32➳ La Mujer Del Lobo

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—Tu olor me vuelve loco

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—Tu olor me vuelve loco.

Lif retrocedió varios pasos y se llevó la mano a la boca para no hacer ruido. De nada le sirvió, el enorme lobo negro saltó sobre ella y la tumbó al suelo de piedra. Frente a sus ojos llenos de miedo, el animal se movió de forma frenética, dejando caer saliva y moco sobre su cara. Los huesos crujieron y, en medio de gruñidos, el cuerpo de la criatura se transformó, dando lugar a un hombre desaliñado, con barba y cabello largo. Su lengua impactó contra el cuello de Lif y ella no pudo soportar la mezcla de asco y temor que azotó su cuerpo entero por unos breves segundos, después todo cambió. Los recuerdos golpearon su mente conforme él frotaba ambos cuerpos. No era la primera vez que vivía esto, en el pasado ya estuvo a merced de ese monstruo.

Como pudo y casi obligando a su brazo derecho, trató de tomar una piedra que sobresalía del suelo. Sus dedos rozaron por un momento la textura fría de la piedra y eso la motivó a estirarse lo más que pudo. Sin embargo, sus dedos pronto se alejaron de la posible arma que pudo usar para defenderse del lobo. El hombre ya no la sujetaba de las caderas, ahora había llevado ambas manos a su cuello y hacía presión para contenerla.

De nada servían las débiles manos de Lif que luchaban por arañarlo y quitárselo de encima; el hombre le ganaba en fuerza y tamaño. Sumado a eso, su cuerpo parecía no responder cuando el hombre tocaba su piel. Si no lograba quitárselo pronto de encima, estaría perdida. Le dio una última mirada a la piedra y con las fuerzas que le quedaban, quiso alcanzarla de nuevo. La falta de aire nubló sus sentidos y, antes de extender por completo el brazo, sucumbió ante la presión y dejó de luchar.

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Algo quemaba su rostro. La luz era tanta que la obligó a sentarse y abrir los ojos poco a poco. Un rayo de sol se colaba por uno de los agujeros, directo a la pobre cama improvisada de la cueva. Estaba encadenada de los pies, como si su captor ya supiera que intentaría escapar. Tiró con mucha fuerza de las cadenas, pero estas no cedieron y prefirió guardar su energía, en especial por el sonido que provenía de una de las esquinas de la cueva.

Unos pequeños animales peludos comían los restos de un ciervo, desgarraban la carne y sus diminutas huellas se perdían por un oscuro pasillo de piedra, que se adentraba hasta las entrañas más escondidas de esas grutas.

Promesas De Un Traidor © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora