Capítulo 1

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"La felicidad es una mariposa, intento atraparla como todas las noches"
(Hapiness is a butterfly, Lana Del Rey)

                    
Cuándo Jennie se enteró de la vida que se creaba dentro suyo desde hacía dos semanas, lloró toda la noche. Lloró tan fuerte que incluso su Dios, en el que ella y su madre creían y visitaban todos los domingos, sintió pena por ella. Tanta fue la pena que obligó al firmamento a acompañarla en su miseria, llorando, siendo un compañero de tragedia. Él único.
                  
Su padrastro había estado durmiendo, o tal vez, si el universo había decidido quitarle un poco de peso de encima, estaba muerto de una congestión alcohólica. Había entrado en estado de gestación desde hace un mes ya, y desde que lo descubrió decidió buscar rentas cerca de la ciudad que pudiera pagar con sus ahorros.
                    
Trabajaba cómo cocinera en un pequeño restaurante desde que tenía dieciséis, la ocupaban en horario matutino para atender a la clientela vieja que frecuentaba el lugar para tomar su desayuno. En la noche era más peligroso, y la agradable dueña, una mujer cariñosa y solidaria con cara regordeta y ojos dulces, le había dicho que no quería exponerla. Estaba agradecida con ella, la mujer era tan buena que innumerables veces le ofreció asilo en su cafetería para que no tuviera que seguir vinculada con el terrible e incompetente alfa que aguardaba por ella en casa.
                    
"Podrías quedarte aquí por las noches, Jen. ¡Piensalo! A tú mamá le hubiera gustado que siguieras estudiando, cariño. Podrías hacer eso por las tardes, hacer tus deberes en las noches, y regresar cuándo cerremos el local. Así tendrías un techo dónde vivir, y trabajarías solo en las mañanas. "
                    
Seohyun, su jefa, fue amiga de su madre desde que ambas iban a la escuela del condado. Cuándo a Seohyun la hecharon de su casa por haber mordido a una omega que sus padres no aprobaron, su madre le dio todos sus ahorros que había ganado trabajando en la feria de verano, para que pudiera rentar una habitación. Tiempo después, cuando Jennie tendría unos catorce o quince, no lo recuerda muy bien, las dos amigas se volvieron a encontrar.
                    
La mujer había fundado ese restaurante con la ayuda de su omega y ganaban lo suficiente para haberse hecho de una hermosa casa, que a falta de hijos, llenaron con niños de orfanatos que eran echados por haber cumplido la mayoría de edad, y muchos gatos. Todos en el pueblo sabían lo caritativas que era la pareja, y cómo ayudaban a los niños del orfanato en lo que conseguían restablecer su vida.
                    
Claro que también le ofrecieron asilo a Jennie allí en algún punto de su relación, pero la chica volvía a declinar la oferta de la misma manera que lo había hecho con la primera. Estúpido ¿No?
                   
Pero tenía una razón.

Esa casa pertenecía a su abuela, y cuándo ella faltó, le fue heredada a ella con la única condición que hiciera de esa casa un lugar feliz.
                    
Pero había fallado.

Las ruinas de lo que alguna vez fue una casa verde pistacho eran ahora una desafortunada construcción en punto de quiebra. Ventana izquierda superior rota, goteras, verde pantanoso por el moho que creció en los rincones húmedos de la casa, y luces tenues que se prendían sólo en la madrugada si necesitaban ir al baño, o su padrastro estaba buscando su botella a las tres de la mañana. Si lo pensaba de ese modo, sus ojos se forraban en tristes lagunas, tan hondas como su misma miseria.
                   
Ella no podía simplemente cederle la casa yéndose, se lo debía a las dos mujeres más importantes en su vida.
                    
Sin embargo, esos ideales se barrieron tan pronto la desastrosa aparición de un nuevo ser dentro suyo se hizo presente. Buscó en internet por días completos, y encontró una oferta tentadora, tan malditamente barata que incluso quiso denunciar el anuncio como falsa propaganda.
                    
