ahí estaba ella

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Los rayos de sol chocaron contra mi cara, haciéndome cerrar los ojos más fuerte, y despertándome. Noté unos brazos al rededor de mi cintura, me desperecé un poco y me giré hacia el otro lado de la cama, quedándome frente a ella.

Estaba en su casa, en su cuarto y en su cama.
Estaba con ella.

Dormía plácidamente, como si no existiese nada que la alterase o presionase, cuando en realidad todo lo hacía. Le aparté unos pelos rebeldes de la cara y dejé un beso en su frente. Intentando no despertarla y con mucho cuidado desenrollé sus brazos de mi cintura y salí de la cama, y seguidamente de su cuarto.

Al salir de su cuarto me encontré con Nala mirándome fijamente. Me agaché para coger al cachorro entre mis brazos, y dejé caricias sobre su cabeza. "Vamos a desayunar, Nala." Le dije mientras me dirigí a la cocina. Miré en la nevera, cogí unos cuantos huevos, leche y mantequilla. Encima de la encimera encontré la harina, parecía puesta ahí aposta.

Deje todos los ingredientes sobre la mesa de la cocina y cogí la comida de Nala, se la eché en el bowl, y ella con un ladrido me lo agradeció. El cachorro empezó a comerse su comida, y yo volví a lo que estaba haciendo.

Encontré un bowl para mezclar los ingredientes y poder hacer tortitas. Cocinar era algo que me gustaba mucho, en Badalona cuando Hugo y yo éramos pequeños, todos los sábados por la mañana cocinábamos desayunos distintos junto con mis padres, era mi momento favorito de toda la semana, por eso me encantaban los fines de semana.

Pero cuando nos mudamos a Londres, todo cambió. Hugo tenía mucho que hacer entre los entrenamientos e ir a clase y mís padres estaban muy ocupados como para tomarse un respiro un sábado por la mañana. Las primeras semanas yo seguí con la tradición, pero mi hermano mayor, el cual ya pasaba un poco de mi, desayunaba siempre de camino a los partidos, y mis padres, sus mayores fans, desayunaban en la cafetería del club. Por lo que deje de intentar rememorar nuestros mejor momentos en casa.

Y los sábados de cocinar, se convirtieron en sábados de partidos, y poco a poco toda nuestra vida comenzó a girar entorno a Hugo.

Recordé todo con nostalgia y una lágrima cayó por mi mejilla. Noté unos brazos enredarse alrededor de mi cintura. "Eh. ¿Qué pasa?" La oí susurrar en mi oído. Yo negué con la cabeza y dejó un beso en mi mejilla, separándose de mi, no sin antes abrazarme un poco más fuerte. "¿Te ayudo?" Me preguntó sentandose en la encimera, junto donde estaba terminando la masa de tortitas. "Enciende el fuego anda." Le contesté con una sonrisa, y tras bajar de la encimera de un salto, me cogió de la cintura y dejó un beso en mis labios. "¿Me vas a contar luego qué te pasa?" Me preguntó al separarse, asentí con la cabeza y antes de alejarse me dio otro beso.

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Un ladrido me despertó, me desperecé en la cama y estiré mis brazos hacia delante. Vacío. Abrí un poco los ojos, y vi la cama. Solo estaba yo. Miré al rededor de la habitación. Nadie. ¿Se había ido? Con pena me recosté sobre el marco de la cama y suspiré. Pensé que se quedaría.

Sin ganas de nada me levanté de la cama y salí de la habitación. Escuché unos ruidos, como de algo metálico contra el cristal. Me acerque lentamente a la cocina, y me apoyé en el marco de la puerta. Ahí estaba ella. No se había ido. No sé qué estaba haciendo, pero escuché como lloraba. Me acerqué lentamente y la abracé por la espalda.

Hacíamos tortitas en mi cocina mientras reíamos y jugábamos con la masa. Mi madre me mataría, según ella no se juega con la comida. Pero con Andrea me daba todo igual. Pusimos las tortitas en un plato y nos sentamos en la mesa después de limpiarnos la cara. Comimos todo el desayuno entre risas, con Nala mirándonos desde el suelo.

Sin ti no soy yo misma Donde viven las historias. Descúbrelo ahora