Capítulo XXXI

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Los gemelos ya tenían tres meses. Todos se habían mudado a Nueva Orleans, y a veces, los Salvatore acompañados de Caroline, Bonnie y Enzo, iban también.

Aquella mañana, había un silencio extraño, que hizo que al bajar las escaleras, la pelinegra mirara desconfiada a los hermanos. Kol estaba sentado en el suelo, jugando con James, mientras Klaus pintaba garabatos con Elisa, y Elijah leía en un sillón al lado de dónde Kol y James se encontraban. Todos levantaron la cabeza al sentir la mirada de su pareja.

—¿Qué ha pasado?

—¿A qué te refieres, Elskan?

—Hay mucho silencio...

Kol sonrió entendiendo a lo que se refería la chica. Quitó su sonrisa cuando un bloque de lego, el juego con el que estaba jugando con su hijo, le dió en la cabeza.

—Oye, amigo, habíamos quedado en que no me lanzarías cosas. —Regañó a su hijo. Pero el niño le volvió a lanzar otra pieza más grande, antes de gatear hasta quedar detrás de las piernas de Elijah, mientras reía.

Charlotte rió por como la actitud infantil de su hijo rivalizaba con la de su padre. Elijah levantó a James con cuidado y caminó hacia la cocina, sabiendo que debía tener algo de hambre.

La pelinegra caminó en busca de algo que hacer, pues sabía que sus compañeros podrían ocuparse media hora de sus hijos.

La biblioteca estaba tan en silencio como siempre. Los sillones lucían antiguos, pero bonitos. Rebekah había estado un mes buscando unos que la convenciesen del todo. Debían ser bonitos, pero cómodos. Y así lo eran. Charlotte había pasado tranquilos momentos estos últimos meses leyendo ahí. A veces ella y Elijah leían juntos, o Klaus se entretenía pintándola mientras ella leía. Una vez, incluso logró convencer a Kol de que bailase un vals con ella. Hacía mucho que no bailaba, y conociendo a Caroline, pronto tendrían que volver a Mystic Falls unos días para el concurso de Miss Mystic Falls y tendría que bailar con alguno de los hermanos.

—Hola hermana. —La voz de su hermano James atrajo su atención. Con el anillo que su madre le regaló, cada vez que pensaba en alguno ellos, aparecían. Sin embargo, se sorprendió pues llevaba sin ver al fantasma de su hermano desde antes del nacimiento de los gemelos.

—Hola, Jamie. ¿Cómo estás?

—Bien. Ya sabes, muerto. Pero bien. —Rió divertido.

—Tu humor cada vez es peor. —dijo la chica intentando ocultar una sonrisa divertida.

—¿Cómo están mis sobrinitos?

—Bien. Jugando con su padre en el salón. Nik y Elijah están con ellos.

—Oh, sí, los Originales. —Murmuró.

—¿Qué pasa, James?

—Alguien me ha hablado de ellos. No son buenos, Charlie. Son monstruos.

—¿De qué estás- A tí te parecía bien que estuviese con ellos. —dijo confundida.

—Lo sé. Pero ahora que sé que pueden hacerte daño...

—No me harán daño, James. —La chica negó. —¿Quién te dijo eso?

—Esther. Esther Mikaelson.

La chica abrió mucho los ojos al reconocer el nombre.

—¿¡Es que nunca se queda muerta!?

—Charlie, debes tener cuidado. No te fíes de nadie, ¿vale? —Dijo antes de desaparecer.

—¿¡James!? ¡Maldita sea, James! —Gritó mientras intentaba que su hermano volviese a aparecer.

—¿Ángel? ¿Estás bien? —El original más pequeño entró con su hija en brazos. Detrás de él, Elijah y Klaus, este último intentando que el más mayor de los gemelos dejara de intentar bajarse de sus brazos.

—Vuestra madre trama algo.

—Claro que sí... ¿cómo iba ella a quedarse de brazos cruzados mientras nosotros vivimos una buena vida?

—Tenéis visita. —Marc, uno de los híbridos de Klaus, entró a la sala.

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