Capítulo 9.

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El mundo mágico era un completo caos. Apenas quedaban tiendas abierta en el Callejón Diagon, aunque a Sirius no le sorprendía aquello teniendo en cuenta en los últimos meses dos locales habían sufrido daños. Los mortífagos tenían a la población asustada, tanto que algunas familias estaban optando por subsistir con lo que tenían y cerrar sus pequeños locales si de esa manera podían tener más posibilidades de vivir. Los aurores intentaban tranquilizar a la población y la protección había incrementado tanto que los trabajadores para el Ministerio estaban agotados. Todos eran conscientes de que la Guerra estaba arrasando con todo y a todos.

Jamás ningún diciembre en las calles se había vivido tan apagado y triste como ese. Se acercaba el día de Navidad pero casi nadie podía darle importancia con el mundo mágico desapareciendo por momentos.

Las luces de un pequeño comercio le llamó la atención. No esperaba que nada más allá de las tiendas con productos de primera necesidad pudiera estar abierto. Pero los adornos navideños hicieron que el corazón de Sirius se encogiera un poco. Podría comprar regalos de Navidad. Podría repartir algún pequeño e insignificante obsequio a sus seres más allegados, que pudieran alejar los pensamientos de la Guerra aunque fuera por unos instantes.

La adorable señora mayor que lo atendió se veía vulnerable. Tal vez fuera un tanto entrometido pero le había preguntado el por qué mantenía el local abierto si el Ministerio estaba ayudando monetariamente a todos los locales pequeños que no vendían productos de primera necesidad como comida. La impotencia le inundó cuando con la voz quebrada la anciana le argumentó que la gente merecía recibir su regalo de Navidad, su momento de felicidad para aquellos que aún lo ansiaran. Lo hacía para mantener la esperanza entre tanto caos.

Salió del local con los regalos de los Potter, Harry, sus amigos y Severus a cuestas pero no sin antes agradecerle a la anciana, prometerle que tiempos mejores llegarían y dejarle una buena propina.


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El refugio de los Potter era un lugar acogedor. James y Lily estaban haciendo todo lo posible por darle a Harry momentos de tranquilidad, juego y cariño aunque realmente no fuera capaz de procesar nada con cinco meses de vida. Su cabello ahora era más oscuro como el de su mejor amigo y sus ojos verdes como los de la pelirroja.

Sirius los visitaba cada semana de manera regular. Solo Severus, Dumbledore y él conocían dónde se encontraba la pareja. La desconfianza crecía por momentos y aunque al principio le dolía no poder ir acompañado de Remus y de Peter, con el tiempo supo que era lo correcto, lo mejor para los Potter. Pero le dolía más por Remus, siempre estuvo ahí para él, y Sirius sabía que su amigo estaba atravesando momentos complicados. Su condición era conocida por los mortífagos, de eso estaban seguros teniendo en cuenta que Greyback fue quién lo convirtió en un hombre lobo, y ese tipo era un mortífago muy conocido.

Quería a Remus con toda su alma y confiaba en él pero inevitablemente cualquier persona podría ser un objetivo, un espía. Porque siempre había uno en cada historia y siempre uno sorprendente y doloroso.

Por eso mismo llegar a la conclusión a la que había llegado le había costado meses de comerse la cabeza y plantearse todo tipo de situaciones atroces y dolorosas. Pero algunas veces había que arriesgarse.

James lo recibió con un fuerte, así como Lily con uno más cálido y cuidadoso.

-Dumbledore se ha marchado hace cinco minutos- James le indicó que se sentara en el sillón individual -quería desearnos una Feliz Navidad, incluso quería esperar a que llegaras pero tenía otros asuntos importantes que resolver.

PerdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora