XII

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Al rey Jaehaerys no le preocupaba de qué casa procediera su altísima santidad, ni que fuera de noble o baja cuna; su única parcialidad era que se eligiera a un excepcionalista

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Al rey Jaehaerys no le preocupaba de qué casa procediera su altísima santidad, ni que fuera de noble o baja cuna; su única parcialidad era que se eligiera a un excepcionalista. El Septo Estrellado no debía volver a cuestionar la tradición de los Targaryen del matrimonio entre hermanos. Deseaba que el nuevo Padre de los Fieles convirtiese al Excepcionalismo en dogma de la Fe, y aunque no ponía objeción alguna al hermano de lord Donnel, ni al resto de su linaje, ninguno de ellos se había pronunciado sobre la cuestión de modo que...

Tras horas de debate se llegó a una entente, que se selló con un gran banquete en el que lord Donnel alabó la sabiduría del rey mientras le presentaba a sus hermanos, tíos, sobrinos y primos los Máximos Devotos de toda la urbe se congregaron en el Septo Estrellado a fin de elegir al nuevo pastor, con agentes de lord Hightower y del rey de infiltrados, en secreto para la mayoría. Se requirieron cuatro votaciones. El septón Mattheus se impuso en la primera, como era de esperar, si bien carecía del número de votos necesario para hacerse con la Corona de Cristal. Después, sus cifras fueron menguando con cada votación, mientras ascendían otros nombres.

Nadie se quedó más perplejo ante la elección que el septón Alfyn que el propio septón Alfyn, que se encontraba en Vado Ceniza cuando le llegaron las nuevas. Viajando en litera, tardó más de una quincena en arribar a Antigua. Mientras aguardaba su llegada, Jaehaerys aprovechó para visitar Bandallon, Tres Torres, las Tierras Altas y Colmenar. Incluso voló con Vermithor hasta el Rejo, donde cató los más afamados caldos de la isla. La reina Alyssane se quedó en Antigua, mandó carta a sus hermanos, en espera de obtener respuesta. Las Hermanas Silenciosas la acogieron en su casa madre para una jornada de oraciones y contemplación. Pasó otro día con las septas que cuidaban de los enfermos y desposeídos de la urbe.

Durante tres días se perdió en la gran biblioteca de la Ciudadela, de la que tan solo salía para asistir a conferencias sobre los dragones de guerra valyrios, la aplicación de las sanguijuelas y las deidades de las Islas del Verano. Después agasajó con un banquete a los archimaestres reunidos en su propio refectorio, y aun se atrevió a sermonearlos.

—De no haber sido reina, me habría gustado ser maestre: leo, escribo, pienso, no temo a los cuervos... ni a un poco sangre. Hay otras mozas de alta cuna que sienten lo mismo. ¿Por qué no admitirlas en su Ciudadela? Si no pueden soportarlo, envíenlas a casa, tal como hacen con los mozos que no son bastante avispados. Si dieran una oportunidad a las jóvenes, se sorprenderían muchísimo del resultado.

Los archimaestres, no queriendo contrariar a la soberana, sonrieron ante sus palabras, menearon la cabeza y le aseguraron que tendrían en cuenta su propuesta.

Cuando el nuevo Septón Supremo llegó a Antigua, guardó vigilia en el Septo Estrellado y, tras ser debidamente ungido y consagrado a los Siete, y arrumbar su nombre terrenal y todos sus lazos mundanos, bendijo al rey Jaehaerys y a la reina Alyssane en una solemne ceremonia pública. La Guardia Real y unos cuantos cortesanos se habían reunido para entonces con los monarcas, de modo que estos decidieron regresar por las Marcas de Dorne y las Tierras de la Tormenta. Se siguieron visitas a Colina Cuerno, Canto Nocturno y Refugionegro.

La reina Alyssane halló este último lugar especialmente acogedor. Aunque su castillo era pequeño y modesto en comparación con los grandes alcázares del reino, lord Dondarrion era un espléndido anfitrión, y su hijo Simon tañía el arpa tan bien como combatía en las justas, de modo que entretuvo a la regia pareja por las noches con baladas tristes sobre desamores y reyes caídos.

Los Máximos Devotos le habían brindado al Septón Supremo que deseaba; la doctrina del Excepcionalismo sería un dogma de la Fe, y había llegado a un acuerdo con los poderosos Hightower de Antigua, pero tales victorias se le habían transformado en hiel dentro de la boca con la desesperanza. No obstante, Jaehaerys no era muy propenso a dar demasiadas vueltas a las cosas y, tal como haría en muchas ocasiones durante su largo reinado, se sacudió los pesares y se sumergió en la gobernación de su reino.

El verano había dado paso al otoño, y las hojas caían por todos los Siete Reinos. Había surgido un nuevo Rey Buitre en las Montañas Rojas; el mal de los sudores había irrumpido en las Tres Hermanas, y Tyrosh y Lys estaban abocadas a una guerra que, casi con seguridad, afectaría a los Peldaños de Piedra e interrumpiría el comercio. Era menester lidiar con todo aquello, y a lidiar se puso.

La reina Alyssane encontró una solución diversa: tras perder comunicación con su único hermano, halló solaz en su hija, aunque aún no había crecido tanto, la princesa Daenerys ya hablaba bastante desde antes de su primer día del nombre, pasado por arrastrarse, gatear y andar a correr.

—Tiene prisa esta niña— decía su ama de crianza a la soberana.

—La princesita era una niña feliz, inmensamente curiosa y muy intrépida, una delicia para cuantos la conocían. Tanto encandilaba a Alyssane que, durante un tiempo, empezó a faltar a las sesiones del consejo, ya que prefería pasarse los días jugando con su hija y leyéndole los cuentos que le había leído ella a su madre.

—Es tan inteligente que dentro de poco me leerá ella a mí— dijo al rey—. Va a ser una gran reina, lo sé.

—O consorte del Rey de la Roca.

—¿Disculpa?

—Tenemos un nuevo sobrino: Tywin Lannister.

—Él será el príncipe consorte de nuestra futura reina Daenerys Targaryen.

La reina salió de ahí decidida a mandar cuervo a su hermano con felicitaciones, con un carruaje lleno de presentes para el nuevo prínciep. Pero pronto llegaron, fueron devueltos a la corte. Lyman Lannister no quería nada de unos soberanos que les habían dado la espalda de ese modo. Ya habían pasado varios meses del parto, por lo que tampoco pudieron ocultar por mucho tiempo que la Dama de Oro estaba de nuevo en cinta. Aemon y Ceryce volaron sobre el Mar Angosto a modo de festejo. Mandaron un barco por Valaeno y Corwyn, para hacer los festejos, para ceremonias y tributos.

—Se ve tan radiante, mi Señora.

—Usted se ve repuesto— acarició su rostro.

—Hermano— Aemon lo abrazó—. Bienvenido.

—Ae'— llamó Corwyn alzando las manos para llamar su atención.

—Valaeno, le presento a su nuera: Janei Lannister.

El Pálido y el ValerosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora