𝘊𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰 𝘋𝘰𝘤𝘦

102 14 16
                                    


⚠️ Aviso importante: Los contenidos de este capítulo incluyen situaciones explícitas y están destinados exclusivamente a personas mayores de diecisiete años. Les pedimos que sean conscientes de su elección de lectura y que eviten el acceso si no cumplen con este requisito de edad. Se emitirá una segunda advertencia antes de cualquier contenido explícito en el capítulo. ⚠️

××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××××

No se me daba muy bien ignorarlo.

Hacía una semana que habíamos pasado la noche en Daniel, Wyoming -que ahora me sonaba más sucio de lo que debería- y desde entonces habíamos tomado una ruta indirecta hacia el este para serpentear por el estado. Ahora nos dirigíamos al sur, hacia Colorado. Esta parte del país era hermosa. Habíamos pasado por montañas salientes y altos pinos, y cada pueblo por el que habíamos pasado seguía pareciendo algo sacado de una película del oeste mientras nos acercábamos a la frontera del estado.

Pero no pude concentrarme en nada de eso. Estaba hiperconsciente del monstruo a mi lado. Su olor. Su voz. Sus entrañables resoplidos de diversión. La forma fluida en que se movía su cuerpo, tan grácil y a la vez depredadora. Todo ello hizo que mi encaprichamiento fuera cada vez peor.

No ayudaba que Wyn fuera realmente... agradable. Para mí, al menos. No estaba seguro de que lo fuera con nadie más. Pero me cuidaba a su manera, y me causaba un dulce dolor en el pecho el darme cuenta de ello. La única persona que me había cuidado había sido mi madre. Pero esto era diferente.

Tan diferente.

Aparte de encontrarme lugares seguros para dormir, y comida y agua cuando me sentía mal, me controlaba con regularidad para asegurarse de que estaba bien, y me escuchaba cuando divagaba sobre Nueva Luisiana o el ejército o mi madre. Nunca me dijo que me callara cuando cantaba viejas canciones country en el coche. Me habló de los Páramos, de los monstruos de aquí, de los asaltantes, de las cosas que había visto. Información valiosa que me ayudaría a mantenerme con vida, sobre todo los diferentes tipos de monstruos y lo que podían hacer. Si los militares nos oyeran -hacía tiempo que habíamos abandonado el camión-, se les pondrían los pantalones de punta.

Había matado a veinte parásitos más desde Daniel, Wyoming. Pero ya no me dejaba entrar en los campos o edificios con él. No desde que una segunda persona había intentado dispararme. Ésta había tenido mejor puntería que aquella primera en la vieja granja de Nebraska, pero por suerte habían fallado igualmente. Desde entonces, sin embargo, Wyn me hacía esperar a cierta distancia, con el rifle preparado. Todavía no había tenido que usarlo.

Empecé a preguntarme qué aspecto tendría bajo esa capucha. Es decir, me había preguntado antes, de pasada, si parecía humano... pero ahora me moría por verle la cara. Sólo por verlo. Para ver con quién hablaba durante horas al día, quién hacía ese pequeño sonido divertido, quién me hacía preguntas sobre mi antigua vida.

Pero no me atreví a pedirle que se bajara la capucha. Parecía el tipo de cosa que le haría enfadar. No es que me preocupara que arremetiera contra mí o me hiciera daño, pero aún así no quería que se enfadara conmigo. Quería que... me quisiera. Como estaba empezando a quererlo.

Me hizo poner a prueba mis límites con él. Nunca nos habíamos tocado realmente, sólo en raras ocasiones en las que era necesario, pero ahora quería tocarlo todo el tiempo. Me di cuenta de que le rozaba, le agarraba el brazo o apoyaba la mano en su hombro cuando no era absolutamente necesario. Por supuesto, si hubiera parecido realmente incómodo, habría dejado de hacerlo. Pero mierda, la mitad de las veces ni siquiera me daba cuenta de que lo estaba haciendo. Mi cuerpo se sentía atraído. Mi cerebro le decía que se acercara a él como fuera.

Sσυl Σαтєя  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora