Capítulo 4

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"Él vive por amor, ama su droga, a su bebé también."

(Shades Of Cool, Lana del Rey)

La omega traviesa se revolcaba sobre las sábanas mientras que la más dulce melodía contagiaba de alegría a su alfa.

—¡Lisa! ¡S-Sueltame! —Pedía a gritos mientras la sonrisa de su amante se agrandaba en su jóven rostro. La víctima se deshacía en risotadas y pataleaba lo más fuerte que podía.

—No, Sana. Aprenderás a no jugar con mis sentimientos. —Amenazó inmune a los ojos de perrito de su omega para chantajearla.

De la nada, la muchacha frunció la cara en una clara mueca de dolor y gimió adolorida.

—¡Ah! ¡Lisa!—Sostuvo su abultado vientre mientras se retorcía en la cama.

La alfa explotó en nervios y saltó fuera de la cama, acunó con sus manos la cabeza de su novia y empezó a desatar su dulce aroma.

—¡Lisa, mi bebé! —Volvió a retorcerse aferrada al caparazón que protegía el caparazón del fruto del amor de la inexperta pareja.

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Lisa mantenía sus puños cerrados mientras permitía la entrada a la omega en su cabaña trasera. El lugar estaba polvoriento y los yesos se descarapelaban por dentro, la luz solar reflejaba moléculas de suciedad que flotaban alrededor de la sala y se concentraban en los muebles cubiertos con amarillentas sábanas.

La muchacha observaba el deplorable desastre de su casucha, repasando con sus ojos y aspirando el olor con su nariz fruncida. Su mirada parecía estar juzgando la forma en la que mantenía la cabaña.

—Es todo lo que puedo ofrecerte, de todas formas esto hubiera sido a lo que te hubieras enfrentado al comprar una casa en una página de internet cómo si fuera ropa. —Ella enserio hacía un intento para no ser una idiota con la gente, pero era directa y si la gente no podía soportar el peso de sus palabras, no era cuestión suya tratar de disipar sus asertivas palabras.

—Honestamente no está malo. —admitió.— No hay ratas en el piso así que tiene puntos extras. —Dijo encogiéndose de hombros cómo si no fuera la gran cosa.

Pero en realidad no lo era. Su padrastro era un desgraciado alcohólico que se molestaba en cambiar las bombillas fundidas de luz con suerte un mes después, el inútil no notaba la falta de luz porqué se la pasaba dormido y con resaca, acostumbrado a oscuridad que no perturbara sus migrañas. Jennie no tenía demasiadas opciones más que adaptar sus días a las penumbras, porqué el hombre se despertaba agresivo todas las semanas si su hijastra se atrevía a colocar o descolocar algo en la que ya reclamaba como su casa

Ratones y cucarachas solían arrastrarse esporádicamente sobre los cochambres de la cocina, y el baño principal albergaba antihigiénicos condones usados mal tirados sobre el bote de basura. Recuerdos de la gente que el tutor legal solía meter los fines de semana con el fin de apostar y conseguir algo de dinero para sus vicios.

La adolescente sabía que su habitación en aquella casa era el único rincón en el mundo dónde se mantenía a salvo, con la ya deslavada pintura rosa que su abuela había pintado para ella. Las ventanas siempre abiertas permitiendo entrar el fresco olor provincial para que esparciera el pestilente olor a humedad que residía en la planta baja. El polvo no era invitado y los animales desconocían la existencia de tal lugar porque Jennie se encargaba religiosamente de limpiar y mantener pulcra su habitación. Una gota de sol en la tormenta.

Kerosene | Jenlisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora