Jamás lo haré

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Al entrar al hostal, el olor del tabaco unido al alcohol de los que se alojan allí por unas horas llega a mí

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Al entrar al hostal, el olor del tabaco unido al alcohol de los que se alojan allí por unas horas llega a mí.

Debería estar acostumbrada, pero es algo tan repugnante, ya no solo el olor, sino la forma en que algunos tratan a las chicas, que me revuelve el estómago.

Algunas lo hacen para ayudar a su familia económicamente, otras por tener más para vivir con soltura. Sea por lo que sea no es mi asunto. Pero me asquea ver cómo algunos las tratan como un objeto.

—Hola, hermosa, —escucho decir tras de mí, me giro rápido para enfrentarlo, es un hombre grueso, su calva brillaba con las luces, no mide más de un metro cincuenta, le saco unos centímetros. —ven, acompáñame. —Sus ojos están llenos de lujuria y su aliento desprende un fuerte olor a whisky, revolviendo mi estómago.

—No te atrevas a tocarme ni un pelo o te arrepentirás. —por unos segundos se queda callado mirándome para luego soltar una carcajada, que borró de su cara en un segundo. —Si no quieres que te raje la barriga, es mejor que te alejes.

En ese momento se va borrando su sonrisa al sentir la punta de mi navaja en su abdomen.

—Venga pequeña que te va a gustar. —el miedo comienza a apoderarse de mí, pero saco fuerzas para sujetar más fuerte la navaja y empujarla hacia delante, —Maldita loca, me pinchaste.

Una leve mancha roja se ve en su camisa amarillenta, en la zona donde mi navaja lo tocó.

—¿Qué ocurre aquí? —La dueña del hostal Graciela se acerca, sujeta mi mano, pero no le permito que me quite la navaja. —No seas necia niña, sería mucho mejor para ti si accedieras.

—¿Cuánto quieres por ella? —la voz fría del hombre me hace temblar.

—No estoy a la venta. —Mis palabras salen fuertes y seguras, aunque por dentro estoy muerta de miedo. 

—De qué tienes miedo, al final me pedirás más. —Intenta volver a acercarse, pero empuñando de nuevo mi navaja lo hago retroceder. —Sabes que esto solo hace que quiera más estar contigo y doblegarte.

Sonríe y su mirada se vuelve maliciosa.

Graciela, suelta mi muñeca que aún mantiene sujeta, con un movimiento llama a una de sus chicas.

—Jazmín, ven con el señor.  —le incita Graciela a la chica, el tratamiento tan distinguido que le da, me produce náuseas. —Ella es bastante buena y te va a entretener como quieras. —me hace señas para que me marche de allí.

Aunque me encuentro nerviosa, corro fuera de allí.

—Prefiero que intente defenderse. —Escucho antes de salir, acelerando aún más el paso para alejarme.

Entro en mi habitación cerrando la puerta con llave. No quiero correr ningún riesgo.

—Abre la puerta, niña. —Graciela golpea la madera y mi corazón lo hace con la misma fuerza.

Mis SacáisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora