No te voy a besar a la fuerza

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— Cuatro esquinitas tiene mi cama... — comienza a rezar Brisa arrodillada frente a sus hermanos, con las manos juntas y los dedos cruzados. Si bien todo lo relacionado con la religión le daba una vergüenza enorme, cerrar los ojos le permitió concentrarse y olvidar que la observaban, que tenía sus tetas mirando al cielo y que su culo redondo y caderas anchas estaban a punto de hacer reventar los shorts. — ... Cuatro angelitos que me acompañan y en...

— Déjalo — interrumpe Abel al ver que su idea para avergonzarla la mantenía tranquila. — Así no tiene puta gracia.

— ... medio la... — continúa Brisa abriendo los ojos y mirando a Abel, desafiante.

— ¡Es una orden!

— ... virgen... Vale, vale — responde Brisa, orgullosa de haber dado con el punto débil de su hermano. No exteriorizar la reacción de vergüenza le quitaba su mejor arma.

☆☆☆

— ¡He llegado a diez puntos! — dice Hugo, triunfante sin dejar de mirarle las piernas a Brisa, tal como lo ha hecho toda la noche.

— Me vas a tener que enseñar a jugar — dice Brisa.

— Buen juego, Boss — le dice Fabiola a su hermano, sentada sobre las piernas de su novio.

Sin entender aun a cabalidad las reglas del juego, Brisa podría jurar que se dejaron perder en esta última ronda para irse a follar pronto y, de paso, dejarla sola con Hugo. Fabiola toma la mano de Gastón para ponerse de pie y caminan en silencio en dirección a su habitación. Él va detrás de ella, agarrado de sus tetas con su nariz oliéndole el cuello lleno de deseo mientras avanzan lentamente para no despegar su bulto del animal enjaulado bajo los leggins.

— ¿Hace cuánto no estábamos solos?

— Desde que empecé con David. Un año, casi.

— ¿Quieres beber algo más?

— Sería más inteligente irme ahora.

— ¿Sería tonto quedarte? — pregunta Hugo coqueto.

— Peligroso. Sería peligroso.

— No te voy a besar a la fuerza.

— Tal vez yo sí.

Hugo se pone de pie y camina hacia la casa sin volver su vista al patio. Sabe que Brisa lo sigue. Al atravesar la puerta son recibidos con un concierto de gritos, jadeos y gemidos que vienen de la habitación de Fabiola. Se oye claramente cómo la cama rechina a ritmo acelerado. No es difícil imaginarlos a ambos a punto de reventar en una explosión de placer, retardada por varias horas de deseo y manoseo delante del hermano y la amiga.

— ¡Más! ¡Más! — se escucha gritar la voz de Fabiola mientras Gastón entra en su cuerpo, agarrado de sus nalgas y mordiendo sus pezones y lamiendo sus areolas grandes y oscuras.
Brisa, en medio de la oscuridad, se afirma en la espalda de Hugo para seguirlo hasta su habitación, pero él gira y la besa en el cuello, lento, apoyándola contra la pared.

— ¡Me vengo! — grita Gastón a lo lejos, pero Brisa ya no presta atención. Su mente voló hasta otro lugar al sentir la lengua de Hugo haciéndola estremecer con los movimientos dentro de su boca.

☆☆☆

Abel recuerda la vez que Brisa se puso a llorar en un baile del colegio porque le dio vergüenza participar y salió intempestivamente del escenario dejando a sus compañeras solas. Busca en su móvil la playlist más rematadamente sexy y encuentra una llamada "musikita para follar". Con esto se va a retorcer de vergüenza, piensa.

— Quiero que bailes — dice dándole a play a "Earned it", una canción de las cincuenta sombras de Gray.

Brisa, aunque muriendo de vergüenza por dentro, se gira hacia la pared y mueve las caderas al ritmo de la música. Es posible que su cara esté roja y su humillómetro subiendo, pero no va a demostrar inseguridad. Se toca el culo con ambas manos mientras se mueve, sin cortarse, hundiendo sus uñas en sus glúteos redondos.

— Gira — dice Carlos.

Al girar nota que la técnica de no mostrarse débil parece estar funcionando. Abel está callado, observando. No es momento de dudar. Cierra los ojos y se toma las tetas que están mirando al cielo y las mueve imaginando que está con David. Es injusto que los chicos se preocupen siempre más de su culo que de sus pezones, su punto más sensible. Pero David no, él sí la conoce de verdad.

— No pares — le dice Carlos a Brisa acomodándole el pelo para descubrir su cuello. No sintió en qué momento se acercó por detrás y ahora está empezando a bailar pegado a su culo.

— No voy a parar, hermanito — responde Brisa controlando lo más posible su reacción de sorpresa y vergüenza e intentando olvidar que es su hermano, de modo de hacer un papel creíble para Abel.

No es momento de retroceder. La chica mueve sus caderas con los ojos semicerrados, frotando sus nalgas redondas y firmes contra Carlos, mientras Abel permanece inmóvil con la mirada tan fija que parece que pudiera entrar en sus pensamientos al mirarla. Brisa prefiere girarse para darle la espalda a Abel y evitar toda posibilidad de contacto visual. Descansa sus manos en los hombros de Carlos y sigue bailando mientras él pone las suyas cómodamente en la cintura desnuda de su hermana y recorre su espalda acercando esas tetas más grandes que de costumbre a su pecho agitado, respirando el mismo aire con sus bocas a pocos centímetros.

☆☆☆

— ¿Y por qué no, Fabiola? — pregunta David jadeante susurrándole al oído mientras bailan pegados como si fueran un solo cuerpo moviéndose al unísono, a pocos metros de donde está Brisa, más preocupada de no ser vista que de ver lo que está pasando.

Fabiola niega con la cabeza y sigue bailando moviendo el culo con energía a la altura de la entrepierna de David.

— Sería un buen regalo de cumpleaños — insiste agarrado de sus caderas. 

— Confórmate con el pushup nuevo que se puso Brisa para ti. Está muerta de vergüenza, pero lo hace para darte un gusto.

— ¿Es por eso? ¿Porque tengo novia? — pregunta David con aire despectivo. — Y cuando te follan hombres casados ¿no es peor? ¿Cuál sería la diferencia?

— Que Brisa es mi amiga — dice Fabiola dándole una lamida en la oreja, antes de alejarse. — Y así estás muerto para mí.

Falda roja, cara rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora