Capítulo 24

1K 75 10
                                    

...Tú, mi luna llena eres tú. Cuando apareces eres luz y las estrellas se molestan, me miras más que a ellas. Tú, mi luna llena eres tú. Cuando apareces eres luz y cuando estás todo es seguro y si te vas se vuelve oscuro...

🪐

Perdí mi mano en su pelo mientras él dormía plácidamente sobre mi pecho. Me puse los auriculares y disfruté de la música mientras leía un libro. En especial ese día estaba leyendo la obra teatral "La casa de Bernarda Alba" de Federico García Lorca. Lo había leído tantas veces que ya me lo sabía de memoria, pero en los momentos de debilidad, Lorca era mi refugio. Comenzó a sonar "Luna" de Aitana y sonreí al sentir como la letra me recordaba a él. Dos días habían pasado desde el fallecimiento de Miki y no me separé de Mihail ni un solo segundo. Estuvimos bien, dentro de toda la mierda que teníamos encima, supimos gestionarlo bien. El peor día fue el primero, pero poco a poco supimos hacerle frente al dolor. Yo por suerte o por desgracia cambié la mentalidad antes que él. Misho sin embargo seguía ausente, procesando la pérdida. Hacía ver que lo había asumido, pero lo cierto fue que no lo hizo, seguía ensimismado en el pasado, en los recuerdos y haciéndose siempre la misma pregunta. ¿Por qué Miki?

Sus ojos me rogaron tantas veces una tregua que no pude negarme. Mi madre salió temprano de casa sin avisar, pero por suerte nos dejó bastante a nuestro aire. Conoció a la madre de Mihail y aparentemente se llevaron muy bien, mi madre era de las típicas que no se callaba ni debajo del agua y no tardó en contarle todo, y cuando digo todo, es todo.

A pesar de estar viviendo una situación bastante complicada y dolorosa, la vida parecía sonreírnos o al menos así lo percibí yo. Juntos fuimos más fuertes, yo estuve ahí en todo momento, falté al trabajo por él y pensándolo fríamente sentí que lo mejor para los dos era volver a Barcelona, pero no quise agobiarlo. Todo estaba muy reciente y preferí darle su espacio. Estaba demasiado cansada como para tomar una decisión sólida. Ante todo el caos que nos estaba arrebatando cada segundo de nuestra vida, había un pequeño atisbo de felicidad donde ambos disfrutábamos de la compañía del otro.

Conseguimos el récord de no discutir durante dos días enteros que se dice pronto. Es verdad que las discusiones que teníamos en los últimos meses fueron por meras tonterías que solucionábamos al momento.

— ¿Qué hora es? —se quejó aferrándose a mi cuerpo.

Estiré el brazo y recuperé mi móvil. Miré la hora y suspiré al ver que todavía era temprano (para lo tarde que nos habíamos acostado) y que por desgracia él no había dormido tanto como le hubiera gustado.

— Las diez y media —susurré —. Duérmete otra vez, lo necesitas —le acaricié la mejilla.

— No puedo dormir —se quejó —. Desde que te he abrazado algo he podido descansar, pero las putas pastillas no funcionan.

— Es porque estarás nervioso —me encogí de hombros —. Quizás te viene bien que me vaya.

— Ni se te ocurra irte —sentenció aferrándose a mi cuerpo —. Apaga la luz y duerme conmigo —pareció más una obligación que una petición.

No pude negarme, dejé el libro a un lado y apagué la luz. Misho se colocó boca arriba y yo aproveché para abrazarme a su cuerpo. Él se aferró a mí con fuerza y tiré del edredón para taparnos bien. Hacía frío, muchísimo frío, acabábamos de entrar en diciembre y el helor ya comenzaba a hacer estragos.

Cúrame ▪︎ MISHO AMOLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora