Culpa

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Atención

Esta historia contiene escenas que podrían herir la sensibilidad del lector. Léase con discreción.

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De gran estatura, canoso, ojos oscuros, piel clara y reseca; de pocas palabras y cero amistades. Así soy.

Me ganaba la vida trabajando en un callcenter que pagaba lo suficiente para mandarle una mensualidad a mis padres y alimentarme de lo que sea que fuese de fácil preparación y pagar la renta, ya que vivía en un edificio casi vacío, un poco distanciado de la ciudad.

De niño fui excepcional en clase, aunque solo terminé la secundaria. No me interesaba ir a la universidad. En vez de eso, preferí hacer un curso intensivo de inglés y desde entonces mi mundo laboral dependía de ese idioma. 

Nunca tuve interés por formar relaciones sociales, mucho menos  amorosas. Eso significaría permitir que alguien invadiera mi espacio y tomara mi tiempo.

Y así la vida era monótona... Hasta que la conocí a ella.

Aquella mujer de estatura promedio, piel canela, abundante melena rizada y la singularidad de tener los ojos color esmeralda. Muy social, parlanchina y rebosante de energía. Genoveva, así se llamaba. 

Ambos en los treintas. Ella de treintaiuno y yo de treintaitrés. Pero, a diferencia de mí,  ella había vivido la vida al máximo. Culminó todos sus estudios y se convirtió en profesora. 

También había pasado por sin número de amores desde su adolescencia.

Sentimos una inmensa atracción. Sin embargo, yo no me atreví a nada, debido a la gran diferencia de carácter y temperamento que percibía en ambos.

Al final, no pude resistirlo más. Ella me hacía querer hacer todo lo que no me gustaba.

Al año siguiente, a través de una carta y un ramo de tulipanes blancos, le pedí fuese mi novia. Ella aceptó de inmediato. Y desde entonces hicimos lo imposible por entendernos y amarnos.

Contra todo pronóstico, al siguiente año me pidió matrimonio mientras veíamos unas obras en el museo. Solo dijo "deberíamos casarnos" y yo acepté.

El matrimonio fue lo más difícil. Nos amábamos, pero a veces parecía que nos odiáramos a muerte.

Ella me hacía feliz, así como me hacía sentir asfixiado. Yo la hacía feliz, así como provocaba su ira cada tanto.

Asi continuamos, discutiendo la mayor parte del tiempo, reconciliandonos y volviendo a discutir. Hasta que un gato derramó el vaso...

Sorpresivamente al tercer año de habernos casado, ella trajo un gato angora a nuestro apartamento y resultó ser que yo, sin saberlo, era alérgico a los gatos.

Tras descubrir eso, ella lloró desconsolada y enfurecida me dijo que nunca debimos habernos casado.

Preparó sus maletas diciendo que no se quedaría más, que ya estaba cansada y hasta divorciarnos se quedaría en casa de su amiga. 

No sabía qué sentir, cómo actuar ni qué decir, así que no la detuve y la dejé ir.

Cuando estuve sentado en el sofá, y ella con sus maletas se detuvo en la puerta, debí levantarme y tomar su mano. Detenerla. Pero no lo hice...

Esa misma noche Genoveva tuvo un accidente automovilístico, falleciendo al instante. 

Cuando me enteré del incidente, también me dijeron que tenía diez semanas de embarazo.

No sabía qué hacer con la impactante noticia. Solo llevé mis manos a la cabeza sin poder creerlo.

Ella no me había dicho nada. Por mi culpa no habló... Teníamos peleas todo el tiempo, seguro por eso no lo hizo.

Me sentía muerto en vida porque pude haberla detenido y hoy día ni ella ni el bebé hubiesen muerto...

No solo la había matado a ella, también le arrebaté la vida a mi hijo.

Mil y unas formas de haber podido arreglar las cosas cruzó por mi cabeza.

Mil y unas palabras llegaron a mi mente y pude haber dicho... Pero ya era demasiado tarde.

Desde entonces,  aunque mi vida pareciera tranquila, mi espíritu vivía atormentado.

Desde ese día no he podido conciliar el sueño sin una miserable pastilla.

Ella es igual a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora