Un día sábado de otoño como tantos otros el hermano mayor, Abel, despierta temprano a Carlos para jugar GTA luego que su madre se va al trabajo. Planean dejar dormir a su hermana Brisa hasta tarde, por lo que, sin hacer ruido, se sientan a las 8 de la mañana en el living a jugar videojuegos en el sillón blanco de tres cuerpos que compró mamá hace un año aproximadamente, cuando entró a trabajar como vendedora todas las mañanas de lunes a sábado de 8 a 14 horas en un centro comercial.
Brisa se despierta cerca de las 10 de la mañana por un ataque de tos de uno de los chicos y camina hacia el living con los shorts azules de algodón que utiliza a modo de pijama y una camiseta de tirantes sin sujetador un poco más clara que los shorts que en días fríos hace que se noten sus pezones pequeños. Los shorts le quedan un poco sueltos a la altura de la cintura, pero se sostienen con seguridad usando una amarra y apoyados en sus caderas anchas. Cuando avanza a contraluz su cabello castaño se ve como fuego y la pequeña separación en la parte alta de su entrepierna parece que iluminase todo.
— ¡Hola, dormilona! — saluda Abel. — En el refrigerador hay pizza de la cena, si quieres, para desayunar.
— No, gracias, hermanito — dice Brisa dándole un beso en la cabeza rapada al mayor mientras lo sujeta cariñosamente desde atrás con ambas manos. — Buenos días, ¿Escuché que tosías?
— Me atoré con un maní, nada grave — responde Abel minimizando el incidente.
— Voy a buscar... ¡Hola! — se interrumpe para saludar a Carlos con un abrazo y un beso en la mejilla con un poco de barba. — ... una manzana. ¿A qué jugáis?
— ¡Hola! Autos — dice Carlos mientras la hermana se aleja unos metros hacia el cuenco con fruta que está sobre la mesa.
— ¿Es ese donde se follan prostitutas en autos caros? ¿El pu-te-á? — dice Brisa sentándose entre ambos mientras muerde la manzana roja jugosa que tiene en su mano derecha, impregnando todo con aroma a fruta.
— ¡Ge-te-á! Sí, ese, pero este es otro nivel — replica Abel disparando a toda velocidad mientras Carlos conduce.
— ¿Por qué no pondrán prostitutos negros? Me haría ilusión —se dice a sí misma Brisa en voz alta.
— Eres una cerda, hermanita — dice Carlos riendo.
— No, es solo que me parece poco diverso ¿Puedo jugar? — pregunta ella mordiendo su manzana otra vez.
— No — responde Carlos, seco.
— Vas a perder, no es tan fácil como aparenta — opina Abel.
— ¡Qué pesados sois! — dice Brisa dejando la manzana sobre el sillón y apoyando sus dos manos en el brazo de Carlos para pararse dejando el culo a pocos centímetros de la cara de Abel.
☆☆☆
Debió ser hace muchos años cuando empezó un juego al que llamaban "de quién es este culo". Cuando estaban los tres solos, los chicos le tocaban el culo a su hermana y le daban nalgadas preguntando ¿de quién es este culo? y ella respondía "mío". Era un juego tonto y sin mucho contenido, más bien una excusa para manosear a la hermana impunemente y que a los tres les parecía algo normal en ese momento, aunque después, a medida que crecieron, dejaron de hacerlo.
☆☆☆
Abel no pudo evitar recordar los juegos de niños al ver a su hermana a corta distancia y estiró su mano.
— ¿De quién es este culo, hermanita? — dice Abel, juguetón, al momento que da una palmada suave a la nalga derecha de Brisa y siente el culo blanco, suave y bien formado de su hermana.
— ¡Imbécil! — grita ella girándose muy rápido, como movida por un rayo, y le asesta una cachetada a mano abierta en la cara. — ¡Que ya no somos críos, estúpido! — dejándole la cara volteada hacia un lado y roja por el golpe mientras su grito retumba en la habitación.
En silencio, Abel se pone de pie y camina, incrédulo de lo que acaba de pasar, hacia el baño a mirarse en el espejo, dejando su mando abandonado encima del sillón.
— ¡Toma el mando! ¡Juega! ¡Rápido! — indica Carlos preocupado, viendo que está a punto de perder por haber quedado sin compañero.
La chica toma el mando y se sienta en posición de loto, con las piernas cruzadas para jugar. Empieza a hacer movimientos aleatorios con cierto porcentaje de éxito hasta que vuelve Abel del baño, caminando en silencio, lentamente, terminando de encajar las piezas de un rompecabezas dentro de su cerebro que lo cambiará todo.
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Falda roja, cara roja
General FictionEs mi culpa. No debí serle infiel a David. No debí ir a la casa de Fabiola y Hugo. No debí salir escondida esa noche de viernes. No debí saltar por la ventana. No debí cortar la llamada con David haciéndome la dormida.