Honestamente, no se consideraba una tonta. Sólo una débil de corazón.
                  
Por eso al haber decidido correr el riesgo y comprar la pintoresca casa que era ofrecida en aquél sitio web, se dijo a sí misma que debía confiar en que la vida todavía tenía dulces tratos escondidos para ella. El sitio tenía cinco estrellas, era de las primeras búsquedas arrojadas en el buscador, y contaba con el respaldo de miles de reseñas. El chico con el que se encontró días después le dio las llaves con su bonita sonrisa, y su cabello bien peinado y lentes de marco de madera, le advirtieron acerca de la suerte con la que corrió al haber encontrado tal oportunidad.
                    
Arrastraba su maleta con toda su poca ropa, y todo el dinero que Seohyun le dio cuándo fue a renunciar. Era mejor si se iba cuanto antes y sin decirle nada a nadie, pero no significaba que no le dieran ganas de llorar al ver los ojos rojos de esa mujer que fue puesta en su camino cómo un ángel. Ella le dio una muy generosa liquidación, y la leal promesa de que estaría donde siempre si algún día llegaba a necesitarla.
                    
Las ruedas de la maleta hacían sonido contra el camino de piedras y terracería, sus ojos no podían despegar la vista de la entrañable casucha. Había mucha naturaleza rodeando la casa, pero algo en su mente no cuadraba. En el sitio decía que no tendría vecinos y sin embargo, alcanzaba a divisar otra casa más adelante de ella. Está tenía en comparación a la suya el jardín cuidado, las paredes color crema y las ventanas pintadas de un bonito café moca. Bueno, tenía su casa en frente ¿O no? Lo demás ya no le importaba mucho. Se imaginó a ella misma arreglando el desastroso jardín de su casa, comprando pintura de un tono verde pistacho claro como el que una vez tuvo la fachada de la casa de su abuela, y trayendo vida a la casa.
                    
Había tomado una decisión desde el pueblo hasta la ciudad, y finalmente la reafirmó cuándo el tren la conducía hasta las afueras de la ciudad y la traía aquí. Ella no quería al niño, no lo había planeado y había sacudido su vida entera, más no lo odiaba. Su hijo no tenía la culpa de la agobiante y negra miseria en la que reposaba su madre, y era tan sólo un ser indefenso que Jennie estaba dispuesta a proteger de ser posible. Sin embargo, si a lo largo de su embarazo, las cosas se complicaban económicamente para ella, prefería darle una mejor oportunidad de vida al pequeño niño que llevaba dentro. No lo condenaría, incluso si éste la condenó a ella. Darlo en adopción a una buena familia era una opción que en su mente campaneaba, y hacía un estruendo tan grande que mientras más pensaba más se convencía.

Temblando se acercó a la puerta de la casa, con sus maniobras peculiares para insertar la llave en el cerrojo, lo único que tenía que hacer era darle vuelta y su nueva vida sería desbloqueada.
   
La giró una vez.
                    
Luego dos veces, tres veces. La sacó y la metió del otro lado y entonces giró hacía la izquierda está vez, seis veces en total. Él pánico se había asentado en su estómago y de seguro molestaba a la diminuta criatura que cargaba consigo, por qué un apretón la hizo tener que sentarse en los escalones de la entrada. Se obligó a respirar pero en el proceso, no pudo evitar llorar.
                    
¡Lo sabía! Pateó el suelo con odio insultando al polvo que se levantó en humo. Berreó con todas sus ganas mientras intentaba patear la puerta de la casa para tumbarla. Tanto era su alboroto melodramático que no se dio cuenta en el momento en que una espectadora se unió a esa su obra trágica.                  

ㅡ¿Qué demonios estás haciendo?

ㅡ¿Qué demonios estás haciendo?

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Kerosene | Jenlisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora