41. El reto

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No hubo tiempo para mucho. Reiko pudo quedarse tan solo dos días. Dos en los que Seth apenas se dejó caer por el apartamento de Ámbar con tantos compromisos. Reiko hizo las paces con Seth, no todavía convencida de quererlo como futuro cuñado.

    La acompañaron al aeropuerto. Iba a echar mucho de menos a Jaxon, por guapo, por simpático, cuando al fin decidió soltarse y ser tal y como solía ser naturalmente, y por su atractivo. Se había despedido de él con un abrazo del que le había costado despegarse.

    —Keiji te espera — le había recordado Ámbar.

    Ella había puesto una mueca de rabia y burla deseando que la dejara un poco en paz para despedirse como quisiera de aquel adonis.

    —Pues no lo parece.

    —Cuídate mucho —añadió Jaxon con aquella sonrisa que dejaba en el limbo a cualquier chica.

   —Tú también.

    —Eso está hecho.

    Porque no podía decirle más. Porque una mujer casada con el hombre de su vida, no podía agregar un segundo para su deleite y goce. Al menos, ella no era de triángulos amorosos. Pero sí pensaba que había sido una lástima no haberlo conocido mucho antes, cuando aún estaba soltera. Naturalmente, su madre no lo hubiera aprobado.

    Ámbar se dirigió a Seth:

    —Sigo creyendo que no lo tienes claro, chico. —Él cogió la mano de Ámbar, la que llevaba el anillo, mostrándoselo—. No todo es precipitarse como has hecho. ¿Te he dicho que aún es pronto para saber si la amas? ¿Debo recordarte que en tu mundo hay un amplio abanico de tentaciones? ¿Qué a mi hermana nadie más le hace daño si puedo evitarlo? Mason ya fue demasiado cabrón con ella.

    —¿Qué te he dicho? —interrumpió Ámbar—. Quiero vivir esto.

    —Lo sé, lo sé —sacudió la mano arriba y abajo—. Pero es que esto es tan... imposible, que no lo veo.

    Seth pasó su brazo por la cintura de Ámbar.

    —Sé que la metí en mi mundo sin permiso, y que luego hubiera sido difícil sacarlo de él sin rastro de mugre en el que quede la relación de haber pasado por mis brazos, y que los paparazzi lo usaran a mala leche. Si hubiera sido así, habría luchado en los tribunales, de hacer falta, para que la dejaran en paz.

    —Déjate ese as en la manga porque nunca se sabe.

    —Reiko, por favor —pidió su hermana.

    —Qué sí. Que tu locura no es ya suficiente que cometes errores todavía peores. «Incluso los monos se caen de los árboles» —recitó Reiko el proverbio japonés.

    Ámbar elevó una ceja.

    —¿Me estás llamando «mona», o se lo estás llamando a él?

    —No te zafes de mi consejo, que lo hago por tu bien.

    —Pensaba que habíamos dejado esto claro —le recordó—. «La victoria pertenece a aquel que espera más de media hora que el oponente» —recitó ella.

    —No esperes una victoria. Espera, mejor, tener el suelo pegado a tu nariz.

    Ámbar le dio un empujón a su hermana.

    —¡Agorera!

    Reiko blanqueó la mirada.

    —Tengo que coger el avión.

    —Claro.

    Fue a marcharse tirando de la maleta con ruedas; cargando una bolsa de mano en su hombro. Se detuvo. Giró sobre sus talones.

Las notas de tu guitarra -Edición 2023-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora