es mi hermana). Estaban tan enamorados el uno del otro y se sentían unos babosos cursis y románticos que cuando ella tuvo que abandonar el país a los dieciocho años de edad ambos se prometieron esperarse el uno al otro hasta el regreso de ella. Y al parecer la dama mantuvo su promesa.
La verdad es que la historia de Bianca y de Alexis es un poco empalagosa. Guadalupe y yo nos asqueábamos solo de verlos juntos. Claro se veían bonitos, pero se decían las cosas más cursis del mundo y nos sacaban de nuestras casillas. No apto para los que odian el amor.
-¿Te quedarás ahí parado? -Me pregunta y no puedo responderle.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí? -es lo único que se me ocurre.
-Un par de minutos. La señora del aseo me abrió y luego desapareció. ¿Llego en mal momento? -se escucha muy tímido y la timidez es muy rara para él.
-No, claro que no. ¿Cómo te sientan esos veintidós años? -digo sólo para no quedarme callado. Ya saben, los silencios incómodos.
Mi mamá entra con un montón de sus papeles en los brazos y se sorprende al ver a Alexis. Se limita a saludarlo y desaparece un rato después.
-Parecen veintiún todavía ¿Y tú? Pronto serás mayor de edad. ¿Cómo se siente eso?
-Normal. Hasta ahora. ¿Estás aquí por ella? Pensé que regresarías a la ciudad hasta las vacaciones de diciembre.
-¿Ella? ¿A qué te refieres? -Conseguí confundirlo, eso no pinta bien. ¿Qué hace aquí?
-Bianca está aquí. En México.
Mi comentario lo toma por sorpresa y enseguida me percato de que no lo sabía.
-No. En realidad estaba aquí por ti. -Responde y ahora el sorprendido soy yo.
-Pues aquí estoy. Creo que tienes suerte de encontrarme.
-Eso supongo.
-¿Y para que soy bueno? -Inquiero. Lo observo con atención. Se queda callado un rato como si pensara en cual es la manera más apropiada de decirme algo.
-Mis padres se están divorciando. -Empieza.
-Lo siento, de verdad -respondo enseguida.
-Honestamente ya lo veía venir, pero eso no es a lo que vine. Ellos no quieren quedarse con las pertenencias de mi hermana, planean tirarlas o donarlas a alguna fundación de beneficencia. Yo no quiero eso y... -vacila un momento.
-¿Y...? -Tengo una enorme cara de curiosidad.
-Y me preguntaba si quieres quedarte con ellas. Claro no te las daría todas porque hay algunas cosas con las que me gustaría quedarme, pero todo lo demás te lo quedas tú.
-Me quedo callado-. Si no quieres de verdad que no es necesario que te quedes con las cosas. Pensé que sería buena idea dártelas a ti.
-Ah... -no tengo palabras. Vacilo-. Claro -consigo decirle y él me sonríe. -Pensaba traerlas hoy, pero es demasiado. Volveré en seis días para estar aquí el próximo sábado y que vayas a mi casa a recogerlo todo ¿Te parece?
Me súper-parece. Me hace tan feliz que Alexis pensara en mí. No tengo palabras para agradecerle de la manera en la debería de hacerlo.
-Ahí estaré ¿Puedo llevar ayuda? -Estoy pensando en alguien para compartir ese momento-. No será Bianca.
-¡Claro! ¿Por qué no? También Bianca podría ir, espero que a ella no le moleste, por mí no hay problema.
Le sonrío con ganas de reírme de la incomodidad que le hago sentir. Me gustaría que mi hermana fuera feliz de nuevo con él o con otro chico. Alexis siempre me agradó.
-Me tengo que ir -dice finalmente-. Saluda a tu familia ¿Vale?
-Vale. Hasta luego.
Lo despido en la puerta de la casa y lo veo partir en su auto. Sé que todavía quiere a mi hermana, tiene toda la cara de baboso.
Cuando eres un adolescente te das cuenta de muchas cosas. «Tortolo» diría Guadalupe «siempre perdido, pensando en el amor.»

Cuando el cielo se rompe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora