En el convento Saint Ekavine, Janne vive recluida esperando su muerte, hasta que conoce a Josh y encuentra un motivo para pelear contra los espíritus que la atormentan desde que era niña.
En Credoss, Poppy se acerca cada vez más a Lu, el nuevo pret...
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Las sombras en el bosque amenazaban con atrapar a William y llevarlo de regreso con la bruja. Esa niebla densa no ayudaba en nada y tenía la impresión de que estaba corriendo en círculos desde hacía un buen rato. Con dificultad, intentó limpiar sus ojos con el extremo de su camisa, ya que la sangre seguía chorreando por su cabello y cubría su cara; era una auténtica tortura.
—¡Alto! Está frente a la Santísima Orden de la Ciudad de Credoss. De rodillas e identifíquese.
Las antorchas le dieron un poco más de visibilidad en la oscuridad y pudo ver que varios caballeros escoltaban un carruaje con una monja adentro. Nada tenía sentido, las monjas no podían salir del convento y menos hacer paseos por el bosque.
—Le he dicho que hable o le corto el cuello.
El caballero que lo amenazaba con su espada era de alto rango, lo supo de inmediato por el color verde de su capa. El hombre tenía una mirada vacía y varias cicatrices de garras en su cuello. No era para nada agradable, al igual que el resto de sus compañeros.
Por primera vez, William pensó en aprovechar su apellido para salir ileso de una situación. Sabía que no tendría fácil explicar cómo terminó empapado de sangre. Si mencionaba a su padre, todo sería más sencillo.
—Soy William Ayers, hijo de Nicolás Ayers. Estaba en el bosque cuando...
—Un momento —dijo el caballero—, conozco ese nombre. Iban a enjuiciarlo por asesinato. Da la casualidad de que esa fecha concuerda con una importante donación que hizo su padre a la congregación de Adewrin.
¿Donación? Eso era absurdo. Su padre jamás haría tal cosa y menos para salvarlo de un problema. Queriendo más respuestas, William se acercó con los puños cerrados a ese hombre y poco le importó la espada que tocó su pecho.
—Charles, déjalo. No se le juzgó porque el cadáver llevaba ya varios días en ese lugar, fue una víctima del lobo —dijo la voz de una mujer.
Del carruaje bajó una monja vestida con una túnica blanca y un rosario negro que pendía de su cuello. El olor a manzanilla que la acompañaba era tan fuerte que William arrugó la nariz y tosió disimuladamente.
—Abadesa, no debería bajar del carruaje hasta que despejemos el camino de herejes como este.
—El padre del joven es un buen amigo mío. No hay de qué temer.
—Pero...
La abadesa levantó la mano en señal de silencio y el hombre no tuvo más opción que hacer una reverencia y dejar en paz a William.
—Sube, hijo. Te llevaremos al pueblo.
El interior del carruaje era lujoso, los cojines y los asientos estaban forrados con una tela dorada muy fina y las paredes tenían dibujos de ángeles y de varios santos. El olor a manzanilla seguía siendo muy fuerte, pero tuvo que ignorarlo cuando la monja le dio un trapo para que se limpiara un poco la sangre de la cara.