Mientras Carlos ordena los labiales en el baño planea su próximo reto para Brisa. Tiene lo del labial, que para algo vino a buscarlo, pero a continuación quisiera algo que su hermano no pudiera interrumpir, como lo hizo cuando él le besaba el cuello a Brisa. Ella no puso objeciones al sentir sus labios contra su piel y estaba seguro que podría haber ido mucho más lejos si no hubiese llegado Abel con la dichosa bufanda que usó para atarla.
La idea que tuvo Abel de amarrarla era buena: necesitaba un solo elemento, que estaba en la misma habitación y no estos putos labiales, piensa mientras termina de ponerlos dentro de la caja.
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— Besa a Koalita — dice Carlos en su fantasía apuntando al peluche tamaño gigante sentado en un costado de la cama de Brisa.
— Démosle un giro. Ponte el labial que trajo Carlos y bésalo como una callejera — sugiere Abel en los pensamientos de Carlos.
Brisa, en la fantasía, le quita el labial de las manos a Carlos y se lo coloca rápidamente, pero con precisión en sus labios.
— Las callejeras no besan, atontado — dice Brisa, mirando a Abel con desprecio en los pensamientos de Carlos, mientras sube a Koalita a la cama. — Mira y aprende — pronuncia provocadora, doblando la apuesta y sentándose con las piernas abiertas encima del peluche para abrazarlo y besarle el cuello con pasión.
En la fantasía de Carlos, ella toma la iniciativa bajando por el cuerpo peludo de Koalita y toma suavemente la manito del peluche para colocarla detrás de su cabeza, simulando que el peluche la empuja hacia abajo. Baja más y más hasta enseñar a los chicos una creíble escena de Koalita forzándola a hacerle una felación que mancha las partes bajas del peluche de rojo intenso.
Brisa se limpia la boca con un gesto vulgar, mirando a Carlos directo a los ojos y se sube arriba de Koalita, abrazándolo con las piernas y dando la espalda a la puerta para comenzar a moverse como si el peluche se lo estuviera haciendo en medio de una tormenta de gemidos imaginarios que se suceden en la cabeza de Carlos.
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Carlos sale por fin del baño llevando el labial más rojo que encontró. Camina rápidamente y sólo se distrae en el pasillo para observar una foto de Brisa que cuelga en el pasillo, recordando su reciente baile sensual y la sensación que le provocó haber estado tan cerca de besarla. Su corazón late con fuerza por la anticipación al ver la puerta de Brisa.
Al llegar a la puerta entreabierta de la habitación de su hermana, lo primero que ve es la bufanda roja que la ataba, botada en el suelo. Levanta un poco la vista y se detiene al encontrar a su hermana, de espaldas a la puerta, sentada con las piernas abiertas encima de Abel, sus shorts a punto de explotar a cada movimiento y tapándose la boca para no gemir demasiado duro. Él la sostiene por los glúteos para ayudarla a subir y luego, al bajar, empuja sus caderas con fuerza arrolladora.
Carlos entra en la habitación y camina silenciosamente para que no noten su presencia. Avanza unos pasos para recoger la bufanda y da dos pasos más, oliéndola como si fuera un frasco de perfume cargado con el aroma de su hermana. Desde este nuevo ángulo puede ver cómo Abel besa los pechos desnudos de Brisa, quien no se ha quitado el sujetador rojo, sino que lo ha subido a la altura del cuello. Abel muerde sus pezones y todo indica que la fuerza con la que lo hace la estimula al máximo.
Carlos ve cómo Abel abre los ojos de par en par al notar su presencia, tratando de disimular su sorpresa para que Brisa no se dé cuenta. Carlos arquea sus cejas en señal de reprobación por la traición de Abel, pero él no se detiene. Justo cuando iba a abrir la boca para hacerlos entrar en razón, Abel le hace un gesto con la mano para que guarde silencio.
Carlos, en silencio, intenta decirle a Carlos que no siga haciénde eso a Brisa. Cuando Abel extiende la mano, sin soltar a la chica en busca de lo único que Carlos tiene, su "frasco" con aroma a Brisa, Carlos niega con la cabeza, reacio a entregarlo. Abel insiste, poniendo los ojos en blanco, dándole a entender que sabe perfectamente qué está haciendo. Carlos la deja al alcance de Abel y espera.
