Esto es un beso. Nada más. No hay nada malo en dejarse llevar. Un beso es inocente. Beso inesperado. Entre dos hermanos y una hermana. Caliente. Pero beso a fin de cuentas. Carlos pone su lengua muy dentro de mi boca. Abel baja por mi cuello y me toca. Pero sigue siendo un beso. Un beso no se lamenta. Al contrario. Me eleva hasta lo más alto. Quiero más. Beso múltiple. Carlos entra y sale de mi boca. Me roza. No hay nada malo en eso. Trenzando su lengua con la mía. Como en todo beso. Me están volviendo loca. Pero es un simple beso. Las manos de Abel tocan mi trasero, como antes. Un beso puede llevar sobajeo. Como las manos de Carlos sobre mis pechos. No por eso deja de ser un beso. Es un beso en toda regla. Uno largo. Apasionado. Beso y magreo. Pero sólo eso. Saliva, lenguas y manos sobre la piel. Un beso es así. Desabróchale el suje. No, tú. Yo no sé. Yo desabrocho mi suje para ayudarlos. Sigue siendo un beso. Me siento indefensa y entregada con mis tetas al aire. No hay que pensarlo tanto. Es un beso. Beso con sabor a hermanos. Con las únicas dos personas que siempre van a estar a mi lado. Beso de a tres. Pero beso solamente. Prohibido. Con aroma embriagador a sexo. Con sus sus cuerpos chocando rítmicamente contra mis piernas. Beso con mis manos tocando sus bultos. Pero beso solamente. Sin más. Con dos manos en mis pechos y otras dos en mis nalgas. Ya no se quién toca qué. Lenguas. Sudor. Beso con sabor a incesto. De a tres. Trincesto. Esto es un beso. Nada más. No hay nada malo en dejarse llevar.
☆☆☆
Parad, chicos. ¿Por qué? Porque somos hermanos. ¿No quieres? No podemos. ¿No quieres? Con el beso ya estuvo bien. ¿No quieres? No vamos a poder volver atrás después.
―¿Eso es lo que te preocupa? ¿Llegar a un punto sin retorno? ―te digo, de pie frente de ti, apoyando suavemente una mano sobre tu cintura y jugando con tu pelo con la otra mientras Carlos se pone de pie detrás tuyo en silencio.
―Lo de antes era un beso. Nada más ―me respondes, intentando convencerte a ti misma de que todavía puedes volver atrás, de que no ha ocurrido nada fuera de lo común. Sin pensarlo siquiera, como una consecuencia lógica de la cercanía, me abrazas apoyando suavemente tus brazos sobre mis hombros. Tu cuerpo te pide seguir, pero no deberías.
―Sí, era un buen beso ―recalco. ―¿Te gustó?
Tú, con tu sujetador por el suelo mientras te abrazo, no sabes qué responder. Es una pregunta difícil. Podrías decirme que los besos, los manoseos y la casi-follada con ropa conmigo poco antes no significaron nada. Sientes como Carlos te abraza con más confianza desde atrás, rodeando tu cintura y pegándote a su cuerpo.
Consideras la opción de mentirnos y decirnos que no sientes nada, que no estás a mil; que esa sensación ansiosa que recorre tu cuerpo y el movimiento de tus caderas que hacen que tu cola se levante sola, buscando, no significan nada. Pero te conozco bien: reconocería una mentira de inmediato.
―Mmjé ―sale de tu boca, como un hilito de voz casi inaudible.
―No hables entre dientes ―ordeno.
―¡Me mojé, me mojé! ―respondes, casi gritando y separándote del abrazo de Carlos que te sujetaba desde atrás. ―¿Eso querías oír? ― dices mientras cruzas los brazos como mecanismo de protección y como una forma de tapar tus pechos desnudos.
―No tienes idea de qué es lo quiero oír ―susurra él casi dentro de tu oído.
―¿Qué quieres oír? ―preguntas.
―No cambiemos el tema ―interrumpo, poniendo un dedo sobre tu boca. Supones que la idea es hacerte callar, pero no me quedo ahí quieto. Toco tus labios, recorriéndolos, empujando, queriendo entrar. Sujetas mi dedo, pero no la quitas; sólo impides que empuje. Cierras los ojos y vuelves a sentir el calor, el deseo, las ganas de dejarte llevar sin importar nada.

ESTÁS LEYENDO
Falda roja, cara roja
General FictionEs mi culpa. No debí serle infiel a David. No debí ir a la casa de Fabiola y Hugo. No debí salir escondida esa noche de viernes. No debí saltar por la ventana. No debí cortar la llamada con David haciéndome la dormida.