Capítulo XXIX

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Dos semanas más tarde, Charlotte y Elijah habían hecho aún más fuertes sus lazos, pues la pelinegra pasaba más tiempo con Kol últimamente, y Niklaus se estaba encargando de averiguar qué planeaban las brujas de Nueva Orleans, y cómo reconquistar la ciudad. Elijah había decidido tomarse un descanso de esos temas para pasar unos ratos con ella.

Lotty llevaba casi un mes sin ver en persona a Finn y Sage, pues ambos se estaban dedicando a viajar por el mundo. Aunque hacía una semana, había hecho una videollamada con ellos. Sabía que ahora se encontraban en Ámsterdam, disfrutando del clima y la cultura holandesa.

Rebekah, por otro lado, había decidido quedarse en Nueva Orleans con Daniel, su alma gemela. Había conseguido convencer a Niklaus de dejarla quedarse ahí, prometiendo que le pasaría información de lo que pasaba en la ciudad.

Toda la familia Mikaelson estaba repartida por el mundo, y aunque Charlotte quería que estuvieran aquí, pues era Navidad, no podía echarles en cara necesitar unas vacaciones. Ella se había encargado de comprar y decorar el árbol, lo último con ayuda de los tres originales, pues el árbol era alto y ella no llegaba.

Ahora, la noche del 24 de diciembre, se encontraban los cuatro sentados en el sofá del salón viendo una de las películas favoritas de la chica, Cuento de Navidad. Se encontraba sentada entre Kol y Niklaus, Elijah al lado de este último, y con Aramis tumbado a los pies de su dueña. Habían hecho un fuerte alrededor de los sofás y la televisión, y habían puesto mantas y cojines. Charlotte había convencido a los originales de ponerse mañana para abrir los regalos y desayunar, unos jerseys rojos con la inicial de cada uno.

Los regalos ya estaban puestos debajo del árbol cuando se levantaron. La pelinegra se acercó a la ventana del salón, sólo para ver que el suelo se encontraba cubierto por una gruesa capa de nieve.

—Feliz Navidad, amor. —Niklaus la saludó con un beso en la mejilla.

—Feliz Navidad, Nik.

Elijah y Kol, sorprendentemente, se despertaron más tarde. Charlotte y Niklaus se encontraban en la cocina, hablando y riendo en susurros mientras preparaban chocolate caliente con nubecitas encima.

—Ahora que estamos todos... ¡los regalos. —Gritó ilusionada.

Todos se sentaron en el sillón, abriendo sus regalos. Niklaus le tendió una pequeña cajita, en la que residía un brazalete de plata con un símbolo de infinito.

—Te has acordado. —Murmuró sorprendida.

Una de las tardes que ambos pasaron juntos, pasearon por una de las calles comerciales, y la chica vió en un escaparate, un brazalete parecido al que ella compartía con su madre cuando era pequeña.

El híbrido le sonrió con cariño.

Antes de que ella pudiera darle el suyo al híbrido, Kol le tendió la mano para que le siguiera. La chica frunció el ceño antes de ir con él hacía la parte más alejada del jardín. Un precioso caballo blanco se acercó a ella a paso rápido.

—¡Starlight! —La chica se abrazó al cuello de uno de sus caballos favoritos. —¿Cómo...?

—Bonnie me ayudó. Volvimos a tu realidad y le trajimos. Sirius vendrá en unos días.

—Gracias, gracias, gracias. —Kol sonrió abrazando a su compañera. La alejó suavemente después de unos segundos.

—¿Estás llorando, Ángel? —preguntó alarmado.

—Son las hormonas... —Aclaró causando una risa a los presentes.

—¡Ya hemos llegado! —Se oyó la voz del Salvatore mayor entrando a la casa.

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