Lucero se acercó un poco más al pecho de Manuel, ya que de repente un frío viento se había levantado. En menos de dos minutos todo el cielo se cubrió de las negras nubes que Lucero había estado contemplando unos cuantos minutos antes.
Manuel percibió el movimiento de ella y miró hacia el cielo. Alzó ambas cejas. Esas nubes solo podían significar que en cualquier momento comenzaría a llover. Se acercó un poco más a ella, para brindarle seguridad. Su corazón latia muy fuerte, por varias razones: tenerla así de cerca, sentir su perfume y el miedo/rabia que lo había invadido cuando aquel maldito infeliz la había tocado. Jamás había sentido tanto odio hacia alguien. Si no fuera porque ella lo detuvo, estaba seguro de que Frederick Montoya no hubiese quedado de pie.
Y de repente un rayo pareció partir la tierra. Lucero ahogó un grito mientras que el caballo se paraba, asustado, sobre sus patas traseras. Manuel tomó con más firmeza las riendas y trató de calmarlo. Pero otro trueno llegó, el caballo comenzó a correr sin dirección, mientras que la densa lluvia se hacía presente.
-¿Qué está pasando, Manuel?-preguntó
asustada.-Solo está asustado-dijo él-Y no obedece a mis órdenes de detenerse.
-Yo también tengo miedo-murmuró como si de una niña se tratara.
-Tranquila, enana, no estás sola.
Manuel divisó que el caballo se dirigía hacia las afueras de las estancias, más hacia la nada que hacia el pueblo. Trató de detenerlo de nuevo, pero no tuvo éxito. Y la lluvia comenzó a ser torrencial, apenas se podía ver el camino. Entonces el supo que tendrían que saltar.
-Lucero, tenemos que saltar.
Ella se incorporó un poco y lo miró aterrada.
-Debes estar bromeando-dijo. Él negó
levemente.-No puedo detener al caballo.
Entonces ella le quitó las riendas y comenzó a tirar de ellas con fuerza. Manuel la miró divertido.
-¿Cómo se llama el animal? -preguntó
nerviosa.-¡Elios!-dijo él. Ella volvió a tirar de las sogas.
-¡Para, Elios, para ya!-dijo elevando la voz lo más que pudo. Y como si el caballo hubiese sido hechizado se detuvo. Manuel estaba realmente asombrado. Ella se alejó un poco de él y se bajó de un salto. Estaba completamente empapada y el agua seguía cayendo como si de una catarata se tratara.
Otro rayo hizo temblar todo. Lucero gritó tapándose los oídos y apretando fuerte sus ojos, entonces el caballo comenzó a correr de nuevo con Jorge a cuestas. Quién apenas iba a bajarse del animal.
-¡Manuel!-exclamó ella y comenzó a correr detrás de él.
Su corazón dio un vuelco al ver como él saltaba del caballo. Elios siguió corriendo y ella lo perdió de vista bajo la lluvia.
Corrió hasta llegar a Manuel, quién estaba tumbado boca arriba sobre la tierra lodosa. Se arrodilló junto a él y se desesperó al verlo con los ojos cerrados. Tal vez se había golpeado la cabeza o algo por el estilo.
-Manuel...-susurró aterrada, pero al ver que él no hacía nada repitió su nombre esta vez más nerviosa que antes y tomó su rostro con ambas manos-Manuel, Manuel...-lo acarició, tratando de secar su piel. Y entonces sus ojos se llenaron de lágrimas-Por favor, Manuel, abre los ojos... sabes que le tengo miedo a las tormentas.
Él ni se movió. Tampoco hizo algún movimiento de abrir los ojos. Silvia se mordió los labios para ahogar su sollozo.
Y volvió a acariciar sus mejillas. ¿Qué iba a hacer ella sola con él desmayado? Por Dios, lo necesitaba despierto.
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