Capítulo 15

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Estoy en medio del bosque, tumbado sobre mi improvisada cama. Oigo un ruido, me pongo de pie y en guardia.

De repente, Maysilee y el chico voluntario del 10, John, salen de uno de los arbustos corriendo.

John se abalanza sobre mí y, tras dar varias vueltas sobre el suelo, me inmoviliza.

Me coloca de pie mirando a Maysilee y de espaldas a él.

Ella veo que tiene lágrimas acumuladas en los ojos, parece que va a llorar y le digo:

-Maysilee...

Ella, al oír la primera palabra, me hunde un cuchillo en el pecho. Siento un punzazo muy doloroso.

Me toco el pecho. Tengo un agujero y está sangrando muy rápido.

Pierdo el equilibrio y me doy con una piedra en la cabeza.

Al caer, oigo un cañonazo. Acabo de ver, oír y sentir mi propia muerte.

Me despierto. Me falta el aire. Todo ha sido una muy mala pesadilla.

Hay una especie de mosca posada en mi brazo. Creo que esta ha sido la causa de mi pesadilla.

Es una mosca algo rara. Creo que es un insecto modificado genéticamente por el Capitolio.

Me la quito rápido del brazo y me ha dejado una pequeña marca roja. No pica ni duele así que la dejo pasar, con el tiempo desaparecerá.

Tengo mucha hambre. Cojo la mochila, la abro y me como una de las tiras de cecina.

Tengo que aprovechar la carne seca. A parte de lo que pueda cazar, es lo único que puedo conseguir para comer.

Además, sólo me quedan seis tiras dentro del bote.

Me pongo de pie y me cuelgo la mochila al hombro.

Sigo avanzando, como el día anterior, alejándome de la Cornucopia.

Cuando corto las ramas que se interponen en mi camino, oigo un cañonazo y veo un aerodeslizador llevándose a un chico.

Creo que es el del distrito 10.

Así, quedamos veintisiete. Me doy cuenta de que, si ese chico ha muerto aquí, puede que alguien lo haya matado.

Me pongo en guardia con un cuchillo en la mano y voy hacia donde el chico ha muerto.

Para mi sorpresa, no ha sido ningún tributo. Quince o dieciséis mariposas venenosas revolotean por el lugar.

Evito pasar por allí y prosigo mi camino.

Me parece que en estos juegos está muriendo muy poca gente, el Capitolio no tardará en dar una represalia.

Veo un pequeño animal, lo cazo y me lo como crudo. Ahora mismo, lo que menos me importa es las enfermedades que pueda tener.

De repente, empieza a llover. Perfecto. Cojo el cuenco y lo lleno de agua de lluvia.

Bebo de sorbo en sorbo, no quiero acabarla rápido. Ojalá tuviera una botella para llenarla de agua. Me siento apoyando la espalda en el tronco de un árbol y cierro los ojos un momento.

Otro cañonazo me despierta. No parece ser del bosque ya que no veo ningún aerodeslizador cerca de aquí.

Cuando abro los ojos, falta muy poco para anochecer, una hora a lo sumo.

Oh no, me acabo de dar cuenta de que mi bote con las tiras de cecina ya no está. Me lo han robado. Y, si un tributo ha estado aquí, ¿por qué no me ha matado?

No, habrá sido un animal. Aunque un animal no sabe abrir el bote, sacar la cecina y cerrarlo. No lo sé.

Me vuelvo a poner de pie, ahora sin provisiones. Camino con el rumbo de siempre. Atravieso unas ramas verdes.

Siento un tirón en la pierna y algo me coloca colgando de uno de mis pies. Veo todo al revés.

Un tributo, no reconozco cuál es, se acerca a mí sujetando un arco con el puño de su mano derecha. Me apunta con la flecha mientras, en su cara, hay una sonrisa arrogante.

Creo que él ha sido el que me ha robado las tiras de cecina. Me parece muy rastrero que no me hubiera matado entonces. Eso demuestra que quiere que sea consciente de mi muerte y quiere verme sufrir.

Cuando el tributo va a soltar la flecha, una sacudida del suelo hace que esta se desvíe. La flecha se dirige por encima de mí, corta la cuerda y yo caigo al suelo de cabeza.

Lo más rápido que puedo, me vuelvo a poner de pie y corro lejos de allí. El tributo me sigue, creo que es del distrito 9.

Cuando me va a alcanzar, se para para apuntar con el arco pero yo le lanzo un cuchillo y le acierto en el pecho. Cae al suelo de golpe y el cañonazo se oye.

Cada vez me duele menos lo de matar gente, mi conciencia se va acostumbrando. Bueno, de todas las maneras, soy un asesino y eso pesa dentro de mí.

Ya está atardeciendo así que, para estar más seguro, rompo la mochila. Me subo a un árbol y escojo una rama resistente. Me siento con la espalda apoyada al tronco y me ato con la mochila rota. Así, nadie podrá verme por la noche.

Me acomodo, preparado para la rutina diaria. Miro al cielo y, al cabo de cinco minutos, aparece el repulsivo sello del Capitolio. Al mismo tiempo, la melodía de trompetas de los juegos retumba por toda la arena.

Después de este sello, aparecen tres tributos caídos hoy: El chico del diez, una chica del seis y el que he matado del nueve.

Somos veinticinco. Ahora mismo, casi tengo las mismas posibilidades que un tributo en unos juegos corrientes, con veinticuatro tributos.

Maysilee sigue viva. Ella y yo somos los representantes vivos y actuales del distrito doce. No me siento orgulloso para nada de haber llegado hasta aquí. Las muertes de los tres tributos siempre serán cargas para mí, incluso si salgo de la arena con vida.

No puedo más, los párpados me pesan mucho más de lo normal. Los ojos se me cierran pero el hambre no me deja dormir.

Mañana, al amanecer, cazaré algo, no puedo seguir sin comer o moriré pronto. Me preocupa caerme del árbol mientras duermo pues, está a una gran altura.

Me froto los ojos con la parte lateral de las manos y me duermo.

Los Juegos del Hambre de Haymitch Abernathy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora