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«Nada parece unir las vidas de Zhang Hao, un violinista en ascenso, y Kim Jiwoong, un prestigioso cirujano. Sin embargo, su amistad del pasado aún los conecta y su reencuentro después de 8 años revive los secretos que ocultaron desde la infa...
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Cuando tenía 9 años, unos pequeños golpes en la ventana de su habitación lo despertaron esa noche de primavera, lo recordaba muy bien porque fue unos días antes del receso escolar. Hao abrió los ojos y supo al instante que era Jiwoong. Bajó de su cama sin hacer ruido, se subió al baúl que guardaba sus juguetes y pudo verlo con el cabello alborotado, en remera y shorts, mientras se abrazaba a sí mismo como si la brisa en esa noche fuera particularmente fría. Hao hizo una seña para que se quedara allí y bajó del lugar en donde estaba. Rápidamente se puso las zapatillas y una campera, aunque también agarró un abrigo extra para su amigo. Bajó las escaleras intentando hacer el menor ruido posible ya que sus padres estaban en el comedor. Salió a escondidas por la puerta de la cocina y al cruzar miradas con Jiwoong, llevó su dedo índice a los labios indicando que hiciera el menor ruido posible. Señaló la pequeña casa del árbol que estaba en su jardín trasero y ambos subieron.
—Tienes que abrigarte. —Hao dijo mientras le daba uno de sus buzos a Jiwoong. Particularmente uno que tenía un tierno gatito dibujado, sin embargo a Jiwoong no le importó el detalle al ponérselo. —¿Pasó algo en tu casa? —No, o si. En verdad si. —Abrazó sus piernas al sentarse al lado de Hao. —¿Sabes? Hoy extrañé a mi mamá más que nunca. Siempre la extraño, pero hoy lloré pensando en ella. —
Jiwoong confesó y Hao no dudó en aferrarse a su brazo en forma de abrazo, mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Habían pasado casi 3 años desde que su madre había fallecido. Jiwoong tenía solo 7 años cuando la tragedia golpeó a su puerta y a tan temprana edad aprendió una de las lecciones más dolorosas de la vida: las personas que amamos no son eternas. Su padre, trabajaba en una pequeña farmacia en el centro de la ciudad de Busan, y luego de perder a su esposa, dividió sus horas de trabajo, con la crianza de su único hijo. Aunque para ser honestos, Jiwoong siempre fue un chico muy independiente y responsable. Entendió desde el principio que debía ayudar para que su pequeña familia, no se rompiera. Tal vez cargar con algunas responsabilidades, tal y como ir solo al colegio, hacer solo sus tareas y preparar a veces su desayuno o almuerzo, no era lo mejor para un niño de su edad, pero así lo hizo hasta que conoció a Hao, entonces él fue su mejor compañía durante los momentos de soledad y en algunas situaciones tristes, como la de esa noche.
—Escuché a mi papá llorar también. Tal vez hoy es un día especial, no lo sé. Sólo sé que me duele algo aquí —dijo al señalar su pecho. —No podía dormir y por eso vine ¿Estabas durmiendo Hao? —No, no aún —mintió para no hacerlo sentir peor —¿Alguna vez le preguntaste a tu papá porque tu mamá se fue? La maestra dijo que cuando las personas se van, se quedan en el cielo, cuidando a los que aún estamos en la tierra. —Lo sé. Papá dijo que ella se enfermó y nadie pudo curarla —Jiwoong suspiró. —Por eso tengo que estudiar mucho, tengo que lograr ser el mejor doctor del mundo, para que la gente no se vaya al cielo igual que mamá. —Jiwoong yo sé que serás el mejor médico de todos. —Eso espero, aunque ahora me preocupa no poder curar a mi papá de su tristeza. Mi abuela llamó anoche, dijo que debía portarme bien para que mi papá esté contento. Y yo lo hago, pero él aún llora en las noches. —Tal vez cuando seas doctor, encuentres una cura para eso. Mientras tanto, deberías hacer lo que dice tu abuela. Las abuelas son sabias, o al menos eso siempre escucho. —Gracias Hao. Gracias por ser mi amigo. —Jiwoong recostó su cabeza sobre el cabello de Hao. —Cuando seamos grandes, vivamos juntos.