Descubriste mi punto débil

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―Sabemos que es un secreto ―susurra Carlos en mi oído desabrochando su camisa aceleradamente mientras me besa en el cuello desde atrás. Sus manos suben y bajan por mi torso presionando mis tetas y haciéndome gemir de deseo mientras Abel se tiende sobre la cama, sin camiseta, con los pantalones abajo y los zapatos aún puestos.

Al ver a Abel sobre mi cama con sus zapatos, no puedo evitar pensar que va a ensuciar las sábanas. Sin embargo, desde que permití que me quitaran los shorts sin oponer resistencia, a pesar de no traer ropa interior debajo, ya nada importa. Sí que vamos a ensuciar y un poco de barro no va a ser lo más sucio que va a haber en esa cama.

Carlos baja sus manos y busca juguetear con un dedo dentro de mi culo. Incómoda, me aparto y lo alejo redirigiendo su atención a otra cosa.

―Ahora deberías decirme ―interrumpo a Carlos girándome para besarle mientras pongo mi lengua hasta el fondo de su boca. ―¿Qué es eso que querías oír antes? ―susurro suavemente con mis labios casi pegados a los de él.

―Quería oírte decir que eres una puta ―responde Carlos agarrándome con fuerza demostrando deseo y posesión, acercándome a él para hacer que sus pantalones golpeen con fuerza mi entrepierna.

―Eres un tonto ―le digo juguetona, sonriendo y moviendo las caderas a un ritmo provocativo. Aunque ayer esa palabra en los labios de Fabiola encendió algo salvaje en mí, sigue sin ser de mi agrado.

―¿Por qué? ― pregunta sorprendido.

―Porque es demasiado predecible ―respondo marcando cada palabra con un tono sensual y reflexivo. ―Te lo puede decir cualquier chica en un bar con dos copas y es probable que hasta sea cierto y lo vas a olvidar al poco tiempo. Pero hay algo que no te puede decir nadie más ―pauso un instante deslizando mi lengua por su boca cerrada justo antes de morder su labio inferior humedecido con mi saliva  ― y es la única vez que lo vas a oír.... Y va a ser inolvidable. Soy tu hermana y quiero tenerte dentro ―revelo con una mezcla de desafío y sinceridad en mi voz susurrante junto a su oído.

Carlos se queda paralizado, como si mis palabras hubieran causado un cortocircuito en su mente. Aprovecho esos segundos de estupefacción para caminar hacia la mesa de noche. Con un movimiento rápido y decidido, tomo un coletero y me recojo el cabello en una cola alta, despejando mi rostro y dejando al descubierto la determinación en mis ojos.

☆☆☆

Los besos de Brisa están llenos de deseo e intensidad, pero aun así se sienten suaves. Se puede notar en sus labios y en su piel que es la primera vez que está así con otra chica, y esa soy yo, su mejor amiga. 

Ella toma la iniciativa. No imaginé que sus besos sabrían así: tan dulce, tan fresco, tan nuevo. Sus manos bajan compensando con un exceso de ganas lo que le falta de experiencia.  Me acaricia y se deja recorrer por mí.

―Brisa ―susurré besando sus manos que sostenían mis pechos. Nuestros cuerpos seguían danzando al ritmo del deseo.

―Fabiola ―respondió poniendo su lengua sobre mis pezones calientes y duros.

Siendo clara, no estoy confundida: encuentro más rico el semen que la Coca-Cola y sé bien que no me gustan ni me gustarán las mujeres más que los hombres, pero ¡mierda! ¡Es Brisa! Es increíble que la única mujer capaz de hacerme sentir así sea a quien he tenido al lado desde siempre. En los tríos es normal que haya contacto con hombre, mujer, planta o lo que se pare por delante, pero nunca se sintió así. Nunca hubo una chica que hiciera que se me erizase la piel de esta manera al tocarla. Y eso me hace sentir podrida por dentro.

Tal vez no era el momento ni el lugar, pero lo que tenía ganas de decirle en realidad es "David es un cerdo e intentó ligarme, amiga. No merece ser tu novio". Nos conocemos tanto y hay tanta confianza que me siento traidora al no decirle lo que pasó. Sé que la destrozaría, la haría dudar de todo y lloraría un mes, pero merece saberlo. La pregunta sería cómo se lo digo. Hemos estado delante de ella cuándo él se me ofrecía y no lo quiso ver.

