IV

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"Somos tal como nos crearon los dioses, fuertes y débiles, buenos y malos, crueles y amables, heroicos y egoístas

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"Somos tal como nos crearon los dioses, fuertes y débiles, buenos y malos, crueles y amables, heroicos y egoístas...

Hay que tenerlo presente si se quieren gobernar los reinos de los hombres".


Pocas veces la verdad de estas palabras ha resultado tan evidente como cincuenta años después la Conquista de Aegon. Ya desde el comienzo del nuevo año se hicieron planes en todo el país para conmemorar con fiestas, ferias y torneos el medio siglo del reinado de los Targaryen en Poniente. Los horrores del reinado del rey Maegor y la reina Viserra iban cayendo en el olvido; el Trono de Hierro y la Fe se habían reconciliado, y desde Antigua hasta el Muro, la gente humilde y los grandes señores apreciaban por igual al joven rey Jaehaerys, el primero de su nombre.

Los días se convirtieron en semanas, estas en lunas, mientras se alternaban los ánimos y se afianzaba la resolución de los hombres a ambos lados de la bahía del Aguasnegras. El niño rey y su pequeña reina se quedaron en Rocadragón a la espera del día en que Jaehaerys tomara las riendas de los Siete Reinos. Se pueden razonar todas las explicaciones, pero a la luz de lo que hoy en día sabemos de Jaehaerys I Targaryen, en última instancia nos parecen infundadas. De joven o de viejo, este rey nunca actuó impulsivamente. El joven rey, guapo y afable, paseaba antes con toda libertad por Desembarco del Rey, aparentemente encantado de mezclarse con sus habitantes, esa desaparición repentina parecía impropia de él. La reina Alyssane, por su parte, no tenía prisa por volver a la corte.

—Aquí te tengo para mí sola día y noche— dijo a Jaehaerys—. Cuando volvamos me considerar. Cuando volvamos me consideraré afortunada si consigo robarte una hora, porque no hay hombre en Poniente que no quiera algo de ti— para ella, el tiempo que pasaron en Rocadragón fue idílico—. Dentro de muchos años, cuando peinemos canas, pensaremos en estos días y sonreiremos al recordar lo felices que fuimos.

Sin duda, el joven rey compartía estos sentimientos, al menos parcialmente, pero también tenía otros motivos para quedarse en Rocadrgón. A diferencia de su padre, Maegor, no era proclive a los estallidos de furia, pero era sobradamente capaz de indignarse y no olvidaba ni perdonaba que lo hubieran excluido intencionadamente de las reuniones del consejo en las que se había hablado de su matrimonio con su hermana, aunque siempre agradecería siempre a Rogar Baratheon que lo hubiera ayudado a alcanzar el Trono de Hierro, no estaba dispuesto a dejarse gobernar por él.

—Ya tuve un padre, no necesito otro.

Jaehaerys era consciente de sus limitaciones y pensaba solventarlas antes de sentarse en el Trono de Hierro. Habían menospreciado al rey Aenys, su tío, porque lo consideraban débil en parte por no ser guerrero como su hermano Maegor. Jaehaerys estaba decidido a que ningún hombre osara nunca cuestionar su valentía ni su destreza con las armas. En Rocadragón tenía a ser Merrell Bullock, comandante de la guarnición del castillo; a sus hijos ser Alyn y ser Howard; a un maestro de armas experimentado, ser Elyas Scales, y a sus Siete, los mejores guerreros del reino.

El Pálido y el ValerosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora