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Los siguientes días fueron perfectos. Remus parecía muchísimo más a gusto con sus amigos debido al apoyo que había recibido cuando les contó su condición. James a veces lo había llamado su "pequeño problema peludo" o PPP cuando sus padres rondaban la habitación y hablaban del tema.

Ni Olivia ni Sirius habían mencionado nada acerca de su beso, ni entre ellos ni mucho menos con sus amigos. Habían acordado sin hablarlo que nadie tenía que enterarse de su pequeño secreto y simplemente fingieron que no había pasado nada. Todo seguía igual.

El penúltimo domingo de agosto los chicos se despidieron de Remus y Peter hasta el primero de septiembre.

Esa tarde James parecía pensar mucho en algo y estaba un poco ausente.

—¿Vas a soltar ya lo que tienes en la cabeza o qué? —dijo Sirius sentado encima de un cojín en la casa del árbol.

James comprobó que nadie se asomaba antes de hablar.

—He estado leyendo sobre licantropía en algunos libros de la colección de mis padres, y he leído cosas horribles.

—¿Cómo qué? —preguntó Olivia asustada.

—Las transformaciones son muy, muy dolorosas e incontrolables. Remus no es consciente de lo que hace cuando se transforma y...

—Remus jamás haría daño a nadie —interrumpió la niña.

—¡Lo sé! No me refiero a eso. Me refiero a que para controlar la sed de sangre de un licántropo hace falta retenerlo muy fuertemente, y en ese caso el lobo se hace daño a sí mismo para soltar su rabia por estar retenido. Es decir, las transformaciones de Remus son incluso más dolorosas que las de otros hombres lobo, solo porque no quiere hacer daño a nadie.

Sirius frunció los labios.

—Eso no es justo.

—No, no lo es. —continuó James— Pero he encontrado que los lobos cuando están acompañados de otros animales no sacan sus instintos, sino que se sienten en manada y no atacan.

—¿A dónde quieres llegar? —preguntó Olivia.

—Nosotros podríamos convertirnos en animales. En animagos. —concluyó él como si fuera obvio.

Los dos niños se miraron entre ellos como si James hubiera enloquecido.

—Convertirse en animago es algo bastante más grave que invocar un encantamiento Homunculous, James —informó ella— Es un proceso mucho más complicado y peligroso. Y, por si lo ni sabías, los animagos están estrictamente vigilados por el ministerio. Su práctica sin registro está penada con muchos años en Azkaban.

—Lo sé, lo sé. Pero nadie tiene por qué enterarse. Podríamos no conseguirlo o tardar años en hacerlo, pero si lo hacemos, las transformaciones de Remus serían mucho más fáciles, ¿No creéis que podría valer la pena intentarlo?

Ambos guardaron silencio unos segundos, sopesando la posibilidad.

—Podría valer la pena —concedió Olivia en un susurro, no muy segura.

James sonrió satisfecho.

—A Remus no le gustará nada la idea —añadió ella.

—Por eso no se lo contaremos hasta que lo consigamos. La semana que viene, cuando volvamos a Hogwarts, lo hablaremos con Peter.

Sirius suspiró rendido.

—Bueno. ¿Qué es la vida sin un poco de riesgo?

•••

Dos días después los Potter junto con Olivia y Sirius fueron al Callejón Diagon a hacer las compras necesarias para el curso.

—Mamá, ¡déjanos ir a la tienda de bromas de Gambol & Japes! —imploró James cuando salieron de Flourish y Blotts.

—Ya he dicho que no, James. Ya tienes suficientes trastos para hacer de las tuyas.

James gruñó.

Cuando terminaron de comprar el material necesario, convencieron a los padres de James para dar una vuelta solos y comprarse unos caprichos.

—He encontrado un libro que habla de animagia en la biblioteca de mis padres —susurró James— el proceso es muy largo, debemos empezar nada más llegar a Hogwarts.

—¿Qué le diréis a Remus cuando salgáis de la habitación a deshoras sin él? —preguntó la chica.

Ambos se miraron. No habían pensado en ese detalle.

—Hay que hacerlo a sus espaldas, eso está claro. Si se entera hará lo posible por detenernos... va a ser complicado ocultárselo.

James asintió dándole la razón.

—Mira quién anda ahí, Potter —dijo Sirius con una sonrisa de medio lado.

Olivia puso los ojos en blanco incluso antes de mirar. El tono que adoptaban cuando querían burlarse de Snape eran tan característico que no le hacía falta comprobar de quién hablaba Sirius.

—¡Quejicus! ¡Que alegría verte! —exclamó James acercándose a él.

Sirius lo siguió inmediatamente con una sonrisa burlona y ella fue tras los dos chicos de mala gana.

—¿Qué tienes ahí, Snavillus? —dijo Sirius arrebatándole uno de los libros que tenía en una bolsa.

—¡Devuélvemelo, Black!

—Ni hablar —rió Sirius pasándole el libro a James.

—¡Aritmancia, eh! ¿vas a dejar los cacharritos de química por los numeritos Quejicus? No te pega nada.

Snape estaba intentando recuperar su libro a duras penas, pero James era más ágil. En cierto intento de conseguirlo estuvo a punto de hacerlo pero Sirius se interpuso y lo empujó haciéndole perder el equilibrio y casi caer al suelo. James y Sirius no paraban de soltar comentarios mordaces y riéndose de él, que se había quedado parado a pocos metros esperando que acabaran.

Olivia se cansó del numerito y le quitó el libro bruscamente a James, ganándose un par de miradas confundidas de ambos, sin embargo los ignoró. Extendió su brazo con el libro hacia Snape con los labios fruncidos, casi disculpándose con la mirada. Él la miró mal, cogió el libro bruscamente y se marchó.

—Eso ha sido vergonzoso —dijo Olivia muy seriamente y avanzó sin esperarlos.

Ellos se lanzaron una mirada significativa antes de seguirla. Se sentían mal por haberla hecho enfadar.

La niña los ignoró durante el resto del tiempo que pasaron en el callejón Diagon, no fue hasta que llegaron a casa de los Potter que volvió a hablarles.

—Lo que habéis hecho ha sido cruel. A mi tampoco me cae bien Snape, sé la gente con la que se junta y la clase de persona que es, pero lo que habéis hecho hoy ha sido lamentable.

—Ya lo hemos pillado Liv —dijo Sirius de mala gana— ¿Podemos dejarlo ya?

James le lanzó una mirada curiosa a Sirius.

Es la primera vez que me llama así sin estar a solas.

—No me llames así, Black —dijo ella cruzándose de brazos.

Él le lanzó una sonrisa de medio lazo sabiendo que, en realidad, él si podía llamarla así.

Olivia Ross | Meradeurs EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora