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Edwell Celtigar, señor de Isla Zarpa, había sido una Mano muy poco eficaz para Maegor el Cruel, la Reina Dragón no lo ejecutó porque lo salvó su sangre Valyria. Cuando se le dio una segunda oportunidad como consejero de la moneda, durante la regencia, demostró idéntica ineptitud. Como no quería enemistarse con los otros nobles, decidió instaurar nuevos impuestos para la plebe de Desembarco del Rey, aprovechando su proximidad. Se triplicaron las tasas portuarias; ciertas mercancías tenían que pagar gravámenes por entrar en la ciudad y por abandonarla, y se establecieron nuevos impuestos para las posadas y los constructores.

Muy lejos del Norte y sus tribulaciones. El rey Jaehaerys y la reina Alyssane seguían en su exilio autoimpuesto de la corte, pero no se puede decir que estuvieron de ociosos. Jaehaerys continuaba con su estricto plan de entrenamiento diurno con los caballeros de la Guardia Real, dedicaba las noches a leer detenidamente las historias del reinado de su antepasado Aegon el Conquistador, en quien quería inspirarse para reinar. Los tres maestres de Rocadragón lo ayudaban con esta tarea, al igual que la reina.

Ceryce se llevaba a Daenerys y Joanna a Roca Casterly, a veces volaba junto a su esposo y aprendió a amar a Sindarin como si fuera propio, como si ella fuese una verdadera Targaryen. A medida que pasaban los días, cada vez se acercaban más visitantes a Rocadragón a hablar con el rey. Lord Massey de Piedratormenta fue el primero en presentarse, pero Staunton de Reposo del Grajo, lord Darklyn del Valle Oscuro y lord Bar Emmon de Punta Aguda llegaron pisándole los talones, seguidos de lord Harte, lord Rollingford, lord Mooton y lord Stokeworth.

Aunque Daemon Velaryon, como lord almirante de la Corona y consejero naval, estaba en Desembarco del Rey con los regentes, eso no impidió que los cuatro jóvenes viajaran a Marcaderiva a lomos de sus dragones, para inspeccionar los astilleros junto a Valaeno y sus hermanos Jorgeny Víctor, los hijos de Daemon; el pequeño Corwyn se unía a sus primas, Ceryce le hablaba de su madre todo lo posible. Cuando la noticia de estas audiencias llegó a oídos de lord Rogar, se puso fuiroso y llegó a preguntar a lord Daemon si se podría utilizar la flota de los Velaryon para impedir que esos señores pelotilleros se arrastraran hasta Rocadragón a ganarse el favor del niño rey. La respuesta de VElaryon fue contundente.

—No— la Mano se lo tomó como una muestra más de falta de respeto.

—¿Tu padre no tendrá problemas?

—Lord Rogar tendrá problemas si le hace algo a mi padre— respondió al cargar a su sobrina—. Celtigar podrá ser un idiota, pero es más devoto a mi padre que a la Corona y no saldrá barata la afrenta.

—Deberían venir con nosotros a Roca Casterly.

—No, Señora, podremos tener audiencia en Rocadragón cuando mucho.

—A Corwyn le hará bien— llevaba al pequeño dormido.

—Gracias por todas las atenciones a mi hijo, ni los reyes se han preocupado tanto.

—Aemon y Aerea amaban a su madre y es gracias a ella que he logrado esto— refiriéndose a su familia—, es lo menos que puedo hacer por la descendencia de la Reina Dragón.

—Por lo menos se nos permitió estar durante el funeral...

—...y mi esposo tuvo el honor de encender la pira.

—Iré, cuando usted se convierta en Reina de la Roca.

—Ansiaré verlo ahí junto a su hijo... lleve el luto con honor y siga adelante— la Dama de Oro, aunque delgada, llevaba a su hija y a su sobrino, uno en cada brazo, pues sabía que su cuñado tendría audiencia con los reyes.

Ni la devoción religiosa ni la lujuria habían logrado romper el vínculo entre Jaehaerys Targaryen y Alyssane. Es más, los rumores sobre el matrimonio del rey empezaban a propagarse, todo gracias a Valaeno y Aemon. Demasiados hombres habían presenciado la confrontación en las puertas del castillo, los señores que habían visitado Rocadragón posteriormente se habían dado perfecta cuenta de la presencia de Alyssane junto al rey y del claro afecto que se mostraban. Rogar Baratheon podía amenazar con arrancar la lengua, pero nada podía hacer contra las habladillas que se extendían por el reino e incluso al otro lado del mar Angosto, donde sin duda los magísteres de Pentos y los mercenarios de la Compañía Libre disfrutaban con las historias que relataba Coryanne Wylde.

El Pálido y el ValerosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora