Ya no tiritaba. Era extraño, pues se había quedado dormido en el balcón y en este instante se sentía mullido bajo su cuerpo y cálido. Abrió los ojos. Su visión era borrosa y el dolor de cabeza lo golpeaba como el bombo de una orquesta.
—¿Pero qué?
Se fijó a su alrededor. Evidentemente, no se había despertado en su habitación. No era su piso. Tampoco le resultaba familiar el lugar. Se incorporó. Nada. Nada de allí era conocido. Se llevó una mano a la cabeza cerrando los ojos durante un ratito. La cabeza le iba a estallar. Tenía la boca seca como si hubiera pasado un desierto interminable. Su cuerpo, tan exhausto como si hubiera disputado la carrera más kilométrica del siglo. Lo último que recordaba era hablar con Michael sobre ya no podía adivinar qué con las brumas mentales del alcohol. Eso sí, había bebido más de la cuenta. Se había metido Dios sabe qué. Tenía que parar. Parar de una vez. Para no largarse con Cameron. «Esa es una opción mejor que estar sufriendo aquí abajo». «¡No seas tan cabrón, chaval!». La voz de Cameron le retumbó en la cabeza volviéndola más sensible y tortuosa. Escuchó el sonar de unos nudillos sobre la puerta.
—¿Estás despierto?
Se llevó la mano a la frente para después frotarse los ojos.
—Mierda —murmuró con la lengua trabada. Había reconocido la voz de Jayden. Probablemente, estaría en su apartamento.
—¡Sí! Sí. Ya salgo —respondió sin replicar de buenas a primeras. No tenía ganas de pelear con el cuerpo así de maltrecho.
—Perfecto. Voy a prepararte el desayuno.
—¡No lo hagas! Puedo hacerlo yo.
—Claro. Como no —se burló la voz al otro lado de la puerta.
Le costó levantarse. Su cuerpo pesaba como si cargase con una tonelada de piedras. Finalmente lo consiguió.
Salió, tanteando el camino. ¿Dónde estaría el baño? Comenzó a abrir puertas hasta que dio con él.
—Por fin —murmuró, perdido como en un condenado laberinto.
La imagen que le devolvía el espejo era lamentable. Obviamente, tenía que parar. Estaba terminando como todos aquellos famosos que acababan con una sobredosis, muertos en un rincón de su casa, en un suicidio, o en un accidente de coche, incrustados en cualquier árbol, quitamiedos, o precipitado por un barranco.
Se enjuagó el rostro. La boca. Encontró pasta dentífrica. Se la impregnó con los dedos como pudo y se enjuagó. Su aliento apestaba. Y no saldría así de allí dentro. Luego peinó sus cabellos previamente humedecido, con los dedos. Estaba que daba pena. Se había puesto el teléfono en el bolsillo. Tenía mensajes a la espera. No respondería a ninguno de ellos hasta que estuviera mucho más claro de ideas.
Salió y se encaminó a la cocina. Jayden lo saludó de inmediato señalando hacia el taburete que había aproximado a la pequeña isla.
—Siéntate. Esto ya está.
Olía deliciosamente bien a café. A café y a tostadas. El estómago le rugió con virulencia, famélico. Jayden lo miró y sonrió.
—Es buena señal que tengas hambre.
—Supongo —farfulló Seth, todavía con su lengua medio anestesiada por el malestar.
Jayden terminó de preparar. Se lo sirvió. Le pasó, además, un poco de mantequilla y mermelada. Aparte, había hecho huevos y beicon. Además de zumo exprimido. Que se tomase lo que quisiera. Seth se inclinó por lo salado y más apetecible.
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Las notas de tu guitarra -Edición 2023-
RomanceLa vida de Ámbar transcurre tranquila. Sin embargo, a su vida llegará alguien que la pondrá patas arriba. Un amor colmado de dulces acordes... Esta historia es pura ficción. Muchos de los lugares, nombres y personas mencionadas pueden ser fictic...