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DUXO —9:36 AM
Le doy un sorbo a mi café ya frío. Miro por la ventana la neblina opacar todo campo de visión y los restos de humedad pegados al vidrio tras la noche helada.
Enciendo mi móvil para matar el tiempo y me distraigo. Son casi las nueve y cuarenta, y no tengo algo de que preocuparme hoy.
El frío carcome mis huesos aun con un abrigo de felpa y un pantalón abrigador. Así que, me levanto a encender la calefacción arrastrando los pies contra el suelo de losa.
Vuelvo a mi sitio, me acomodo en el sofá y le doy un mordisco al pan que me preparé. El silencio del día es algo encantador, melodía suave para mis oídos.
Es un descanso liberador. Lo sería aún más con Aquino a mi lado. Pero, sé que está durmiendo, envuelto en miles de mantas por la helada. Acunando su rostro en sus suaves manos y fundiendo su cuerpo en las firmes sábanas.
Le doy otro sorbo al café bien cargado, y otro más. Pensando en qué matar el tiempo, aparte de estar en casa todo el día. Quizás ir a algún restaurante cerca me ayudaría a distraerme, o quizás pasear por los lares de la ciudad en la noche, o quizás…
—Buenos días —interrumpe mis pensamientos una voz suave, la voz que tanto conozco desde hace años.
—Buenos días, Aquino —curvo mis labios en una sonrisa tonta, él ríe.
Se acerca a mí en pasos torpes arrastrando las pantuflas que son mías, igual que la sudadera y pantalón que lleva. Me da una beso en la frente y se sienta a mi lado.
—Está haciendo frío —mira por la gran ventana el paisaje que me parece típico de ver en mitad de año.
—Es invierno, ¿qué esperabas? —rota los ojos y me mira tomar otro poco de café.
Dejo la taza en la mesa de vidrio y me dedico a mirar sus brillantes ojos atentos a lo que hago. Me sonríe y yo a él.
Se lanza a mí con todas sus fuerzas y me hace caer al sofá, me quejo por la caída. Él solo ríe y me besa una vez más, esta vez más suave y fantástico. Dejo escapar un suspiro ameno y entierro mis dedos en sus cabellos desordenados.
—Te amo —me dice mientras acomoda su rostro en mi torso para poder verme, achica sus ojos y sonríe.
—Yo también —peino sus cabellos castaños y le doy un beso en su frente. El pecho se me infla de lo increíble que es la escena, era realmente una vista al cielo, una obra de arte que quisiera enmarcar.
—Salgamos —me propone, y siento su cálido tacto en mi rostro.
—¿A dónde? —le pregunto, y él ríe.
—A dónde sea —levanta su cuerpo y se sienta en mi regazo—. Solo quiero estar contigo.
El corazón se me derrite y una sonrisa tonta se escapa. Él capta lo que quiero decir y rodea mi cuello con sus brazos.
