Episodio 1: "El Comienzo del Cazador"

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Hace más de trescientos años antes de Cristo, en un mundo donde los demonios vagaban libremente por la Tierra, había un joven llamado Saúl. Los demonios, aunque no siempre eran una amenaza constante, aparecían en grandes números y causaban estragos en las pequeñas aldeas. Saúl vivía en una de esas aldeas, un lugar aislado del resto del mundo, protegido por un inmenso árbol sagrado conocido como Shoaota.

El árbol, con sus raíces profundas y hojas eternamente verdes, emitía una energía especial que mantenía a los demonios alejados. Gracias a este árbol, el pueblo había estado a salvo durante generaciones. Saúl, apenas de ocho años, llevaba una vida tranquila con sus padres. Él soñaba con aventuras, corriendo entre los arbustos que rodeaban la aldea, sin saber que un día su vida cambiaría para siempre.

Un día, cuando el cielo se oscureció con nubes negras y relámpagos, una tormenta sobrenatural arrasó el lugar. Los vientos aullaban como bestias y el Shoaota, el protector del pueblo, fue derribado por un rayo devastador. El árbol, que durante tanto tiempo había protegido a la aldea, yacía ahora en el suelo, inerte.

-¡Papá, el árbol se cayó! -gritó Saúl, corriendo hacia la pequeña casa donde vivía con su familia.

-Saúl, entra a la casa, rápido -ordenó su padre, con el rostro pálido, sabiendo lo que eso significaba.

Sin el Shoaota, los demonios empezaron a aparecer, como si hubieran estado esperando ese momento. Se abrieron grietas en la tierra, y de ellas emergieron criaturas de todas formas y tamaños. En la vanguardia de esta horda infernal, vinieron los siete más poderosos de todos: los Príncipes del Infierno.

Sus nombres eran temidos por todos: Satanás, señor de la ira; Lucifer, el arrogante; Belcebú, el insaciable; Leviatán, la bestia; Asmodeus, lujuria pura; Mammón, la avaricia encarnada; y Belfegor, la pereza personificada. Cada uno más despiadado y aterrador que el anterior.

El padre de Saúl, con un temor que jamás había mostrado, abrazó a su hijo.

-Escucha, Saúl, pase lo que pase, corre. ¡No mires atrás!

Pero Saúl, paralizado por el terror, no se movió. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras veía cómo su familia era masacrada por las criaturas.

-¡No! -gritó Saúl, intentando correr hacia sus padres.

Pero en su camino, se encontró con Satanás. El Príncipe de la Ira lo miró con desprecio y lo golpeó con tal fuerza que lo arrojó varios metros lejos.

-¿Un simple humano...? -bufó Satanás-. Qué patético.

Saúl cayó en el suelo, su visión borrosa. Apenas consciente, vio cómo los demonios devoraban su aldea. Sus oídos retumbaban con los gritos de los aldeanos, y el mundo a su alrededor parecía desmoronarse. Cuando por fin recuperó el sentido, se encontró rodeado por demonios menores que se acercaban con hambre en sus ojos. Aterrorizado, Saúl hizo lo único que pudo pensar: se lanzó hacia ellos.

Algo extraño sucedió.

Con un impulso casi instintivo, derrotó a los demonios que lo rodeaban. En su desesperación, uno de los demonios que atacó cayó a sus pies, y en medio de su confusión, Saúl tomó un bocado de la carne del monstruo. La textura repulsiva le causó arcadas, pero con cada mordisco, sintió que su cuerpo cambiaba.

-¿Qué... qué está pasando? -jadeó, sintiendo una energía oscura apoderarse de él.

Pronto, el niño se dio cuenta de que había adquirido algo más que fuerza. Había obtenido una maldición: no podía morir ni envejecer, pero la inmortalidad no lo salvaba del dolor ni de las heridas. Solo podía ser asesinado en batalla.

Pero de la nada se desmayó. Cuando despertó, vió cadáveres de demonios desvaneciéndose en la oscuridad de la luna. Estuvo toda la noche luchando. Pero no recordaba nada. Solo encontró los cadáveres de sus padres y lloró desconsolado toda la noche. Sin nadie que le quedará, Saúl hizo la promesa de matar a los príncipes del infierno y a todos los demonios o moriría en el intento...

Con el tiempo, Saúl, ahora bajo el nombre de Striker, se dedicó a cazar a los demonios que habían destruido su vida. Su rabia alimentaba su habilidad para combatirlos, y su inmortalidad le daba una ventaja sobre sus enemigos. Cada demonio que caía ante su espada lo acercaba más a su verdadero objetivo: los siete Príncipes del Infierno.

varios, demasiados años después...

Striker había viajado por todo el mundo, cazando demonios y perfeccionando sus habilidades. Se había unido a una organización secreta de cazadores de demonios, aunque prefería trabajar solo. Era reconocido como uno de los cazadores más letales.

Un día, en el año 2023, mientras se encontraba en Grecia, cruzó caminos con un demonio que parecía saber más de lo que debería.

-Sabes lo que quiero -le dijo Striker al demonio, sosteniéndolo contra la pared con una sola mano-. Dime dónde están... o te haré sufrir hasta que me ruegues que te mate.

El demonio, asustado y jadeando aunque confiado, sonrió con malicia.

-Tú... nunca los encontrarás -susurró-. Pero... uno de ellos está más cerca de lo que crees.

Striker afiló la mirada.

-Habla.

-Kaore, Japón -dijo el demonio, antes de estallar en llamas negras y desintegrarse.

Striker dejó caer los restos del demonio al suelo, sin importarle porque le había pasado eso al demonio y miró al horizonte. Japón. Uno de los Príncipes del Infierno estaba allí. Su venganza, finalmente, estaba al alcance.

-Kaore... -murmuró para sí mismo-. Te encontraré.

Con esa pista, Striker sabía que su próxima parada sería Japón, donde el pasado que lo había atormentado durante siglos podría finalmente enfrentarlo cara a cara.

Con esa pista, Striker sabía que su próxima parada sería Japón, donde el pasado que lo había atormentado durante siglos podría finalmente enfrentarlo cara a cara

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Striker, el cazador de demonios.

STRIKER EL CAZADOR DE DEMONIOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora