Capítulo Seis

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—¿Cómo te sientes hoy Alejandro? ¿Has hecho lo que te recomendé?

Hay una palabra que odio más que habas y esa es psicólogo. Este tipo es un entrometido, ojalá desapareciera y dejara de hacer preguntas tontas.

—Soy como una pila de excremento que se acumula y se hace cada vez más grande —mi voz es despectiva—. Así me siento.

—Podrías usar un vocabulario más adecuado para decir eso…

—Podría suicidarme, pero no lo hago. Cada quien toma sus decisiones, ¿no? —Suelo interrumpirlo desde la primera  sesión.

—¿Has hecho lo que te sugerí? —Pregunta.

Lo que me desespera más es que no me mande al carajo y que de esa forma podamos terminar con esto. Me estresa estar aquí.

—No. Hay cosas más importantes que me gusta hacer.

Así me la lleve las otras seis sesiones. En ocasiones le contestaba secamente con un simple sí o un vacío no, también llegué a utilizar los “ajá”, “claro”, “no le importa”, “me quiero ir ya” y “aburre”. Admiro la capacidad enorme que tiene para tolerarme, eso sería lo único que estaría dispuesto a reconocerlo de verdad.

Salgo del consultorio con los pies a rastras. Hoy me gané un fabuloso S.A.: Sin Avances, en mi opinión debería de ser un C.M.R.: Con mucho retroceso.

Mi mamá está sentada en la sala de espera del lugar, puedo ver que leía una de esas revistas que le encantan. Supongo que le parece deprimente que su hijo piense a menudo en el suicidio, y más deprimente es que todo el lugar esté tan gris que hasta a Dora la Exploradora haría llorar. Se levanta de su asiento y me recibe con un abrazo. Odio que haga eso y es tan molesto que sea en público, «mi hijo está mal de la cabeza, por eso lo abrazo», eso es lo que me hace pensar. No me faltan ganas de decirle “no me moriré todavía”. Claro sé lo que se puede pensar de mi actitud, soy un ingrato.

Ya no hay días buenos son nada más malos. Guadalupe no desaparece de mi cabeza aunque lo intento y el disco que compré es tentador para escuchar cuando lo sostengo entre mis manos. Cada noche estoy apunto de abrirlo y siempre siento ese pre-remordimiento que me dará al abrirlo y ponerlo en el estéreo.

Visito a diario el arroyo. Allí hago mi tarea o me pongo a hablar solo, se hizo un hábito. No hay día desde hace una semana en el que no esté ahí. Quiero volver ver a la chica del segundo mes, el único problema es que ella no se ha hecho presente.

—¿Cómo van esas sesiones? —Pregunta Bianca cuando me ve entrar a la casa.

—El día de mi muerte se acerca. —Mi comentario es tan malo como lo es mi estado de ánimo.

Subo por las escaleras que llegan al comedor. Quiero estar en mi habitación.

—Me preocupa —alcanzo a escuchar a mi mamá mientras desaparezco en las escaleras.

—Yo creo que ya no hay necesidad de un psicólogo mamá. Necesita un psiquiatra. Creo que esa es la mejor opción que nos queda.

—No. No me atrevería a hacerle eso.

Y luego ya no oigo nada.

Rebobinemos. Odio mucho la palabra habas y la palabra psicólogo, sin embargo ahora detesto la palabra psiquiatra. Sé que mi familia intentará de todo por ayudarme y buscar mi bienestar, es sólo que mis días empezaron a tener cuenta regresiva y yo ya no quiero ayuda de nadie.

Abro la puerta mi cuarto, el disco está sobre mi cama y lo miro fijamente. No ha llegado el momento, tiene que esperar. Lo pongo en un lugar seguro, me tiro sobre las sábanas y me quedo dormido.

Cuando el cielo se rompe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora