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Cuando Marcy ingresó a la casa, un delicioso olor a estofado de carne invadió su nariz, y sintió cómo su estómago rugía por el hambre

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Cuando Marcy ingresó a la casa, un delicioso olor a estofado de carne invadió su nariz, y sintió cómo su estómago rugía por el hambre.

Parpadeó, sorprendida, porque no recordaba cuándo fue la última vez que Anne decidió cocinar estofado. Los últimos meses, debido a la cantidad de trabajo que ambas tenían, solían comer por fuera o pedir algo para llevar, dejando de lado las comidas caseras, los almuerzos en conjunto, las conversaciones tontas pero bonitas qué solían tener.

—Bienvenida, Marcy—le gritó Anne desde la cocina, y de forma inevitable, se dirigió a ella como solía hacer antes, solo que en lugar de abrazarla por la cintura para hacerla reír, dándole después un par de besos en el cuello y los labios, se limitó a quedarse de pie bajo el marco de la puerta, viendo su rostro colorado por el calor en el lugar, su expresión relajada y el mandil de girasoles atado a su cintura—. Te extrañe mucho, ¿cómo te fue hoy?

No podía quitar su mirada de Anne.

No podía desviarlos, no podía dejar de ver esa mirada tan brillante, esa hermosa sonrisa que poseía, esas mejillas qué quería tocar todo el tiempo.

Por un breve instante, quiso abrazar Anne, enterrar su rostro en el pecho de ella y acurrucarse en sus brazos, como hacía meses atrás, cuando las cosas parecían ir bien, cuando Alexa solo era una asistente y no algo más.

Alexa.

La pobre de Alexa mirándola con pena y molestia por la decisión de aceptar la propuesta de Anne, hablándole solo lo necesario, sin querer tener una conversación privada con ella.

—Bien—respondió con tono lejano, comenzando a quitarse el saco—, cerré un nuevo trato, voy a dedicarme a diseñar un centro comercial.

—Felicitaciones—dijo Anne girándose, dándole la espalda—, te lo mereces, MarMar, trabajas duro.

Y tú, Anne, te mereces a alguien mejor, pensó Marcy caminando hacia el cuarto para cambiarse de ropa.

De forma inevitable, recordó a Anne en el auto de aquella desconocida a quien llamó a una de sus pacientes, mirándola con tanta adoración y ternura que su estómago se encogió por algún motivo qué no podía comprender, y la desesperada necesidad de alejarla de ella, de impedirle que la besara, llego de esa forma inevitable obligándola a actuar.

Sonaba como una maldita hija de puta egoísta, lo sabía, pero no se trataba de eso. Anne podía ilusionarse con facilidad, y esa desconocida solo la quería para un momento, ¿no le estaba evitando entonces más sufrimiento?

Era eso. Sólo eso, lo juraba.

Anne, en tanto, suspiraba mientras apagaba la cocina, el estofado ya listo, las papas salteadas preparadas. Ese día había salido más temprano por que su último paciente canceló la hora, así que aprovecho para llegar antes a casa y poner sus habilidades culinarias en acción.

Recordaba que antes, cuando las dos tenían tiempo, podían estar todo el día cocinando recetas nuevas, muchas veces terminando con una intoxicación porque no solían preocuparse mucho de lo que hacían. Sin ir más lejos, mientras algo se cocía, se freía o hervía, hacían el amor sobre la mesita de la cocina, sin importarles si lo que cocinaban quedará quemado.

No pudo evitar sonrojarse al pensar en esas ocasiones en las que no resistian para llegar a su habitación, haciendo el amor donde se encontrarán. Toda esa casa estaba marcada.

Así que, al salir, pensó que podía cocinar algo para la cena de esa noche. Después de todo, llevaban una semana desde que Marcy aceptó ceder a sus treinta días, y si bien no habían peleado, tampoco es como si hubieran tenido grandes avances.

Las cosas estaban... Estaban igual que siempre. Si, Marcy la iba a buscar luego del trabajo, conversaban de cómo les había ido en el día, cenaban juntas, y luego se iban a dormir.

Anne quería intentar algo más arriesgado, tal vez hacer el amor con Marcy, hacerle ver que ellas seguían conectadas, sin embargo, tenía miedo de que Marcy la rechazará.

Y ese rechazo Anne no se sentía capaz de manejarlo.

Sirvió la comida, llevándola al comedor donde Marcy estaba llenando las copas con vino, y se quitó el mandil que se compró cuando recién se mudaron a esa casa.

—¿Cómo te fue a ti en el trabajo?—preguntó Marcy con tranquilidad mientras tomaba asiento.

Anne se encogió de hombros.

—Lo mismo de siempre, niños enfermos y padres asustados—sonrió suavemente—. Liam estaba mucho mejor. Hoy Luz y Amity lo acompañaron, me contaron que estaban pensando en adoptar para que Liam no esté tan solito.

—Es un trámite largo—respondió Marcy con indiferencia.

La sonrisa de Anne se volvió algo triste y apenada.

—Sí...

Marcy dejo salir aire de sus pulmones, notando una punzada de dolor en su corazón al ver la expresión lejana, afectada de Anne, y luego mordió su labio inferior.

—Tengo dos entradas para el cine mañana—le dijo entonces, notando como sus ojos se iluminaban—, ¿quieres ir? Luego podemos ir a cenar afuera, Anne Banana.

Anne asintió, contenta de ver a Marcy estaba invitándola a salir fuera. Pensaba en hacerlo ella, sin embargo, no se le había ocurrido a donde ir. Eso de planificar citas nunca le había salido muy bien.

—¿Qué película es?—preguntó entusiasmada.

Marcy sonrió de lado.

—Es una de terror—dijo con cierto tono burlón en su voz.

Su esposa la miró con incredulidad.

—¡Marcy, sabes que esas no me gustan!—reclamó como niña pequeña.

—Vamos, Anne Banana, tienes veintiocho años—se quejó Marcy—, además, no tienes por qué tener miedo. Estará allí para protegerte.

Su boca no pudo liberar sonido alguno cuando Marcy dijo esa última frase como si nada, aunque había toda una historia detrás: a los diecisiete años, cuando ambas fueron al parque de diversiones, Anne comenzó a sollozar al momento de subirse a la montaña rusa. Marcy le tomo la mano como si nada, llamando su atención, diciendo aquella frase para que no tuviera miedo, y el juego comenzó.

Por supuesto, Anne salió llorando también, prometiendo qué nunca más se iba a subir allí, pero esa frase quedó grabada en la mente de ambas como una promesa secreta entre dos.

—Si tengo pesadillas será tu culpa—dijo Anne con voz débil.

Marcy asintió.

—Es una fortuna que durmamos juntas entonces, Anne Banana—replicó Marcy.

Anne se sentía feliz de ver a Marcy intentarlo, aunque Marcy estuviera todavía confundida e indecisa. Aunque le hubiera hecho daño y le hubiera roto el corazón.

Pero prefería verla intentando a verla rendida.

Si Marcy se rendía, entonces Anne podía darse por perdida. 

 

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Apego [Marcanne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora