Bien jugado, Abel. Respondiste a mi bofetada con una puñalada trapera en los intestinos. No voy a aceptarlo nunca, pero me tienes en tus manos, cabecita de mierda. Si existiera el comando deshacer en la vida real lo usaría sin dudarlo. Querría volver a cuando era viernes, retroceder el tiempo 24 horas, y borrar la huella de ese día. Y sobre todo esa noche.
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— No, de verdad que no puedo. Mi mamá se levanta temprano los sábados y me matará si llego tarde hoy. Además, los viernes hablo con David por videollamada desde Cartagena.
— Siempre David... Diviértete un poco, Brisa. Así puedes conocer a mi novio Gastón — dice Fabiola moviendo su pelo corto rizado.
— Pero amiga, ¿No se llamaba Esteban? — tratando de seguirle el ritmo a Fabiola y sus novios.
— Eso fue la semana pasada — sonríe apretando el piercing rojo de su lengua con los dientes blancos, que contrasta con su piel negra radiante que tanto le gusta a los chicos.
— Eres una putilla, Fabiola — dice Brisa riéndose. — ¿Quién más va a estar?
— Sí. Va a estar Hugo — responde Fabiola.
— No pregunté eso. Tu hermano ya no me gusta. Eso es historia antigua.
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Es mi culpa. No debí serle infiel a David. No debí ir a la casa de Fabiola y Hugo. No debí salir escondida esa noche de viernes. No debí saltar por la ventana. No debí cortar la llamada con David haciéndome la dormida.
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— Me pegué con la bicicleta ayer. Así que borra esa foto ahora — exige Brisa con la voz temblorosa.
— No, Brisa. Eso no cuela — dice Abel negando con la cabeza. — Y buena suerte con convencer al putero de que una bicicleta te clavó los dientes.
— Sí, son dientes, Brisa — dice Carlos inclinándose para mirar los muslos a la hermana más de cerca, con descaro.
— ¿Qué miras, baboso? — dice Brisa tapándose las piernas con un cojín.
— No la voy a borrar — dice Abel firmemente.
— ¡Envíala luego y termina de cagarme la vida! — grita Brisa al borde de la desesperación.
— Pero Brisa, todavía no la envía. ¿Estás dispuesto a negociar, Abel? — pregunta Carlos intentando ser conciliador.
— ¿Por qué no? ¿Qué ofrecerías, Brisa? — dice Abel abriendo una pequeña posibilidad.
— Tengo algunos ahorros ¿Quieres dinero? Te puedo cocinar una semana o lavarte la ropa — ofrece Brisa.
— No necesito dinero — indica Abel. — Y me es indiferente quien cocine o lave la ropa, son tareas que se van a hacer de todos modos. No sé. Quiero algo que nunca haya tenido.
— ¿Una cita con Fabiola? Es mi mejor amiga. Puedo asegurar que aceptará y lo pasarás muy bien — sugiere Brisa.
— Follarse a Putiola es más fácil que lavar la ropa en la lavadora — dice Abel ya perdiendo un poco la paciencia y dispuesto a enviar la foto para hacer sufrir a su hermana por la cachetada que le dio. Acerca su dedo al botón enviar y comienza la cuenta regresiva. — Lo siento hermanita, ¡TRES!
— ¿Qué mierda quieres? ¿Tocarme el culo sin que te dé un guantazo? — dice Brisa desesperada yendo lo más lejos que puede con su sugerencia.
— Algo que nunca haya tenido... ¡DOS! — dice Abel.
— Abel, Brisa, paren — interrumpe Carlos tapando el móvil de Abel con una mano y la palma de la otra mano extendida hacia Brisa en señal de alto. — Tú no sabes qué quieres, pero te sentiste humillado y muy en el fondo lo que quieres es desquitarte. Y tú, Brisa no sabes qué ofrecer, pero estás dispuesta a todo. Les propongo un trato.
— ¿Qué? — pregunta Abel, igual de ofuscado que antes, pero reconociendo que el hermano menor ha leído bien la situación.
— Esclavitud total — propone Carlos. — Puedes desquitarte todo lo que quieras por un tiempo limitado. y tú, Brisa no nos va a poder decir que no a ninguno de los dos durante el tiempo que dure el trato.
— ¿Voy a ser esclava tuya también, Carlos? — pregunta Brisa sorprendida por el plural.
— Sí, porque demostré que soy el único capaz de sacarte del lío en el que te metiste — aclara Carlos - ¿Brisa? ¿Abel?
— ¿Cuánto tiempo? — pregunta el hermano mayor.
— Dos horas y luego se borra la foto — sentencia Carlos.
— Ya, pero no vayan a... — dice Brisa intentando poner reglas a su esclavitud.
— Acepto el trato — interrumpe Abel. — Pero sin ninguna condición de tu parte, hermanita. ¿Aceptas? — le dice ofreciendo la mano.
— Está bien... — duda Brisa, pero aceptando que tiene demasiado que perder. — No puede ir tan mal. Hermanito — dice con sorna extendiendo la mano de su hermano mayor.
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— Pasa, Brisa, ¡qué bueno que te dejaron salir! — dice Fabiola al recibir en su casa a su amiga que viene con una falda corta roja y un top al tono. Es pasado la medianoche y hay algunos vasos vacíos sobre la mesa.
— No me dieron permiso ¡Me arranqué! — le confiesa Brisa a su amiga.
— ¡Amiga! — exclama Fabiola sorprendida, riéndose.
— ¿Qué hacen? ¿Llegué muy tarde?
— Solo estamos Gastón, Hugo y yo. Estamos jugando juegos de mesa. ¿Nos acompañas?
— Claro, amiga.
Brisa sigue el culo redondo de Fabiola que parece un animal enjaulado a punto de salir por los leggins negros que combinan con una camiseta transparente que deja ver su sujetador a tono. Llegan hasta un patio bien iluminado. Hay una mesa con un tablero, fichas y cartas. Hugo se levanta y besa a Brisa cerca de los labios.
— A Hugo ya lo conoces y él es Gastón, mi novio. Hoy cumplimos dos semanas. Ella es mi mejor amiga, Brisa — dice Fabiola.
Gastón y Brisa se saludan, pero en la mente de la chica las cuentas no cuadran: la semana pasada Fabiola estaba con Esteban. Aunque de Fabiola puede esperarse cualquier cosa.
— ¿Qué juegan? — pregunta Brisa.
— Strip Poker — le responde Hugo, bromista, mostrándole su sonrisa perfecta a Brisa, su piel oscura y esos labios con aroma a tabaco que le robaron su primer beso cuando niña.
— Catán — corrige Gastón el chico de pelo largo con coleta, rubio, alto, de gimnasio y con camiseta ajustada, novio de esta semana.
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Falda roja, cara roja
General FictionEs mi culpa. No debí serle infiel a David. No debí ir a la casa de Fabiola y Hugo. No debí salir escondida esa noche de viernes. No debí saltar por la ventana. No debí cortar la llamada con David haciéndome la dormida.