Manuel se puso rápidamente de pie y de un tirón paró a Lucero su lado, la acercó a él lo más que pudo. Había alguien allí, y él estaba dispuesto a enfrentarse a quien fuera con tal de que ella no fuera lastimada.
Lucero se aferró a él como si su vida dependiera de ella. Otro trueno sonó, ella ahogó un grito.
-Tengo mucho miedo, Manuel -murmuró con un hilo de voz.
-Tranquila, enana... no voy a permitir que nada te pase-le aseguró él.
Le tomó una mano y entrelazó sus dedos. Buscó algo para protegerlos a ambos, y en sus pies encontró un largo palo de madera. Iba a atacar con eso si era necesario.
-¿Pero qué demonios pasa aquí? -dijo una vieja y rasposa voz.
Y de repente una luz se prendió sobre sus cabezas. Ambos entrecerraron un poco los ojos y luego miraron al frente.
Lucero por poco y se desmaya. Pero comenzó a calmarse al ver que no era un monstruo, ni nada por el estilo lo que estaba ahí.
Solo era un viejo y arrugado hombre que los apuntaba con una vieja escopeta. Vestía un anticuado piloto color patito, tenía botas y sombrero de lluvia.
Manuel lo miró bien, entonces su boca se abrió del asombro. ¿Podría ser él? ¿Era aquello posible?
-¿Señor Pérez?-dudó. El anciano bajó la escopeta y los miró bien.
-Sí, ese soy yo-dijo y se quitó el sombrero de lluvia-¿Quiénes son ustedes y qué hacen en mis tierras?
-Soy Manuel Mijares, señor. Peón de la estancia de los Hogaza-le contó-Y ella es Lucero Hogaza, hija del dueño.
Los miró consecutivamente, reparó en que ambos estaban algo desnudos. Entonces sonrió mostrando unos amarillentos y astillados dientes.
-¿Qué hacen aquí y con esta lluvia, hijos? -Quiso saber y arqueó una ceja -¿Acaso iban a usar mi establo como lugar de encuentro prohibido?
Las mejillas de Lucero no tardaron en mostrar su vergüenza y se ocultó mejor detrás de la espalda de Manuel.
-No, no señor Pérez-dijo algo nerviosa -Solo nos perdimos en la tormenta y nuestro caballo huyó. No pudimos volver.
Él los miró con algo de desconfianza.
-Bien-suspiró-Voy a creerles-camino hacia la salida cojeando-Veo que han encontrado un poco de mis cosas secas. Pero voy a traerles ropa y algo para comer. Será mejor que se queden aquí a pasar la noche... está tormenta planea quedarse hasta que amanezca.
Siguió caminando. Manuel solo lo miraba. Pero quería saber un poco de él. Todo el mundo creía que ese hombre estaba muerto. Y no lo estaba.
-Señor Pérez-lo llamó él. El anciano se detuvo y se giró a verlo-Todo el mundo cree que usted está muerto, ¿Por qué no ha salido a desmentir aquello?
El hombre se encogió de hombros, y Lucero vio la tristeza en sus grisáceos ojos. Según lo que ella sabía, o mejor dicho lo que su padre le había contado cuando era una niña, era que hace muchos años hubo un gran incendio en la casa de los Pérez, en la que murió toda la familia, menos el hombre que estaba parado frente a ellos.
Supuestamente Joe Pérez había quedado completamente loco después de aquello, ya que no había podido salvar a su esposa e hijos.Entonces un día desapareció y nadie supo más de él. Se decía que se había suicidado y que su alma vagaba por aquellas tierras lamentando la pérdida de sus seres queridos.
-Es como si lo estuviera, muchacho -murmuró sacándola de sus pensamientos.
Salió de allí, dejándolos solos y desconcertados. Manuel giró la cabeza para mirarla.