Dos años no me bastaban para olvidarme de ella.
No podía deshacerme de su ropa, de sus retratos ni del anillo en mi dedo.
Sabiendo que nunca volveríamos a estar juntos, al menos podía conservar todo lo que fue de ella.
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Me daban los domingos, y otro día, libre a la semana, así que los aprovechabamos para el aseo, lavandería e ir al supermercado. Aunque a veces solo era sentarnos a ver una película, cada quien leer un libro o ir al parque.
Desperté a la misma hora y miré al lado izquierdo de la cama donde ella se acostaba. Cada mañana se despertaba primero, esperaba que yo hiciera lo mismo y luego me besaba, y yo me quejaba de su mal aliento.
Me levanté y limpié la lagaña de mis ojos, mientras me dirigía al baño para lavarme la cara y cepillarme. Al salir, fui a la cocina para prepararme cereal y eso desayunar.
Luego lavé los platos que había dejado en el fregadero en la noche, junto con el bol de esta mañana.
Volvi a la habitación para tender la cama, recoger mi ropa tirada, poner en el canasto de la ropa sucia los que lo estuvieran y entonces empezar a asear la casa.
Al terminar, fui a darme un baño para ir a la lavandería. Eso significaba pasar un buen rato esperando que la ropa estuviese lista y escuchar, por desgracia, los chismes en el local.
Cuando estuvo lista la ropa, volví a casa, puse cada cosa en su lugar y me dispuse a preparar unos fideos instantáneos para el almuerzo. Después de comer, salí a caminar. Evitaba los sitios muy transitados e incluso subir a un vehículo. Prefería ir a pie a cualquier parte.
Llegué al parque donde siempre solíamos ir. Me senté en la banca donde siempre solía sentarme y observaba el paisaje recordando como corría como niña pequeña de un lado a otro y me invitaba a correr con ella.
Recordaba cómo se emocionaba cada vez que pasaba el camión de helados y ella era la única adulta entre los niños pidiendo un helado de fresa y otro de caramelo para mi. Según ella, me endulzaria la vida.
A la misma hora, el camión de helados apareció y me levanté, esperé que los niños terminaran de comprar y pedí un helado de fresa y otro de caramelo. Volví al banco, dejé el suyo sobre este y probé el mío.
-Frío -. Dije y casi podía escuchar su voz diciendo "dulce" y luego reír para mostrarme que las nubes tenían forma de animales y hasta rostros.
Estuve un buen rato observando, con los ojos aguados y un nudo en la garganta hasta que las nubes desaparecieron y el cielo se llenó de estrellas.
Su helado se habia derretido y el mío ya se había acabado. Me levanté y tiré a la basura los envases para entonces ir al supermercado y comprar más sopa instantáneas, cereal, leche y cigarrillos.
Regresaba a casa con las bolsas en mano y de inmediato fui interceptado por aquella mujer de algunos sesenta y tantos. Siempre tenía los cabellos enrrolados, andaba en bata y chanclas de goma. Era la casera.
Pensé que me iba a pedir la renta antes de tiempo, pero no. Solo venía a contarme que por fin había una nueva inquilina y que eligió vivir en el segundo piso. Decía que inquilina se parecía mucho a mi esposa, tanto que pensó que era ella y tuvo que tomarse un calmante.
Me era imposible de creer y me sentí ofendido con sus palabras. Con mi expresión le dije todo lo que tenía que decir y solo se hizo a un lado para dejarme pasar.
Estaba tan disgustado que ni bien entré, busqué mi caja de cigarros y salí al balcón para desestresarme.
Llevé el cigarrillo encendido a mis labios, inhalé, sostuve el humo caliente dentro de mi boca para después expulsarlo y repetir lo mismo una y otra vez, dando grandes suspiros hasta sentirme más calmado.
-Vecino, buenas noches- dijo una voz que provenía del balcón de al lado- . ¿Le importaría no fumar? Es que soy asmática. ¡Y discúlpeme! Me siento avergonzada por causarle problemas y siendo una recién llegada.
Haciendo caso a su pedido apagué la colilla.
—¡Y discúlpeme!— volvió a decir.
Volteé a verla—. No...— Iba a decir que no era nada, pero de mí no salieron más palabras.
Una joven mujer de piel canela, estatura promedio, abundante melena rizada, me miraba con sus ojos color esmeralda y una enorme sonrisa.
—Un gusto, me llamo Esmeralda. Me acabo de mudar hoy.
—No puede ser...—lo único que dije, quedando atónito.
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Ella es igual a ella
Teen FictionJuan es un hombre de cuarenta años que empieza a desarrollar una obsesión por una joven universitaria al ver que ella se ve idéntica a su difunta esposa. Me vi en la obligación de reescribir esta historia. El nombre sigue siendo el mismo, pero la p...