Quizás borré demasiado rápido aquel mensaje que Gastón alcanzó a ver, impulsada por el miedo. David había escrito: "La aburrida me dejó caliente. ¿Zoom para correrme con tus tetas?". Debería haberle mostrado a Brisa. 

Es obvio que hubiera pensado mal: supondría que ya lo estábamos haciendo a sus espaldas, y me parece escucharla decir que no están equivocados los que dicen que soy una puta. Ella confía en mí, pero también me conoce suficiente. Yo nunca le haría daño y ella debería saberlo, pero cuando se trata de David se vuelve ciega.

La confianza entre nosotras es tan profunda que guardar el puto secreto también se siente como una traición.

☆☆☆

Me acerco a la cama donde Abel está esperando y tomo su polla entre mis manos. Se siente mojada y caliente, pero no está muy grande. La meto en mi boca y succiono suavecito, sin apuros.

―Ven ―le digo a Carlos levantando las caderas, exponiéndome e invitándolo, sin separarme del sexo de Abel. ―Quiero que me llenes.

Carlos baja sus manos para explorar mi sexo húmedo con sus dedos. Me acomodo y lo ayudo a encontrar mi clítoris, sin parar de chupar. El contacto me causa una corriente eléctrica de placer que me estremece completa. Abel acelera y folla mi garganta sin piedad.

Levanto mucho mis nalgas para dejar mi coñito al descubierto para Carlos, entregada. Me mete dos dedos y yo presiono las piernas para que no los saque y empujo las caderas hacia abajo para sentirlos más adentro. Deja sus dedos quietos, duros y firmes mientras yo balanceo mis caderas con fuerza.

Aún con los dedos de Carlos dentro mío me deslizo pegada a la piel de Abel, lamiendo su pecho camino de sus labios. Me muevo como serpiente por su piel mientras me sujeta con ambas manos separando mis pompas y poniéndome a disposición de Carlos, abierta, sin pudor, sin vuelta atrás. El deseo me consume, de sentir sus manos sobre mis nalgas, ya casi vuelta loca voy hasta su oreja y chupo su lóbulo jadeante, dando pequeños mordiscos.

Quiero sentir sus besos y su lengua en mí otra vez. Debo reconocer que me gustó. Me acerco hasta llegar a su boca, lo miro y muerdo su labio inferior, para luego pegarme con un beso entrelazando nuestras lenguas en un baile desenfrenado, deseoso, lujurioso. Él me abraza por la cintura y me levanta para dejarme caer sobre los dedos de Carlos con fuerza.

Abel se separa de mis labios, bajando para besar mis pechos. "Descubriste mi punto débil" pienso mirándolo a los ojos y él sonríe como sabiendo lo que estoy pensando y me muerde los pezones. Su mordisco me hace gritar, ni yo sé bien si es un grito de dolor o placer, porque está todo mezclado.

―Carlos, saca un par de condones del mueble, por favor. ―dije. O intenté decir. No era el mejor momento de hablar, con las manos de Abel apoyadas contra mi cuello en un gesto de dominación que hacía que me derritiera, los jadeos y la respiración entrecortada y la boca llena de su saliva y sus fluidos.

Supongo que por los gestos y el contexto, Carlos entendió y quitó sus dedos de mi interior para ir en busca de los condones al mueble.

Carlos le entrega un condón a Abel y me pasa a mí el otro. Tardo unos segundos en entender exactamente qué quiere, pero de pronto me golpea el recuerdo de una noche en que realizábamos uno de esos juegos de beber en que alguien dice una acción y los que sí la han realizado tienen que levantar sus vasos. Carlos dijo "yo nunca he puesto un condón con la boca" y Fabiola y yo bebimos, riéndonos. En ese momento entendí que Carlos lo hacía para obtener información sobre qué tan lejos podría llegar Fabiola, pero ahora es información que va a ser usada en mi contra.

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⏰ Última actualización: Jun 17 ⏰

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Falda roja, cara rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora