Después de viajar a través de medio país junto a Joel y Ellie, nos asentamos en Jackson, tratando de dejar atrás tanto caos. Por un tiempo, las cosas parecían mejorar y esa nueva conexión con ella en mi vida se convirtió en lo más importante para mí...
El suave resplandor de la luna filtrándose por la ventana iluminaba ligeramente la habitación. Me encontraba acostado, abrazando a Ellie mientras dormíamos. Era una sensación increíble, poder sentir su piel cálida contra la mía, su respiración suave y regular en mi pecho, sus dedos rozando los míos. Era una sensación hermosa, como la primera vez que compartimos una noche juntos.
Sin embargo, algo en mí sentía que algo no andaba bien. Como si todo fuera demasiado perfecto, demasiado tranquilo.
—Te amo, Ellie. – Murmuré en voz baja, esperando escuchar su respuesta como tantas veces antes.
Pero no hubo respuesta. Solo silencio. Un nudo de preocupación se formó en mi estómago. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no me respondía?
—Ellie... ¿estás bien? – Pregunté con ansiedad, acariciando su cabello.
—No sabes nada... – Exclamó sin siquiera mirarme
Su voz sonaba distante y herida. Como si realmente no quisiera estar ahí.
—Eres un maldito egoísta...
Cada palabra era como un puñal que se clavaba en mi pecho. Quería hablar, quería disculparme, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.
Entonces, como si fuera arrastrado por una fuerza que no podía controlar, me encontré parado frente a esa puerta, esa maldita puerta.
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Sin control de mi cuerpo, mi mano temblorosa abrió la puerta de golpe, y el escenario horroroso se desarrolló ante mis ojos.
—¡Por favor, no lo hagan! ¡Tenemos familias, hijos! – Imploraba el doctor, su voz temblorosa.
—No somos malas personas, solo estábamos haciendo nuestro trabajo... – Balbuceaba uno de los enfermeros, con lágrimas en los ojos.
Intenté bajar el arma que tenía en la mano, luchando contra mis propios impulsos, pero era como si estuviera atrapado en un trance oscuro. No quería hacerlo, no quería revivir esa pesadilla, pero mis manos no obedecían. El conflicto era asfixiante, y justo en el momento antes de tomar una decisión, me desperté bruscamente.
Mis ojos se abrieron, encontrándose con el techo blanco de la habitación. La cama estaba fría, y la sensación de estar solo era un aguijón en mi pecho. Un profundo suspiro escapó de mis labios mientras mi mano se estiraba para golpear el despertador que sonaba insistentemente.
Mientras trataba de asimilar todo, un suave golpeteo en la puerta me sacó de mi ensimismamiento. .
—¿Estás bien, muchacho?– Me preguntó Joel, desde el otro lado.
—Sí, estoy bien. – Respondí con voz ronca.
Un silencio se hizo presente durante unos segundos.
— Recuerda que un rato salimos. Hay que patrullar. – Volvió a hablar Joel.
—Si, Lo se. Me cambio y bajo en un rato. – Le dije.
