EPÍLOGO.

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[40 AÑOS DESPUÉS]

Eran las 6 de la mañana de un domingo que prometía ser igual que los demás desde hacía varios años, salvo que no lo fue. Craig observa, con la mirada perdida, como aquella cafetera italiana aumentaba su temperatura, hasta que empezó a desbordarse por no retirarla a tiempo. Cuando reacciona la toma con rapidez y al apartarla unas gotas de café caliente le caen sobre la mano.

"Que desastre" piensa frustrado mientras se lava las manos con agua fría.

Después de unos minutos huele el café que había preparado. Evidentemente, estaba quemado. Aun así, lo dejo sobre la mesa de la cocina en vez de tirarlo directamente.

Sentía como si tuviese la cabeza saturada, incapaz de pensar con claridad. Era muy difícil de explicar porque nunca se había sentido así, en los 58 años de vida que llevaba por delante. Era irónico pensar que, cuando tenía 19 años, creyó que la mayor parte de sus preocupaciones acabarían cuando consiguiera tener una vida estable y tranquila.

Pero cuando menos lo esperaba, en medio de un mar en clama, aparecía una tormenta. A veces duraba una semana, un mes, o más de un año. Y entonces aprendió a no bajar la guardia nunca, a valorar más los periodos de paz y tranquilidad que tanto amaba. Y eso, inevitablemente, lo volvió algo emocional a medida que cumplía años.

Hubo momentos muy felices, como el momento en el que nació la única hija que tuvieron sus amigos, o cuando su hermana se graduó con honores en la universidad. Pero hubo otros duros, en especial cuando su madre falleció. Él tenía 30 años por aquel entonces, y no la vio más desde aquella noche en la que corrió a los brazos de Tweek para refugiarse de la relación disfuncional que tuvo con ella. Sin poder predecirlo, Craig estuvo 12 años sin verla, hasta el día en el que recibió una llamada de madrugada, en la cual supo que ya era demasiado tarde.

Entonces, fue cuando decidió marcharse de su pueblo, al que había vuelto tras la universidad. Pero ese no fue el único motivo, también se marchó por amor.

Craig, tan agotado como las últimas semanas, se deja caer en el sofá de su hogar, y no tarda en dejarse dormir. Al volver a abrir los ojos, piensa que deben haber pasado unas pocas horas. Hasta que nota el calor y la luz tan intensa que entra por las ventanas. Era mediodía.

Era una casa de dos plantas, sencilla, con una cocina grande y un jardín trasero bien cuidado.

Se levanta y va al baño. Permanece un buen rato mirando su reflejo en el espejo de cerca, apoyado con ambas manos en el mueble. Estaba tan habituado a su rostro de hombre cerca de estrenar la década de los 60, que ya apenas recuerda lo que lo atractivo que fue durante muchos años. Era un vívido recuerdo de su padre, pero más delgado y estilizado. Parecía no querer despegarse del espejo, ni salir del baño. Como si estuviese posponiendo algo a lo que enfrentarse.

Pero, finalmente lo hace y se dirige hacia el jardín trasero. Abre la puerta silenciosamente. Sintió el sol en su cara, esa sensación de calor aún soportable, previa al inicio del verano. No había brisa en el día de hoy, pero se estaba bien. Era Fort collins.

Tan bien que se limitó a apoyarse en el marco de la puerta durante aproximadamente 10 minutos, en un silencio sepulcral, tratando de memorizar todos los detalles de algo tan simple y bello a la vez, de aquello que tanto amó.

Le daba miedo no ser capaz de hacerlo.

Tweek se voltea de golpe.

—¡CRAIG! —exclamó sobresaltado— ¿es que nunca vas a dejar de hacer eso?

Estaba sentado en su lugar favorito de la casa, la posición exacta donde le llegaba la luz indirecta suficiente para poder disfrutar de todos los colores que utilizaba. Todos los domingos, Tweek se sentaba allí, con una silla vieja llena de pintura, un caballete y un lienzo sobre él.

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