En el convento Saint Ekavine, Janne vive recluida esperando su muerte, hasta que conoce a Josh y encuentra un motivo para pelear contra los espíritus que la atormentan desde que era niña.
En Credoss, Poppy se acerca cada vez más a Lu, el nuevo pret...
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Poppy corrió tan rápido como pudo hasta que llegó al pequeño taller de su padre. El local no era gran cosa, estaba viejo y lleno de polvo, con ese olor a madera que ella recordaba desde siempre. Unos simples harapos sucios servían como cortinas y trozos de madera podrida eran las mesas y bancos.
Hizo a un lado una tela café y entró al pequeño cuarto del jefe.
—Hola, papá.
El hombre dejó de cortar el tronco que estaba en el suelo y la saludó.
—Buenos días, cariño. ¿Ya comiste?
Lo abrazó y se sintió como una niña de nuevo. Recordó los tiempos en los que vivían los cuatro felices, cuando sus padres aún estaban juntos y su hermano mayor no había partido a la guerra.
—Yo… vengo a ver si necesitas ayuda en algo.
—De hecho, ella es muy inteligente y podría ayudarnos. Bueno… solo si usted quiere —interrumpió una voz conocida.
Poppy se separó de su padre y corrió para darle un corto abrazo a Dan, seguido de un beso en la mejilla. El chico fingió tomar unos trozos de madera y salió apresurado del cuarto de su jefe.
—Me alegra que Dan te ayude.
—Es un buen muchacho. Un poco hablador, pero aprende rápido.
Su padre le hizo señas para que salieran del local. Ya en la calle, se sentaron en una banca vieja cerca de una carreta con varios troncos y dos caballos.
—Cariño, hay unos rumores que están rondando por el pueblo. Me preocupa que los escuches y entiendas mal las cosas.
—¿Sobre mamá?
—Sí… —El hombre rascó su cabeza y, mientras buscaba las palabras indicadas para decirle a su hija, repartió la merienda que tenía guardada.
Poppy observó a su padre detenidamente. Sostenía con fuerza el trozo de pan y su mirada estaba fija en el suelo. En los últimos años, su apariencia física cambió por completo, ya no era aquel hombre lleno de vida que recordaba. Más bien parecía un anciano desaliñado, con la barba y el cabello largo y cubierto de tierra. Aun así, su relación seguía igual, ella siempre sería su pequeña princesa.
Por el olor a cerveza, dedujo que él no se había tomado para nada bien la noticia de que Susana ya tenía una nueva pareja.
—Prometiste que ya no beberías.
—Fue solo una cerveza. Necesitaba olvidar algo.
—Pero…
—Hija, ya hemos hablado de esto.
No era cierto. Su padre ignoraba el problema y su madre… bueno, Susana ya había hecho de nuevo su vida y el sentimiento de que ella pasaba a ser un estorbo era cada vez más grande.