Ella miró a su alrededor, reparando en lo tétrico que se veía aquel lugar. Las viejas historias que su padre le contaba a Manuel y a ella cuando eran niños rondaban por su cabeza. Y en ese momento estaba en las viejas y misteriosamente abandonadas tierras de los Pérez. Justo donde aquellas historias se desarrollaban.
Simplemente se sentía como una niña, no tenía otra explicación. Se abrazó a si misma cuando un nuevo escalofrío bajó por su espalda.
Manuel se había ido a buscar algo para poder secarlos. Ella había decidido quedarse sentada cerca del fuego... y al parecer no había sido una buena idea. Escuchaba algunos sonidos, no estaba segura de lo que podían ser. Y la tormenta seguía siendo intensa afuera. Para su suerte ningún trueno había vuelto a sonar. No quería estar sola cuando eso sucediera.
Se sobresaltó un poco al ver a Manuel saliendo repentinamente de la oscuridad con un par sábanas y toallas.
-Tranquila, soy yo-le dijo.
-Lo sé-asintió ella-¿De dónde sacaste eso?
Manuel le tendió una toalla y se acercó a ella para sentarse a su lado.
-Del lado trasero hay una especie de patio con techo... estaban colgadas en un tendedero. Las revisé y están limpias.
Lucero miró extrañada la toalla que tenía en la mano pero no lo dudó y se secó un poco el pelo para luego envolverse con ella.
-¿La lluvia sigue siendo fuerte?-le preguntó.
-Así es... hacía bastante que no llovía de esta forma.
Él se puso de pie y sin decir nada se quitó la camisa. La mandíbula de Lucero se abrió hasta casi tocar el suelo. Sintió que la sangre le corría a toda velocidad hacía sus mejillas. Al instante giró dándole la espalda.
-¿Qué estás haciendo, Manuel?-le pregunto algo nerviosa, Él la miró divertido al verla mirando hacia otro lado.
-Voy a empezar a secar mi ropa por partes.... no quiero dormir empapado-le dijo y estrujó su camisa para luego estirarla cerca del fuego-Deberías hacer lo mismo.
—Sí, claro-dijo irónicamente -¿Y qué voy a ponerme mientras tanto?
-Te puedes envolver con la toalla que acabo de darte o si quieres te improviso un vestido con una de las sábanas.
Ella se mordió los labios. Quería girar para mirarlo pero no se animaba... ¡Por Dios! ¿Cómo podía un hombre ser tan perfecto?, se armó de valor y giró su cabeza para mirarlo sobre su hombro. Él estaba sentado, con la toalla alrededor de sus anchos hombros. Miraba fijamente el fuego, pero de repente levantó la mirada hacia ella.
-Voy... voy a sacarme la remera-le dijo ella-Pero... no mires.
Él evito sonreír, pero sus comisuras se elevaron sin permiso. Sin decir nada comenzó a girar hasta darle la espalda.
-No voy a mirarte, lo prometo -dijo mientras alzaba una mano.
Lucero se puso de pie y dejó la toalla a un costado. También se dio la vuelta, no quería mirarlo mientras se sacaba una parte de la ropa. Trató de hacerlo rápido, pero sus nervios la estaban traicionando. Logró quitarse la mojada remera y la estrujó lo más que pudo.
Manuel escuchaba uno y cada uno de sus movimientos con mucho cuidado. En ese momento estaba terminando de estrujar su remera.
Entonces la curiosidad lo embargó. Tenía que mirarla un poco... solo un poco. Lentamente comenzó a girar la cabeza, hasta tenerla en su línea de visión. Su corazón comenzó a latir con
fuerza al ver que estaba de espalda...