Brisa sigue moviéndose y Abel le acomoda de vuelta el sujetador sobre sus pechos.
— Sigue comiéndomelas — ruega Brisa. — Me gusta demasiado.
— Un minuto — responde Abel. — Quiero jugar — y envuelve su cuello con la bufanda como si fuera un día de invierno frío.
— No doy más de calor, no me hagas esto — dice Brisa suplicante. — ¿O me quieres asfixiar? — pregunta con un cambio de tono que suena más a una invitación que a un rechazo anticipado.
— ¿Te gusta eso? — pregunta Abel, conservando la voz baja con la que hablaban para evitar ser escuchados por Carlos desde el baño.
— A un chico que me gustaba, Luis, le calentaban cosas raras. — responde Brisa. — Estaba muy loco así que nunca dejé que me lo hiciera. Pero últimamente he hecho demasiadas cosas que jamás pensé que haría — concluye, tirando ambos lados de la bufanda, asfixiándose a sí misma suavemente y mirando a Abel a los ojos.
Carlos observa con ganas de participar, pero congelado por el miedo a que una mínima interrupción rompa el momento. Cualquier intervención puede implicar la muerte de los trapecistas, piensa.
— Tengo otros planes para tu bufanda— le dice Abel, quitándola de su cuello y usándola como una venda que tape los ojos de su hermana. Brisa, excitada y entregada sigue sobándose contra la entrepierna de Abel sin parar. Él gira ligeramente su cuerpo para indicarle un cambio de posición.
— Tú sí sabes volverme loca — dice Brisa a Abel. Al sentir los ojos tapados, el deseo aumenta más aún — Baja por mi cuerpo, rápido, antes que vuelva Carlos.
— No te quites la venda — susurra Abel. Ella se muerde la mano para controlar sus expresiones de deseo mientras él baja por su cuerpo, besando cada espacio hasta llegar a sus shorts rojos, demasiado pequeños para su culo redondo.
Cuando toca la entrepierna de Brisa a través de los shorts, ella lo aprisiona para sentirlo más adentro. El separa sus piernas con una mano en cada muslo y hace una señal con la cabeza para invitar a Carlos a acercarse. En un movimiento sincronizado, Abel quita una de sus manos y comparte las partes bajas de la chica con él.
Ambos tocan el sexo de la chica en una marcha desacompasada. Abel, con la mirada, lo pide a Carlos que vaya más lento, pero el subidón de adrenalina hace que le cueste controlarse y empuja sus dedos en el coño de su hermana con fuerza intentando entrar por el costado de los shorts, demasiado ajustados como para liberar su presa con facilidad.
— ¡Mmh! — gime Brisa con la boca cerrada, para evitar hacer ruido. — Nos va a escuchar Carlos — susurra dirigiéndose a Abel, pero tomando equivocadamente la mano de Carlos y sobándose al ritmo que ella quiere sentir. Carlos siente un nudo en el estómago al escucharla, recordando que Brisa no sabe que es él quien la está satisfaciendo.
Carlos guarda el labial que tiene en su mano dentro del bolsillo del pantalón. Abel se aleja dos pasos dejando que él pueda disfrutar con la hermana usando ambas manos, logrando que se retuerza de placer en la cama.
Abel camina por la habitación con pasos lentos para no hacer ruido buscando un buen ángulo desde donde observar.
Saca su móvil y toma un vídeo corto con zoom de la entrepierna de Brisa manoseada y luego de la cara de viciosa con los ojos vendados, mientras Carlos la estimula con sus manos.
Abel reclama nuevamente su lugar y vuelven a hacer el cambio de manos sincronizado en dirección contraria, quedando ahora Abel pegado a la chica y Carlos libre. Le apunta con la boca hacia la puerta, indicándole que salga y vuelva a entrar, esta vez anunciando su presencia.
—¿Puedo entrar? —pregunta Carlos golpeando la puerta desde afuera.

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Falda roja, cara roja
General FictionEs mi culpa. No debí serle infiel a David. No debí ir a la casa de Fabiola y Hugo. No debí salir escondida esa noche de viernes. No debí saltar por la ventana. No debí cortar la llamada con David haciéndome la dormida.