8. ESTA VELOCIDAD NECESITA LA CUARTA MARCHA

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IRIS


Cuando Nate dijo que había un simulador, imaginé que más bien era como los juegos comerciales que hay a la venta de cualquiera. Me equivocaba soberanamente. En medio del club privilegiado del circuito, había un coche, con unos muelles debajo de él como los toros mecánicos de la feria, y unas enormes pantallas para hacer más realista la actividad.

Los pedales se sentían como mantequilla debajo de las deportivas que había elegido ese día y, con toda la tensión y la emoción del momento, los pantalones pitillo junto con la blusa floja blanca que portaba, estaban haciendo mi tarea un poco más compleja. Digo un poco porque estaba machacando a todo aquel que se me acercaba.

—Madre mía, esto es impresionante —exclamó Nate en algún punto de la competición.

Él aún no se había sentado para ser mi contrincante, había dejado a todos los curiosos que lo hicieran en primera instancia.

—¿Cómo voy, Nate, hay alguien con posibilidades en la cola?

Mientras me mofo de la cantidad de victorias que he conseguido en la media hora que llevo sentada en el simulador, Nate ríe sobre mi cabeza.

—No entiendo cómo has desaprovechado la oportunidad de dedicarte a esto, Iris.

«Si tú supieras...»

Pero él no sabía, y tampoco debía hacerlo. La vida sucede entre los y si... y los fue... Yo misma peco de remolonear demasiado en el pasado, pero mi presente es muy diferente a ese tiempo vivido. El sueño murió hace años, me gusta poder disfrutar de esta oportunidad, vivir el momento el paddock, pero sé que generar de nuevo expectativas sobre un futuro prometedor en el mundo del motor es un espejismo que ni yo misma quiero ver.

—Mierda.

Es lo único que escucho y no ha salido de la boca de mi contrincante al que le estoy dando una buena paliza, ha sido Nate quien lo ha expuesto.

Muevo la mirada hacia él que a su vez tiene la cabeza perdida en algún punto del fondo de la sala. Las personas se mueven nerviosas, sacan sus teléfonos móviles y captan el momento en el que el gran Beck Hunter, con el mono de carrera atado a la cintura y recién salido de los entrenamientos libres, acaba de aparecer por la sala del paddock club.

El paddock para muchos es ese lugar en el que transcurre toda la magia antes del circuito. Bien es cierto que guarda algo de encanto porque todas las escuderías se posicionan a lo largo de un enorme pasillo y puedes encontrarte con todo tipo de celebridades en él. A mí, como buena aficionada, me parece el sitio más perfecto del mundo. Donde quisiera estar cada fin de semana más allá de la tontería que algunos famosos se traen con él.

Bien es cierto que justo ahora, en estos instantes, no me apetece nada encontrarme aquí metida. ¿Alguien conoce el modo de teletransportarse a las gradas del circuito?

—Fuera —suelta Beck en un tono de enfado al chico que estaba corriendo a mi lado.

—¿Es así como tratas a los fans? —pregunto muy seria para que no perciba mis nervios.

El circuito de la pantalla continúa desarrollándose, pero he perdido el hilo y mi monoplaza se ha estrellado. Toda la atención, no solo mía, sino de la sala completa, la ha acaparado el idiota de turno.

—¿Podemos hablar?

—¿Tú y yo? —pregunto convirtiéndome yo misma en la idiota.

A mi favor he de reconocer que ha sido un movimiento tan inesperado y rápido que no tengo munición para una respuesta ingeniosa.

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