14➳ Mujer Misteriosa

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Poppy se pasó lo que quedaba del día cuidando a su madre

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Poppy se pasó lo que quedaba del día cuidando a su madre. Cambiaba seguido los paños de su frente y trataba de acomodarla en la cama, pero todo era en vano. La mujer le daba manotazos o le gritaba para que se fuera. Su actitud empeoraba con el paso del tiempo.

—Llamé al curandero. No tarda en llegar —dijo Luther cuando Poppy salió de la habitación.

—¿Crees que sea grave?

—Verás que no. Ahora ve a dormir un poco, yo la cuidaré.

—Gracias —balbuceó. En estos momentos él estaba ayudando mucho más que su padre, al cual no habían encontrado por ningún lado.

Aún confundida y al borde del llanto, se dio la vuelta y quiso ir a su habitación; sin embargo, Luther la detuvo. Con suavidad, la rodeó en un cálido abrazo que ella aceptó enseguida. Ese olor que él desprendía se había convertido en uno de sus favoritos. La hacía sentir segura y en casa.

—Todo saldrá bien, pequeña. Susana es fuerte y se recuperará, te lo prometo.

Poppy respondió con un «ajá» y cerró los ojos, hundiendo su cabeza en el pecho de Luther.

Unos toques en la puerta hicieron que ella pegara un brinco y rompiera el abrazo. Se separó con las mejillas rojas y un tanto apenada.

—Ve a descansar, yo me encargo —dijo él y Poppy obedeció.

Se apresuró a caminar por el pasillo en dirección a su habitación. Pero la curiosidad era mucha, por lo que fue corriendo a ver quién tocaba la puerta.

Luther le dio la mano a un anciano que vestía una enorme túnica café y cargaba una bolsa negra entre las manos. Su cabello era tan blanco que Poppy recordó el pelaje de la cabra que su hermano tenía cuando eran niños.

Se fue corriendo al percatarse de que se acercaban y se metió en su habitación, dejando la puerta abierta para escuchar. Ambos hombres entraron a la recámara de su madre y después de un corto tiempo volvieron a salir.

—Tiene un sangrado abundante, posiblemente se deba a una infección por el trabajo que realizaba la señora. Con respecto a la fiebre, le di una infusión de hierbas, deben dárselo cada día.

—¿Se recuperará?

—La noche será lo más difícil. Si lo logra, solo queda darle las medicinas y encomendarse a Dios.

—No es posible. ¿No existe otra medicina que...?

—Me temo que no. —El anciano estiró la mano, esperando su paga.

—¿Cuánto es?

—Cinco monedas de plata, más otras veinte si quiere la dosis de la medicina de toda la semana.

—Eso es demasiado, no tengo tanto... —exclamó Luther y se llevó las manos al cabello mientras maldecía.

—Cuando reúna el dinero, ya sabe dónde encontrarme. Si me disculpa, debo ir a atender a la señora Miller. Tuvo un ataque de pánico después de que su hijo desapareciera.

Promesas De Un Traidor © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora