Cero abstinencia

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Después de lo que pasó ayer, intenté regresar a la rutina donde no estaba ella: Despertar, alistarme, prepararme el desayuno e ir al trabajo.

La evitaba en todo momento y solo fumaba cuando sabía que no estaba en casa. Con tal de no ver su rostro.

Pero eso solo me causaba algo de estrés y mal humor. Estaba enojado por nada, nervioso, aburrido y aún con todo pensaba en ella todo el tiempo. 

Quise incluso ver una película, hacía mucho que no encendía la televisión. No obstante, la sola idea de tomar el control remoto me detuvo. 

Todo me recuerda a ella.

Pasé  todo el día luchando conmigo mismo, intentando no volverme loco.

Fumaba dentro del apartamento, me mojaba la cara, comía y comía, y nada funcionaba.

Por más que quisiera tener la mente ocupada, ocupada ya estaba por ella.

No había un espacio donde no estuviera ella.

Desesperado, llevé mis manos a mi cabeza. Y en un ataque de ira empecé a tirar todos los retratos de Genoveva, empaqué su ropa, accesorios y zapatos en grandes bolsa junto con todos sus libros, todo lo que fuera de ella. Todo lo que compartía con ella tomé y acumulé en bolsas para tirarlas. 

Después de hacer aquello, me sentí aún peor... Triste... Vacío. Me odiaba a mi mismo.

Arrepentido y entre lágrimas, como si hubiese hecho algo horrible, volví de prisa a entrar todo. Volví a poner todo en su lugar, sin importar que los cristales que cubrían los retratos ya estuvieran rotos. 

Me tiré al suelo en medio de la sala y mientras miraba a la nada, me preguntaba una y otra vez, ¿por qué? ¿Por qué seguía despertando? ¿Por qué aún tengo un techo? ¿Por qué me alimento? ¿Para qué tengo trabajo? ¿Para qué regreso a casa? ¿Por qué yo y no ella?

Prefería estar en su lugar y cederle el mío.

Genoveva...

Los días merecían sus hermosos ojos y enorme sonrisa. Ella necesitaba brillar más que el sol mismo.

Ella merecía vivir en un mejor lugar, amplio y luminoso como su alma.

Ella merecía comer de lo más sencillo hasta lo más extravagante.

Seguro seguiría enseñando. Le apasionaba enseñar, amaba su trabajo. Merecía seguir trabajando, seguir haciendo lo que amaba.

Ella merecía todo lo bueno, todo lo mejor.  Todo lo perfecto porque ella era perfecta.

No eran defectos... Su forma de ser era perfecta.

Yo solo vi defectos... Y en ella no había ninguno.

Yo era el problema.  No ella...

¿Por qué?

Con los ojos hinchados de tanto llorar, la nariz congestionada, los labios secos y la garganta seca, me levanté como hoja que lleva el viento y solo se me ocurrió ir al balcón.

Ella no estaba...

Ella no está...

La necesitaba...

La necesito...

Entré por mi caja de cigarrillos y regresé apresurado para encender uno.

Me acerqué de su lado. Inhalé el humo, lo sostuve y lo expulsé. Una y otra vez lo hice, con tal de incitarla a salir.

Por favor.

Inhalé.

Por favor.

Sostuve y solté el humo de su lado.

Quiero verte...

Volvi a repetir lo mismo hasta terminar la caja completa.

Por favor.

Ya solo quedaba la colilla y aún así continué, una y otra vez hasta que terminó quemándome los dedos.

A este punto ya no me importaba nada. La tuve y la perdí. Volvió a mí y no la dejaré ir. 

Ella es igual a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora