XX

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Sin embargo, los Reyes de la Roca fueron de los últimos en morir, ni siquiera se veían enfermos días atrás. Primero se guardó luto a todos los muertos y a todos se los echó de menos, pero inmediatamente después de su fallecimiento, la pérdida de Qarl Corbray fue la más llorada. Con su comandante bajo tierra y muchos agentes de la Guardia de la Ciudad infectados y con escalofríos, las calles y callejas de Desembarco del Rey cayeron presas de la delincuencia y las costumbres licenciosas. El rey Jaehaerys se encomendó a su Guardia Real y a los caballeros de su casa restablecer el orden público, aunque eran pocos y pronto no tuvo más remedio que retirarlos.

En pleno caos, su alteza perdería a otro de sus señores, aunque no debido a los escalofríos, sino a la ignorancia y el odio. Rego Draz jamás había residido en la Fortaleza Roja, si bien había amplio espacio para él y el rey se lo había ofrecido numerosas veces. El pentoshí prefería su mansión de la calle de la Seda, dominada por Pozo Dragón, encaramado a la Colina de Rhaenys. Aquel día aciago, una docena de los menos recomendables habitantes del Lecho de Pulgas perseguían un cochinillo por un callejón cuando se toparon con lord Rego, que recorría aquellas calles. Algunos iban beodos y todos llevaban hambre. El guarro se les había escapado. La visión del pentoshí los enfureció, ya que todos, unánimemente, culpaban de la carestía al consejero de la moneda. Uno llevaba espada; tres, puñales. Los demás tomaron piedras y palos, se enjambraron en torno al palanquín, espantaron a los porteadores de lord Rego y dieron por tierra con señoría. Los viandantes declararon que gritaba impetrando auxilio con palabras que ninguno logró comprender. Cuando el consejero elevó las manos para repeler los golpes que le llovían, con oro y gemas brillando en todos sus dedos, la agresión se tornó más frenética aún.

—Es un pentoshí, son los bastardos que nos trajeron los escalofríos.

Tras el grito de una mujer, un hombre arrancó un adoquín de la calle recién empedrada por orden real y golpeó con él la cabeza de lord Rego una y otra vez, hasta que no quedó de ella sino un bermejo amasijo de sangre, sesos y hueso. Los espías de los Reyes de la Roca les informaron lo que había ocurrido poco antes del deceso; tardaron más en llegar a sus dragones que en volar a la capital a solucionar el problema. Así rindió el alma el Señor del Aire, con el cráneo aplastado por uno de los mismísimos adoquines con los que había ayudado al rey a pavimentar las calles. Aun entonces, sus agresores no habían acabado con él. Antes de huir lo despojaron de sus finos ropajes y le rebanaron los dedos para hacerse con los anillos. Cuando se tuvo noticia en la Fortaleza Roja, el propio Jaehaerys Targaryen acudió a reclamar el cadáver rodeado de su Guardia Real. Tan airado quedó ante lo visto que ser Joffrey Doggert narraría más adelante.

—Cuando le miré el rostro, durante un instante me pareció estar viendo a su padre— la calle estaba plagada de curiosos llegados a ver a su rey o a contemplar el sanguinolento cuerpo del cambista pentoshí. Jaehaerys volvió su caballo hacia ellos y les gritó.

—Denme el nombre de los hombres que lo perpetraron, hablen ya y serán recompensados. Contengan la lengua y la perderán.

Muchos mirones se escabulleron, pero una chiquilla descalza se adelantó y gritó un nombre. El rey le agradeció y ordenó que mostrase a los caballeros dónde podían dar con tal hombre. Los Reyes de Oro, Quenya y Sindarin rugieron y la gente corrió a esconderse, Ceryce y Aemon no salían de su reino a menos que fuera imperativo y ese momento era uno de esos, ya que se trataba de uno de sus amigos más leales. La Guardia ordenó a su rey volver al castillo lo antes posible, uno de ellos jaló a la niña, Tywin y Joanna ya habían sacado a los torturadores y verdugos del lugar con sus propias manos, pues era obvio que sus padres tomarían tajada del asunto. Apenas llegó Jaehaerys a la Fortaleza Roja cuando la Reina abrió sus fauces y, sintiendo el odio y la rabia de su jinete, no hubo necesidad de que hablara, Desembarco del Rey comenzó a arder en llamas, el Rey le siguió y los dragones danzaron. Jaehaerys subió en Vermithor para enfrentar a su hermano y cuñada. Claro que la ciudad iba a caer, sin piedad alguna porque ellos no le tuvieron piedad al pentoshí.

El Pálido y el ValerosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora