Capítulo Dos

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Duele saber que estás solo en el mundo. Duele mirar a tu alrededor y darte cuenta que tu mejor amiga ha muerto mientras tú te quedaste en un mundo asqueroso y repugnante, lleno de miseria y tonterías.

No he salido de mi habitación después del hospital y no tengo la necesidad de hacerlo. Puede que haya pasado más de una semana sin querer hacer nada, ni siquiera mirar el cielo o la lluvia; ahora que lo recuerdo, no ha llovido desde aquella noche, y ya solo me queda el recuerdo de Guadalupe en fotografías.

Me siento el humano más miserable. Bien lo dicen, el dinero no puede comprar la felicidad.

He recibido algunos mensajes por parte de mi familia preguntando cómo estoy o regalándome estúpidas palabras de aliento que no me hacen falta. Cuando pierdes a alguien nada te hará sentir bien, ni la lástima disfrazada de cualquier intento por ayudarte. No quiero nada de la gente. Quiero morirme.

—¿Puedo? —Aparece en la puerta de mi habitación mi hermana mayor. No la veía desde que se fue a China a estudiar dos años atrás. La miro y no puedo evitar llorar.

Ella entra mientras me levanto de la cama, extiende sus brazos y me dejo caer en ellos. Sea cual sea el motivo de su presencia me regala un diminuta pizca de alegría.

Lloro como un loco en su hombro durante un buen rato. Ella acaricia mi cabello sin pronunciar nada. Su silencio y su presencia me hacen sentir bien.

—Tranquilo. Ven. Sentémonos —dice y caminamos hasta el borde de mi cama.

—¿Qué haces aquí? —Pregunto y sorbo mi nariz. Siento mis ojos hinchados.

—Después habrá tiempo para que hablemos de eso. Dime ¿Cómo te sientes?

—Solo. Me siento muy solo. La extraño mucho, Bianca. Estar con ella le daba sentido a muchas cosas. No sé qué hacer.

—Yo sé que puedes hacer —sujeta mis manos entre las de ella—. Puedes salir de aquí y empezar a buscar algo en lo que distraerte. No te estoy pidiendo que lo hagas de inmediato, pero me gustaría que me acompañaras a la ciudad a pasar un rato ¿Qué dices?

—¿Quieres la verdad? No tengo ganas de salir a la calle. Tal vez después.

—Mamá me dijo que llevas más de una semana sin siquiera bajar a comer. Vamos hermanito, acompáñame. Hazlo por mí.

Estar en mi habitación es un refugio para alejarme del exterior, es mi fortaleza, lo último que me queda. No quiero abandonarlo.

—Por favor —insiste e intenta hacerme reír.

—No lo sé.

—Por favor —empieza a querer desesperarme—. Por favor. Por favor. Ándale. Vamos. Por favor. Por favor. ¿Sí? —el último lo alarga un par de segundos.

Estrujarme siempre se le ha dado muy bien y eso me molesta mucho. Me paro de la cama para que deje de sacudirme, y para que no me fastidie más.

—¡Está bien! Vamos. —Una enorme sonrisa se dibuja en su rostro.

—Te espero en unos minutos allá abajo —dice y sale de mi habitación caminando de espaldas. Evalúa si cumpliré mi palabra.

Camino directo a mi baño. Me enjugo la cara e intento arreglar el desastre que tengo como pelo. Mi apariencia es terrible. Grandes ojeras, ojos hinchados y se nota que he perdido varios kilos de peso. Antes me importaba como lucía, pero ahora no.

Sólo acomodo mi cabello y luego me visto con unos jeans negros, tenis negros y la playera más negra que encuentro. Parezco un servidor de la muerte.

Cuando el cielo se rompe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora