— ¡No tienes polla! — dice Hugo a Fabiola, burlándose al verla saliendo del baño con una toalla que se cae al suelo por no poder afirmarse en sus pechos, aún sin desarrollar, los mismos que con el paso de los años se volverían capaces de sujetar un toallero entero sin ningún esfuerzo.
Fabiola corre a su cuarto y se encierra a llorar por la humillación. Pasados unos minutos, se viste, abre la puerta y enfrenta a su hermano con decisión.
— Boss, yo tengo coño y no me hace falta tener una polla chica y fea como la tuya. Voy a poder tener todas las pollas que quiera cuando grande.
La humillación devuelta por su hermana lo deja helado y sin saber qué responder, pero llevándose una buena lección: su hermana va a ser muy segura de sí misma y no debe volver a meterse con su cuerpo.
☆☆☆
La posición de Brisa sobre su cama, con la cara baja y la cola levantada, evoca la imagen de una gacela delicada bebiendo agua de una laguna tranquila. Sin embargo, la situación de tranquilidad es sólo aparente: las manos atadas con una bufanda roja, los manoseos y nalgadas de su hermano, practicando una versión adulta de un juego prohibido, y la posibilidad latente de que Carlos pueda entrar y descubrirla en cualquier momento la hacen sentirse como una presa, sumisa y entregada, pero profundamente alerta.
— Apostaría a que sí te gusta — susurra Abel, situado detrás de ella, contemplando el espectáculo de sus curvas sin soltar su trasero. — Tu cuerpo siempre fue mi juguete favorito.
— Yo no entendía muy bien y sólo me dejaba hacer — reconoce Brisa, con su trasero en alto, intentando volver a aplicar el mecanismo de defensa de actuar como si nada estuviera pasando, aunque su cuerpo la traiciona, moviendo las caderas de modo automático para acomodarse mejor a las caricias descaradas de su hermano.
Abel no está ni cerca de rozar la sensibilidad explosiva de sus pezones, pero sus nalgas reciben las manos de él como algo familiar y reconocible provocando un calor inesperado en su cuerpo que su mente prefiere negar.
— ¡Quieta! — ordena Abel, haciendo que Brisa reaccione paralizándose en el acto.
Abel suelta el trasero de Brisa como si fuera un león que abandona un hueso a cambio de una presa jugosa, y acerca sus manos a la nuca de ella con suavidad, acomodándole el pelo. Presiona un par de dedos contra la columna a la altura del cuello de Brisa y empieza a bajar.
— No, no, no, no, no — niega Brisa moviendo los labios con una voz que no alcanza a salir de su boca mientras Abel desciende por su espalda rumbo al broche de su sujetador. Un escalofrío recorre su cuerpo y retiene el aliento al presentir que la mano de su hermano va a obligarla a enseñar las tetas y que no tiene argumentos para detenerlo.
Abel no se precipita y evita deliberadamente el broche que derrumbaría el levantatetas y desnudaría los pechos de Brisa. Tembloroso, respirando profundamente cada vez, mide sus movimientos con precisión milimétrica. Acerca su cuerpo un poco más, casi apoyándose contra el culo de ella, mientras Brisa mueve un poco sus caderas, su cuerpo buscando el de él inconscientemente, anclados ambos mediante algún hilo invisible, aunque sin siquiera llegar a rozarse.
Mueve sus dedos despacio por el borde inferior del sujetador, yendo cada mano hacia un costado, como si utilizara un lápiz para delinear su contorno sin perder detalle. Ella, dándole la espalda, no puede ver la erección manifiesta que abulta su pantalón.
Brisa aprieta su labio inferior y traga saliva, reprimiendo cualquier sonido que lo alerte. Prefiere que Abel se limite a dibujar el contorno de su push-up antes que intentar desabrocharlo, así que espera, quieta, intentando no activar ninguna alarma. Si Abel no tenía la intención de hacer saltar sus tetas fuera, ella no quiere ser quien le dé la idea.
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Falda roja, cara roja
General FictionEs mi culpa. No debí serle infiel a David. No debí ir a la casa de Fabiola y Hugo. No debí salir escondida esa noche de viernes. No debí saltar por la ventana. No debí cortar la llamada con David haciéndome la dormida.