Concentrado en mirar el suelo, Jiseok intentaba pasar por los pasillos, tratando de ser más fuerte que los empujones y los codazos.
Apenas llevaba seis meses en el colegio, y ya comenzaba a odiar todo.
En Uijeongbu, iba a una escuela con chicos como él. Quizás no todos eran mudos, quizás algunos incluso hablaban de más, pero con ellos se sentía cómodo; ellos estaban tan mal como él.
No entendía cuando su médico le dijo que ir a una escuela para chicos normales sería bueno para él.
Esos chicos eran crueles y malos. Lo golpeaban en el baño, le robaban su dinero o su almuerzo, eran los que dejaban pegamento en su silla, los que habían volcado una botella de Coca-Cola en su mochila, y los que habían metido su ropa en el inodoro después de una clase de gimnasia.
No hablaban con él más que para decirle cosas feas; lo apartaban de todos lados y solo lo hacían sentir miserable.
Ya no le decía al director lo que hacían, descubrió que solo empeoraba las cosas.
No tuvo tiempo de esquivar el pie que trabó su paso, cayendo al suelo. Las manos en sus bolsillos no le permitieron frenar, así que su mejilla se estampó contra las lustrosas baldosas.
Escuchó risas y quiso llorar.
-¿Pero qué mierda te pasa?
La confusión de Jiseok aumentó, abriendo los ojos un poco más.
¿Alguien lo estaba defendiendo?
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