¿Identicas?

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El paquete de cigarros cayó de mi mano. Así también, mis piernas flaquearon y caí sobre mis glúteos.

—¿Se encuentra bien?—me preguntó aproximándose, preocupada.

No dejaba de mirarla, cada detalle suyo era igual a ella.

Aunque sentí que todavía no podía sostenerme, hice el esfuerzo de levantarme y entrar apresurado.

Mis latidos se aceleraron, así como mi respiración. Temblaba y sentía que me dolía la cabeza, que me dolía el pecho. Me sentía mareado y confundido.

¿Qué acababa de ver? ¿Era eso siquiera posible? ¿Ser tan idéntico a una persona?

Si no hubiese visto a Genoveva en el ataúd y descender a la fosa aquel día, diría que volvió a la vida.

Me tomó horas recurar la compostura. Sin embargo, mi cabeza estaba llena de preguntas. La curiosidad me carcomía. Necesitaba una explicación a esto...

No estaba alucinando, la casera me lo dijo. Me dijo que había alguien idéntica a mi esposa. Por lo tanto, no es una alucinación. Estoy despierto.

—Estoy...—decía mirando mi rostro empapado en el espejo del lavamanos— despierto.

No era un sueño, no era una alucinación. Era real, esto es real.

Tomé valor y regresé al balcón. Ella ya no estaba; de su lado no se escuchaba nada y las luces estaban apagadas. Quizás estaba dormida y aún así esperé y deseé que saliera. Quería verla un poco más... Una vez más. Pero eso no pasó.

Sentí ganas de cruzar hasta su lado, entraría con sigilo y solo miraría para salir de las dudas.

Lo único que me detuvo fue la altura, si intentase cruzar y resbalara, definitivamente sería la última vez que la vería.

No debía precipitarme, pero necesitaba respuestas. Así que rápidamente fui al ordenador para encontrar alguna explicación.

Las informaciones que encontraba decían que según estudios, la probabilidad de que dos personas compartieran rasgos faciales exactos era menos que uno de cada un billón.

Otros decía que podía haber parecidos, pero no exactos.

Algunos se iban más lejos y hablaban de una posible reencarnación. No obstante, era la esencia de la persona la que empezaba una nueva vida. Que era casi imposible que en la nueva vida se viese igual al anterior, podía tener ciertos rasgos y comportamientos, pero el mismo físico era improbable.

Pasé toda la noche despierto investigando, me di cuenta que era de día debido al despertador.

Los ojos me ardía y mi corazón seguía palpitando con rapidez. Aún así, fui a prepararme y repetir la misma rutina de siempre antes de salir.

—¡Buenos días, vecino!—escuché y ni siquiera me atreví a mirar. Me quedé allí parado, de espaldas, agarrando la perilla de la puerta—. ¡Qué tenga un buen día!—dijo, pasando a mi lado.

Giré la cabeza ligeramente y pude ver su espalda. Su melena estaba recogida en una cola, su piel canela estaba cubierta de sudor y llevaba ropa deportiva.

Entró a su casa y fue ahí donde sentí que había recuperado el aliento.

No estaba soñando, no estaba alucinando. Era real... Ella es real.

Empecé a temblar otra vez, el dolor de cabeza y dolor de pecho se hicieron presentes, pero con menos intensidad. Respiré profundo y solté el aire por la boca, una y otra vez hasta calmarme, y seguir mi camino.

No sabía qué pensar, mi mente estaba en blanco.

Mi cuerpo se movía solo hasta el trabajo, pero mi espíritu ya no se encontraba en él.

Me fue pésimo en el trabajo por no prestar atención a lo que hacía. Regresé sin haber comido nada en todo el día y me encontré con una acalorada discusión en el piso.

Me quedé en las escaleras, pues no quería pasar un momento incómodo.

Al parecer se trataba de sus padres, le pedían que volviera a su casa. Y ella les repetía que ya era mayor, que haría su vida, que ya estaba cansada de vivir bajo reglas.

Se escuchó como azotó la puerta y luego los pasos que se aproximaban a las escaleras.

Me dispuse a subir, cabizbajo. Y ellos pasaron a mi lado.

Llegué hasta mi puerta y entré a la casa con el solo pensamiento de que quería verla de nuevo.

Flashback

Nos encontrábamos acostados, desnudos y sudorosos.

Ella descansaba su cabeza en mi pecho, tratando de recuperar el aliento. Y yo, a pesar del calor, la abrazaba.

El querer casarnos y de inmediato ir a comprar los anillos, nos tenía eufóricos. No encontramos otra manera de dejar salir toda la emoción de muy pronto ser uno ante la ley y decidimos unir nuestros cuerpos.

Todo fue tan rápido que apenas lograba asimilarlo.

Tomé su mano y observé lo hermoso que le quedaba la plata.

—Veva... —la llamé.

—Dime, cariño.

—Tus padres...—aunque ella me haya pedido matrimonio, no quitaba el hecho de que yo debía pedir su mano—debo verlos.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Para qué?—me preguntó, levantando la cabeza para mirarme.

La miré y luego dirigí la mirada a su anillo, acariciando este y dejando entender lo que quería decir.

—No... No hay porqué decirles. Yo no les importo en absoluto.

—Aún así...

—No. ¿Para qué? No me buscaron ni una sola vez desde que me echaron de su casa. ¿Les va importar que me case? Por favor, no pierdas tu tiempo.

Ella es igual a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora